Fantasía oriental en ‘streaming’

Ha pasado un año desde que se estrenó el primer tráiler de la versión con actores y escenarios reales del éxito de Disney Mulán. Fue en el intermedio del Mundial de Fútbol Femenino y entonces a nadie se le hubiese pasado por la cabeza lo que estaba a punto de ocurrir. Después de varios retrasos en su estreno como consecuencia de los devastadores efectos de la pandemia y al cierre forzoso de miles de salas de cine de todo el mundo, Disney descolocaba al sector al anunciar su estrategia en streaming para su taquillazo de la temporada. En uno de los momentos más críticos en l...

Ha pasado un año desde que se estrenó el primer tráiler de la versión con actores y escenarios reales del éxito de Disney Mulán. Fue en el intermedio del Mundial de Fútbol Femenino y entonces a nadie se le hubiese pasado por la cabeza lo que estaba a punto de ocurrir. Después de varios retrasos en su estreno como consecuencia de los devastadores efectos de la pandemia y al cierre forzoso de miles de salas de cine de todo el mundo, Disney descolocaba al sector al anunciar su estrategia en streaming para su taquillazo de la temporada. En uno de los momentos más críticos en la historia de la exhibición de películas, con las salas en jaque y un futuro incierto para el conjunto de la industria, la película se estrenaría en gran parte del mundo directamente en su plataforma, Disney+, con un pago adicional de 21,99 euros en España.

Los resultados de este experimento podrían definir el futuro de la exhibición del cine familiar y de palomitas. Una lógica comercial, que tiende a un modelo mixto, a la que habría que ponerle al menos un pero: no es lo mismo educar la mirada y la imaginación en una sala de cine que frente a una pantalla casera. La experiencia para el público juvenil e infantil nunca será la misma y la aventura de creerse una guerrera capaz de desafiar las leyes del patriarcado y la gravedad, de integrar las imágenes en la vida, de salir de la proyección y durante horas respirar en el limbo de su fantasía, quedará reducida a otra cosa. Cualquiera que vea las películas en casa con sus hijos sabe que, sea como sea, la barrera de la realidad se acaba rompiendo, también en el sofá, solos y sin palomitas. Pero el respeto a las imágenes, su contagio, ocurre de otra manera, más superficial y dispersa.

La nueva versión de Mulán está dirigida por la neozelandesa Niki Caro, conocida sobre todo por Whale Rider, película que narraba la historia de una niña maorí dispuesta, como la propia Mulán, a desafiar las leyes de los suyos para ser ella una líder a lomos de una ballena, como rezaban las creencias ancestrales de su pueblo. Caro logra convertir la aventura de la pequeña guerrera Mulán, el desafío a las tradiciones de su pueblo y a su familia, en una fantasía oriental llena de colores, preciosos tejidos, metafóricos pájaros y mensajes de sororidad y empoderamiento sin cargar demasiado las tintas ni tratar a los espectadores como tontos. El mano a mano entre la bruja mala que da vida la bellísima y maravillosa actriz china Gong Li y la jovencísima Liu Yifei es de lejos lo mejor de una película que también tiende al humor amable, a un inequívoco mensaje a favor de los lazos familiares y al vínculo padre-hija y a una muy medida carga de violencia que la hace digerible para cualquier edad. La película fagocita recursos ya sabidos (del siempre imitado Kurosawa a la vuelta de tuerca de niñas-guerreras de Juego de Tronos), pero eso no desmerece el resultado, una papilla visual sin grumos, tierna y bonita.