Rocío Molina danza entre las musas del Museo del Prado
La coreógrafa y bailaora se luce en una pieza irrepetible en la que mezcla su flamenco vanguardista con música barroca y electrónica experimental
El zapateado vanguardista de Rocío Molina tronó esta mañana en la Sala de las Musas del Museo del Prado. Rodeada de ocho esculturas romanas que representan a las divinidades protectoras de las artes y las ciencias, Molina ha bailado para los visitantes de la pinacoteca madrileña una pieza única e irrepetible, concebida expresamente para ese espacio. La acompañaban la soprano Olalla Alemán y el artista sonoro Derek Van Den Bulcke. Con esta sorprendente mezcla de f...
El zapateado vanguardista de Rocío Molina tronó esta mañana en la Sala de las Musas del Museo del Prado. Rodeada de ocho esculturas romanas que representan a las divinidades protectoras de las artes y las ciencias, Molina ha bailado para los visitantes de la pinacoteca madrileña una pieza única e irrepetible, concebida expresamente para ese espacio. La acompañaban la soprano Olalla Alemán y el artista sonoro Derek Van Den Bulcke. Con esta sorprendente mezcla de flamenco, danza contemporánea, música barroca y electrónica experimental, la bailaora malagueña ha demostrado, una vez más, su capacidad para romper las costuras de cualquier disciplina.
La pieza ha inaugurado una nueva edición de Ellas Crean, un festival nacido hace 17 años en torno a la celebración del Día Internacional de la Mujer para dar visibilidad al trabajo de creadoras en diferentes disciplinas, desde el teatro y la danza hasta la música, la literatura o las artes plásticas. Molina es una figura de referencia en este sentido: una artista que ha creado su propio lenguaje dentro del flamenco, estirando sus límites más allá de ortodoxias y purismos, lo que la llevó a ganar el Premio Nacional de Danza en 2010, con solo 26 años. Por otra parte, ha sabido expresar como pocas sobre el escenario episodios trascendentales en la vida de una mujer, especialmente en dos de sus espectáculos: Caída del cielo (2016), en el que reflexionaba sobre la feminidad y teñía de rojo sus ingles y el suelo para representar la menstruación, y Grito pelao (2018), que bailó estando embarazada, acompañada de la voz de Sílvia Pérez Cruz.
La obra que Molina ha bailado este martes en el Prado, de 15 minutos de duración, no forma parte de ningún espectáculo. Pertenece a una serie de trabajos que ella ha bautizado bajo el título genérico de Impulsos y que se enmarcan en procesos de investigación que a veces derivan en nuevos espectáculos y otras, simplemente se quedan como experiencias efímeras. Suele mostrarlos en espacios no teatrales, como una iglesia, un parque, la orilla de un río o junto al mar. En esta ocasión el escenario ha sido un museo y la pieza no se verá nunca más, pues no es el germen de ningún nuevo montaje, aunque quedará en la memoria del reducido grupo de espectadores que tuvieron el privilegio de verlo.
Molina apareció en el centro de la sala envuelta en un vestido de tul y organza en color crudo con miriñaque de mimbre y una madroñera cubriéndole la cara. Una imagen poderosa, cargada de simbologías femeninas, concebida por el diseñador Leandro Cano. La soprano y el músico, en cambio, vestían de rojo, deliberadamente a tono con el color de las paredes de la sala.
La danza empezó minimalista: apenas unos gestos geométricos, diríase picassianos, que fueron haciéndose cada vez más complejos. Mientras tanto, iba alzándose la voz de la soprano con una peculiar nana del compositor Tarquinio Merula (siglo XVII), en la que la Virgen intenta dormir a su hijo mientras se mortifica anticipando los males que sufrirá en el futuro. Primero a capela, después acompañada de los sonidos electrónicos que emergían de la mesa de mezclas de Van Den Bulcke. De pronto, la bailaora se deshace de la prisión del miriñaque y del yugo de la madroñera para comenzar a zapatear a ritmo del Stabat Mater de Giovanni Felice Sances (también del siglo XVII): otra vez el sufrimiento de la Virgen, en este caso durante la crucifixión de su hijo.
La dramaturgia, según la bailaora, no la ha marcado ella en esta ocasión, sino las letras de las dos canciones que canta la soprano. “La idea sobre la que gira la pieza es el dolor de la mujer. Tanto el que sufre por ella misma como el que le llega por ver sufrir a otros que quiere. Esto viene dado aquí principalmente por lo que dicen esas canciones de la Virgen, yo simplemente me he dejado llevar”, ha explicado Molina al terminar su baile.
Otras ocho bailarinas actuarán en las próximas semanas en diferentes museos madrileños dentro de la programación del festival Ellas Crean. Janet Novás, Ana Morales, Sara Cano, Mónica Iglesias, Luz Arcas, Carmen Fumero, Silvia Batet y Mercedes Pedroche interpretarán, igual que Molina, piezas breves en el Museo de América, el de Artes Decorativas, el Arqueológico, el del Romanticismo, Lázaro Galdiano, Tabacalera y Casa de América, respectivamente.