Jakub Jozef Orlinski: “El ‘break dance’ me desatasca para cantar barroco”

El contratenor polaco, que actúa dos días en Madrid, es una estrella ascendente de la música antigua

Jakub Jozef Orlinski en Berlín, en octubre del año pasado.Franziska Krug (EL PAÍS)

Cuando Jakub Jozef Orlinski aparece en escena, vestido con sus trajes a medida y con la percha de un David de Miguel Ángel, se suele hacer un suspiro seguido de un aplauso. Cuando saluda al público de cada ciudad, generalmente en el idioma correspondiente, el gesto suele arrancar algún piropo. Y cuando acaba de cantar, llega la apoteosis. Seguramente ocurrirá mañana y el jueves en los Teatros del Canal de Madrid, donde se presenta junto a una leyenda ya consagrada, ...

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Cuando Jakub Jozef Orlinski aparece en escena, vestido con sus trajes a medida y con la percha de un David de Miguel Ángel, se suele hacer un suspiro seguido de un aplauso. Cuando saluda al público de cada ciudad, generalmente en el idioma correspondiente, el gesto suele arrancar algún piropo. Y cuando acaba de cantar, llega la apoteosis. Seguramente ocurrirá mañana y el jueves en los Teatros del Canal de Madrid, donde se presenta junto a una leyenda ya consagrada, William Christie y su grupo Les Arts Florissants.

El polaco, de 30 años, es la estrella ascendente del barroco mundial. En las últimas tres temporadas ha ido construyendo un fenómeno que basa su fuerza, curiosamente, en una cadena de fracasos. Lejos de desanimarlo, le motivaron. Y William Christie, curiosamente, representa ambas caras en la carrera de Orlinski: el éxito y el rechazo. “No sé cuántas veces me presenté a su selección de cantantes jóvenes para Le Jardin des Voix”, dice el contratenor en una conversación con este diario por videoconferencia. “Nunca me eligieron”, añade.

Habla de la iniciativa que periódicamente organiza Christie para elegir entre jóvenes de todo el mundo un ramillete con quien monta después un espectáculo y una gira. A partir de ahí, las carreras de los escogidos se lanzan con mejor que peor fortuna. El maestro se acabó rindiendo a la evidencia de este cantante transparente, fresco, contundente y voluntarioso. Más pronto captó su talento Paul Agnew, un colaborador estrecho de Christie, que lo seleccionó cuando estudiaba en la escuela Juilliard de Nueva York. “Con Agnew he colaborado más, pero con Christie es la primera vez que hacemos una gira”, afirma Orlinski.

Se han unido para un programa, Pasticcio, que califican como revista musical en la que mezclan arias de Rameau o Haendel con canciones de Cole Porter y en la que destaca también la mezzosoprano francoitaliana de 28 años Lea Desandre. Ambos representan a la nueva y pujante generación del barroco que llega con fórmulas para implantar en la reactivación de la música en directo. “Romper la barrera, el muro que muchas veces se construye entre el público y los intérpretes con nuevas herramientas que conviertan las apariciones más en un show, un espectáculo, que un concierto”.

Christie es perfecto para las intenciones del cantante. Ya lo ha puesto en práctica con sus espectáculos semiescenificados y su descubrimiento sin tregua de nuevo talento en espacios como los jardines de Thire. El repertorio y el género que abordan se presta a riesgos: “Los del barroco vamos por libre, somos más abiertos y experimentales”, afirma Orlinski.

También a diálogos y puentes que beben de otras disciplinas aparentemente ajenas. En su caso, la práctica del break dance, el skateboard o la capoeira… ¿Cómo convergen esas prácticas con la música de Haendel, Orlandini, Rameau, Purcell, Vivaldi? “Cuando me estanco ensayando un aria suelo ir a la sala donde bailo y me desentumezco. Ejercitar break dance me desatasca para cantar. Entonces la voz fluye después con la armonía de mi cuerpo en movimiento”, asegura.

Jakub Jozef Orlinski, en un retrato de 2020. / Michael Sharkey

“Mi primer disco, Anima sacra, tiene que ver con mi infancia y el hecho de haber crecido en un entorno especial, de familia de arquitectos”, explica. “Cantaba de niño en un coro y actuábamos en iglesias de Polonia y Centroeuropa. Yo observaba los espacios, la acústica, todo el entorno que propicia una conexión mística y espiritual”. ¿Católica? “Me eduqué en un colegio católico, pero luego Dios y yo hemos tenido nuestros más y nuestros menos”, afirma.

Lo que no le falta es fe en sí mismo, algo que ha demostrado también en su segundo disco, Facce d’amore. Una fe que llega, como decíamos, de darse bofetadas. “Aunque fracasara estrepitosamente en concursos, yo sabía que tenía algo que dar. También sé que no estaba entonces suficientemente preparado. Y no me extrañaba tampoco que no le seleccionaran. Era rematadamente malo. Supe que tenía que trabajar a fondo. Me puse a ello y aquí estoy, quizás con una carrera en la que últimamente la suerte me ha acompañado y ha ido rápido, pero que sé que viene del esfuerzo”.

Y en cuanto a la apariencia, esas comparaciones con esculturas renacentistas que le llueven, ¿en qué medida ayudan? “No sé. No es que no sea consciente de lo que han aportado los genes, pero no me conformo con lo que he logrado hasta ahora. Soy joven y tengo mucho que aprender. Me han dolido a veces ciertos comentarios sobre mi físico y comprendo el mundo en que vivimos hoy, con la exposición perpetua de las redes y esas cosas, pero ya no me afectan”.

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