Lola Flores, ‘replicanta’

La vida y la imagen paralelas que estaban reservadas al “arte” han llegado a los rincones más domésticos de nuestras vidas

Lola Flores, en 1994.Gorka Lejarcegi

Pongo la tele y aparece, en un anuncio, Lola Flores rediviva, inesperada efigie de una marca a la cual no he prestado mucha atención, tan fascinada estaba por la replicanta. No parece la de siempre: tiene una voz extraña y ese aspecto raro que recuerda a las imágenes sintéticas producidas por algoritmos, los llamados deepfakes; las que hacen pensa...

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Pongo la tele y aparece, en un anuncio, Lola Flores rediviva, inesperada efigie de una marca a la cual no he prestado mucha atención, tan fascinada estaba por la replicanta. No parece la de siempre: tiene una voz extraña y ese aspecto raro que recuerda a las imágenes sintéticas producidas por algoritmos, los llamados deepfakes; las que hacen pensar en el sueño de Blade Runner, la peli mítica de Ridley Scott, estrenada en 1982, donde se describía un futuro fabricado por Tyrell Corporation en una distópica Los Ángeles.

Vuelve a salir el anuncio y la puesta en escena se hace evidente, sin un ápice de la nostalgia que se esperaría con el regreso de un fantasma. No es Lola Flores, sino un premio de consolación con los resultados paradójicos de un deepfake, igual que esos influencers que televisan el reportaje de una visita a Bali sin haber dejado su barrio castizo ni por un instante. Un detalle los delata frente a otros influencers rivales que, como la Tyrell Corporation —o los grandes cerebros de Silicon Valley—, están a la que salta. Apenas visible, reflejado en un cristal, al otro lado de la calle, aparece el anuncio: “Frutas Juanita”. Entre el despliegue de mangos y el bolso de gama alta —ambos regalo de las marcas— se pone en entredicho el decorado urdido para el viaje por Instagram. Da lo mismo.

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Desde los escenarios más sofisticados o los filtros caseros que nos permiten travestirnos de conejo, perrito o hasta de marcianos con voces deformadas; que nos permiten ponernos flores que nacen de la cabeza o labios imposibles sin pasar por el quirófano —hay una riquísima estética trans asociada a estas propuestas—, las novísimas tecnologías —banales o Blade Runner— nos ofrecen una extraordinaria imagen travesti del mundo para la cual no hay límite. Se trata de un universo en continua negociación con la propia imagen y la de los otros, en la cual terminan por encontrarse una serie de efigies construidas que han aprendido a relacionarse en cierto lugar que solo ellas habitan. Son los nuevos nosotros.

Se diría que es la reconstrucción supertecnificada de aquel sueño sobre la identidad tan popular entre los artistas de finales de los años ochenta del siglo pasado. Nadie sospechaba que volvería con tanta fuerza. Entonces, tuvieron que manipular las fotos en el laboratorio —con fundidos y maniobras manuales, caso de William Wegman— o entrar a saco en la propia anatomía en el quirófano, ocurrió con Orlan.

Ahora, la vida y la imagen paralelas que estaban reservadas al “arte” han llegado a los rincones más domésticos de nuestras vidas, a través de Instagram, de los deepfakes y del resto de propuestas en este inesperado ars combinatoria. Igual lo siguiente es un filtro de Lola Flores. Entro a ver si existe ya y de pronto pienso cómo la actual distopía me está empezando a afectar bastante.

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