Doce películas imprescindibles de Sean Connery

El actor escocés, fallecido hoy, supo dejar atrás a James Bond para construir una filmografía apasionante, con grandes títulos de aventuras

Sean Connery se relaja entre tomas de 'Diamantes para la eternidad', en 1971. La butaca es el famoso diseño Up de Gaetano Pesce. En vídeo, recorrido profesional del actor Sean Connery. Vídeo: ANWAR HUSSEIN (GETTY) / REUTERS

Cerca de 70 películas, series, voces en videojuegos -qué voz, tan única que sonaba en los ascensores del Parlamento escocés y así subrayaba su fervor independentista- y una presencia descomunal. Connery también tenía un lado hortera (demasiados años con peluquín), como se atestiguaba en su querencia por las fiestas de Marbella. Pero supo huir de trampas profesionales, dejó a Bond a tiempo -aunque volvería años después a él- quedan fuera Atmósfera cero o La roca o sus dos trabajos con el maestro Lumet: La colina de los hombres perdidos (1965) y La ofensa (1971).
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Cerca de 70 películas, series, voces en videojuegos -qué voz, tan única que sonaba en los ascensores del Parlamento escocés y así subrayaba su fervor independentista- y una presencia descomunal. Connery también tenía un lado hortera (demasiados años con peluquín), como se atestiguaba en su querencia por las fiestas de Marbella. Pero supo huir de trampas profesionales, dejó a Bond a tiempo -aunque volvería años después a él- quedan fuera Atmósfera cero o La roca o sus dos trabajos con el maestro Lumet: La colina de los hombres perdidos (1965) y La ofensa (1971).

Brumas de inquietud (1958). Su primer gran trabajo (tras quedar tercero en Mister Universo y estar cuatro años picando piedra en la televisión) fue un drama sentimental entre periodistas con Lana Turner. Ya se le ve con maneras sexys, tantas que el entonces novio de Turner, Johnny Stompanato, voló hasta el rodaje en Inglaterra y se pegó con él por puros celos. Poco tiempo después, a Stompanato lo asesinó a cuchilladas la hija de Turner, para defender a su madre de su maltrato.

Agente 007 contra el Dr. No (1962). Empieza la leyenda, Bond, James Bond. Connery no era ni el quinto de la lista de actores deseados por los productores de las adaptaciones de las novelas de Ian Fleming, pero el escocés se convirtió en los cimientos del mito de 007. La primera vez que aparece es con esmoquin en un casino. “Admiro su valor, señorita...”, le dice a su contrincante en la partida. Y cuando ella le responde con su nombre, le pregunta a él el suyo. Y llega la magia.

Marnie, la ladrona (1964). La leyenda dice que tras un ensayo con Connery, Tippi Hedren se fue a hablar con Alfred Hitchcock y le dijo: “Se supone que Marnie es frígida. Pero, ¿usted le ha visto?”. A lo que el director respondió: “Sí, querida, y a eso le llamamos actuar”. Actor y cineasta se llevaron bien... hasta 1976, cuando Connery le presentó en el homenaje del American Film Institute, donde Hitchcock no reconoció al actor porque no llevaba su peluquín.

Zardoz (1974). Y luego dicen que Borat es original con su bañador. Solo alguien como Sean Connery pudo sobrevivir a una película como Zardoz, de John Boorman, hoy devenido en título de culto de ciencia-ficción. Por cierto, Connery cobró 200.000 dólares de salario, poco comparado con lo que cobró por Diamantes para la eternidad, pero mucho comparado con el presupuesto de Zardoz: un millón.

El hombre que pudo reinar (1975). Una de las películas que honran la historia del cine. John Huston (que llevaba décadas luchando por rodarla) + Sean Connery + Rudyard Kipling + Michael Caine. Una fórmula perfecta para las aventuras de dos rufianes, soldados del ejército del imperio británico, que querrán reinar donde solo lo hizo Alejandro el Grande.

Robin y Marian (1976). Otro filme mágico, con un Robin Hood otoñal y con Audrey Hepburn como radiante Marian. Lady Marian, en el lecho de muerte de ambos, entona un discurso arrebatador sobre su amor: “Te amo más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana, más que a nuestros alimentos, más que al amor o a la alegría o a la vida entera”. Años después, Connery volvería a Robin Hood, aunque con otro personaje, gracias a Kevin Costner.

Nunca digas nunca jamás (1983). Esa es la frase que, aseguran, dijo la esposa de Connery cuando este soltó que nunca haría de nuevo un Bond. Séptima y última aparición del escocés como 007, en este guion un agente retirado. Por cierto, estupendas Kim Basinger y Barbara Carrera (que rechazó Octopussy con Roger Moore para actuar con Connery aquí).

Los inmortales (1986). Solo puede quedar uno de los inmortales. Y Connery no será, pero enseñará al elegido, en un personaje -el de mentor del protagonista- que repetirá en los siguientes años. El escocés rodó su trabajo en siete días, curiosamente un español, Juan Ramírez Sánchez Villalobos, y se volvió a Marbella con un millón de dólares. Pero en pantalla luce todo.

El nombre de la rosa (1986). Un thiller medieval... A priori, una locura, pero la novela de Umberto Eco había sido un best seller y llegó al cine con gracia. Con Connery como Guillermo de Baskerville -si el papel bebe de Sherlock Holmes, qué mejor nombre- todo es creíble en esta conjura entre monjes que esconde un enfrentamiento moral y científico más profundo.

Los intocables de Eliot Ness (1987). Brian de Palma afinó las cuerdas de un reparto perfecto, y elevó el material primigenio (la serie de televisión) para lograr un gran policiaco. Supuso el único Oscar para Connery, tras su única nominación.

Indiana Jones y la última cruzada (1989). Otro exitazo (del 85 al 90, Connery triunfó por lo alto, cerrando la racha con La casa Rusia). A un mito solo se le puede contraponer otro mito: para igualar el carisma de Harrison Ford como Indiana Jones, se necesitaba alguien similar. Así que el profesor Henry Jones, el único que llama a su hijo por su nombre (Henry junior o junior), lo encarnó Connery. Es el indiana favorito de Spielberg.

La caza del Octubre Rojo (1990). Otro personaje con el que Connery roba el protagonismo al auténtico protagonista, el analista de la CIA Jack Ryan, al interpretar a un capitán de submarino soviético, Markus Ramius, cuya sabiduría marca la trama. Por cierto, el tupé de Connery costó 20.000 dólares.


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