El último vuelo del Teatro Kamikaze
”Nuestro fracaso épico ha sido no haber acabado con la precarización del proyecto”, lamentan los responsables del Pavón, Premio Nacional de Teatro en 2017. Este sábado caerá el telón definitivamente
“La sala no era la más acogedora, las butacas no eran las más cómodas, las luces no eran las más potentes, pero allí dentro había magia”. Las palabras del dramaturgo Pablo Remón resumen lo que durante cuatro años y medio se ha vivido en el interior de un enorme, bello y destartalado teatro en el centro de Madrid. Fue en la primavera de 2016 cuando cuatro kamikazes, Jordi Buxó, Miguel del Arco, Israel Elejalde y Aitor Tejada, se lanzaron a la aventura de hacer de este lugar el proyecto más ilusionante y esperanzador del teatro en el panorama español de los últimos años. Hasta le pusieron el nom...
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“La sala no era la más acogedora, las butacas no eran las más cómodas, las luces no eran las más potentes, pero allí dentro había magia”. Las palabras del dramaturgo Pablo Remón resumen lo que durante cuatro años y medio se ha vivido en el interior de un enorme, bello y destartalado teatro en el centro de Madrid. Fue en la primavera de 2016 cuando cuatro kamikazes, Jordi Buxó, Miguel del Arco, Israel Elejalde y Aitor Tejada, se lanzaron a la aventura de hacer de este lugar el proyecto más ilusionante y esperanzador del teatro en el panorama español de los últimos años. Hasta le pusieron el nombre de Kamikaze al entonces Teatro Pavón. El próximo sábado, último día de enero, este centro, Premio Nacional de Teatro 2017 “por la valentía de sus propuestas y la excelencia en las distintas ramas de la creación escénica” cierra sus puertas.
Han vivido en la precariedad, pero la pandemia les ha dado la estocada definitiva. “Uno puede luchar contra muchas cosas pero no contra todo esto. No tenemos todavía un balance cerrado, pero la bajada de la recaudación este año está en torno a un 70% menos”, asegura el actor Israel Elejalde. “Hasta aquí hemos llegado. Hemos hecho lo que hemos podido. Nuestro fracaso épico ha sido no haber podido acabar con la precarización del proyecto”, añade el director Miguel del Arco.
En la sala de los ventanales, como ellos la llaman, en el primer piso de este edificio construido en 1924 de estilo art decó, EL PAÍS ha reunido a los cuatro socios que se lanzaron a la aventura de impulsar un proyecto que iba mucho más allá de una sala de exhibición. El encuentro destila algo de tristeza, pero también de felicidad y orgullo por todo aquello que han conseguido, que se refleja en los miles de mensajes de espectadores anónimos y la adoración de creadores y dramaturgos. “No cerramos porque hayamos dejado de creer en el proyecto; al contrario, tiene más músculo que nunca. Hay una dinámica que hemos desarrollado en este tiempo, que estaba en plena forma. Nos hemos ido agarrando a clavos ardiendo para seguir buscando la fórmula de cómo seguir, pero la pandemia ha acabado con nosotros” confiesa Miguel del Arco.
Deudas y amigos
“A mí no me da miedo la palabra fracaso. Es más, mi historia artística será contada más por lo que yo considero mis fracasos que por mis supuestos éxitos. Es un fracaso porque no hemos podido sacar de la precariedad este teatro”, añade Elejalde, mientras que Tejada, que, junto a Buxó ha estado al frente de la gestión, asegura que el germen con el que nació este centro “está cumplido, aunque las circunstancias nos llevan ahora a otro lado”.
El alquiler del edificio, alrededor de 375.000 euros al año, terminaba a finales del próximo mes de junio. A las quejas del dueño, que ha asegurado que le deben dinero, los socios del Kamikaze no quieren entrar. “Los abogados resolverán”, aseguran, mientras reconocen que “si hubiéramos sido listos no habríamos abierto después del confinamiento”. Desde agosto han sido meses de una sangría y destrucción brutales, explican, pese al apoyo que han tenido de las tres administraciones (nacional, autonómica y municipal). “Sin eso no hubiéramos llegado hasta aquí. El debate sobre si nos podían haber ayudado más o menos es muy subjetivo”, confiesa Buxó.
“El teatro caliente con el que soñamos y realizamos ya no existe. Se acabó hace tiempo ese teatro que iba más allá de las funciones diarias. Se han terminado los talleres, las becas, los cursos, las charlas, el ambigú. El proyecto que nos ilusionaba. Es duro decirlo, pero es la realidad”, asegura Buxó, para añadir: “Yo llegué aquí en 2016 con deudas y tres amigos y me voy con deudas y tres amigos. Es verdad que perdemos la casa de ladrillo, pero nosotros cuatro somos un teatro, conformamos un teatro. Da igual dónde vayamos, el espíritu Kamikaze sigue”. Es precisamente complicidad la palabra que más surge en este encuentro matinal. En el vídeo promocional ya se hablaba de la voluntad de ser buenos anfitriones y eso requiere, apunta Del Arco, una complicidad permanente, una generosidad de escucha, de querer escuchar.
Los dos escenarios del Kamikaze, la sala grande y el ambigú, han sido testigos de propuestas de nuevos y también consolidados artistas, como Pablo Remón, Lucía Carballal, Carolina África, Carlota Ferrer o Pablo Messiez, el francés Pascal Rambert o el franco-uruguayo Sergio Blanco. “Creo que hemos roto barreras, que hemos creado un círculo grande con muchos artistas que ahora ya están muy solicitados, que tienen opción de entrar en los teatros públicos”, dice Tejada.
¿Y a partir de ahora qué? Pues momentos de pausa, reflexión y descanso. No hay plan b. “Es necesario pasar el luto. Tengo ganas de que se acabe ya y terminar con esta gigantesca tristeza. La idea de un teatro sin casa me atormenta”, resume Del Arco. Viene un tiempo para volar, imaginar y tocar tierra. “Hemos vivido en el teatro y seguiremos viviendo en él”, añade Elejalde.
Privilegio para autores y directores
Han sido muchos los autores y directores que encontraron en el Kamikaze aquello que se les negaba fuera. Aquí encontraron confianza, apoyo y calor, un lugar donde poder representar sus obras frente a un público fiel y entusiasta. El cierre del teatro ha caído como una bomba entre los creadores. Lucía Carballal, Pablo Messiez o Pablo Remón son solo tres ejemplos de lo que ha supuesto este centro para la escena contemporánea.
Pablo Remón (Madrid, 1977): “Yo, que vengo del cine, encontré un hogar en el teatro. Y, dentro del teatro, encontré un hogar en el Pavón Kamikaze. He hecho allí cinco espectáculos, y no puedo imaginar haber tenido una casa mejor para ellos. Y me duele, me doy cuenta, hablar en pasado. He tenido suerte de haberlo vivido y siento una enorme gratitud hacia los que lo hicieron posible. El teatro es, por definición, efímero. Quizá algunos teatros también lo sean”.
Lucía Carballal (Madrid, 1984): “Recuerdo el día de la inauguración. Muchos dramaturgos estuvimos allí. Nos dijeron: ‘queremos que sintáis que esta es vuestra casa, una casa para los autores’. Para mí lo ha sido durante estos años, en muchos sentidos. Mi relación comenzó cuando recibí la I Beca de Dramaturgia Contemporánea, con cuya ayuda escribí La resistencia, que después fue dirigida por Israel Elejalde y estrenada en Teatros del Canal con producción de Buxman. Ese proyecto fue muy importante en mi trayectoria. Sin duda contribuyó a impulsarme como autora y me puso en contacto con gente fantástica con la que sigo colaborando”.
Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974): “Descubrir nueva dramaturgia, contar con un espacio para hacer talleres y seguir preguntándonos qué es hacer teatro; poder estrenar la obra que deseaba contando con la confianza absoluta de la producción, dejándome elegir elenco, material, tiempos de ensayo; trabajar con un equipo en donde cada uno de sus integrantes se implicaba con la dedicación de quien ama su tarea. Todo esto junto rara vez sucede. Qué privilegio haber podido vivir esa rara vez”.