Soñar el toreo (de sueño)
Ponce y Curro Díaz cortan orejas, pero se muestran por debajo de la noble corrida de Juan Pedro Domecq
Hay que ser muy, muy aficionado a los toros para aguantar una faena de Ponce en la tele, y no sucumbir a la tentación de ir al baño, prepararse un cafelito o comentar el partido de ayer. Hay que ser muy aficionado para aceptar que el torero pasee las dos orejas de un toro encastado, incansable en sus embestidas, y desperdiciado por un maestro emérito que repite una y mil veces una tauromaquia trasnochada, ventajista, despegada y aburrida hasta el límite del aguante.
Enrique Ponce muleteó al tercero de la tarde, un animal bravo y repetidor en el tercio final, y no dijo absolutamente nada...
Hay que ser muy, muy aficionado a los toros para aguantar una faena de Ponce en la tele, y no sucumbir a la tentación de ir al baño, prepararse un cafelito o comentar el partido de ayer. Hay que ser muy aficionado para aceptar que el torero pasee las dos orejas de un toro encastado, incansable en sus embestidas, y desperdiciado por un maestro emérito que repite una y mil veces una tauromaquia trasnochada, ventajista, despegada y aburrida hasta el límite del aguante.
Enrique Ponce muleteó al tercero de la tarde, un animal bravo y repetidor en el tercio final, y no dijo absolutamente nada en una faena interminable. No hubo tensión, ni elegancia, ni entrega, ni hondura, ni mando… Fue la suya una labor ya vista, conocida, desangelada, cómoda y anodina.
¡Y le concedieron las dos orejas…!
Ya había mostrado su molestia porque el presidente no había sacado el pañuelo blanco a la muerte de su primero. Esa fue otra labor deslavazada, soporífera, sin olor ni sabor ante un toro tan noble como escaso de celo.
Repite Enrique Ponce que sueña el toreo; lo que calla es que, cada vez con más frecuencia, su toreo invita a echar un sueño. En Cabra veroniqueó con suavidad, y eso fue todo.
Llama la atención, además, el escaso sentido autocrítico del torero -valorado siempre por su inteligencia-, sorprendente en sus respuestas cuando le preguntan por el juego de sus toros, culpables en todo momento de sus faenas erradas.
DOMECQ/ PONCE, DÍAZ
Cuatro toros de Juan Pedro Domecq, correctos de presentación, mansos, blandos y muy nobles; encastado el tercero.
Enrique Ponce: estocada trasera y dos descabellos (ovación); casi entera (dos orejas).
Curro Díaz: media estocada (oreja); pinchazo y estocada (oreja).
Plaza de Cabra (Córdoba). 25 de septiembre. Segunda corrida de la Gira de Reconstrucción. Doscientas personas.
Tampoco brilló a gran altura su compañero Curro Díaz, otro torero conformista, anclado en el pasado y sin ánimo para dar el paso adelante que le ofrecen sus oponentes.
No se puede torear al hilo del pitón, fuera cacho, a media altura y el cuerpo encogido. Destacó, es verdad, en varios pases de pecho, dibujados con empaque y templanza, pero poco más.
La corrida de plaza de tercera de Juan Pedro, mansa en los caballos, blanda y muy noble, mereció mucho más; mereció un par de toreros con más ilusión y deseos de triunfo.
Esto -lo visto en Cabra- no puede ser la reconstrucción anunciada; más bien parece la demolición, como las podridas tablas de la plaza, que necesitan una remodelación a fondo. Menos mal que la gira acabó en la localidad cordobesa; si dura algo más, se queda sin callejón.