El mito del ave Fénix

Lástima que la mística y energía que todo lo podían en los inicios han ido fluctuando en la artista hacia lares mucho más bizarros

Marina Abramovic y Ulay, en la 'performance' 'Relation in Time' (1977).

Me contó una vez Marina Abramovic que la performance era para ella el ave Fénix, ese pájaro fabuloso, único en su especie, que muere quemado para renacer de sus cenizas. Hablaba de su arranque, en los setenta, cuando se llamaba “arte del cuerpo” a un sofisticado mundo lleno de happening, butoh o environment, de cómo en los ochenta la engulló el mercado y la ...

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Me contó una vez Marina Abramovic que la performance era para ella el ave Fénix, ese pájaro fabuloso, único en su especie, que muere quemado para renacer de sus cenizas. Hablaba de su arranque, en los setenta, cuando se llamaba “arte del cuerpo” a un sofisticado mundo lleno de happening, butoh o environment, de cómo en los ochenta la engulló el mercado y la performance apenas tenía sitio en las galerías, y de cómo se había ido reinventando desde que todo en el mundo del arte es hoy performativo. Sin darse cuenta, estaba haciendo una radiografía exacta de su vida. También su carrera ha estado llena de altos y bajos. Es tan consciente de ello que solo por esa falta de complejos merece los aplausos. Sus mejores años la sitúan junto a Ulay, con quien hizo una de las parejas más influyentes del arte contemporáneo. 1977 fue su año dorado. El arte de acción en Nueva York estaba en todo su apogeo y nadie como ellos llevaban al límite el cuerpo y la mente con el nivel de tensión de la mítica Interruption in Space, que implicaba pasar por el quicio de una puerta ocupada por sus cuerpos desnudos, y que explosionó en el MoMA en 2010, cuando ambos artistas y examantes se encontraron en la mesita de The Artist is Present. La historia del arte no podría explicarse sin ellos.

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Lástima que esa mística y energía que todo lo podían en los inicios han ido fluctuando hacia lares mucho más bizarros, como el que augura su última gran obra, la que hará cuando muera en formato funeral. Ya está organizada con todo lujo de detalles, casi a modo de docuserie televisada. Seguramente, 1997 fue su último gran momento, cuando ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia con Balkan Baroque: una pila de huesos de animales que limpiaba entonando canciones de su niñez y con la que denunciaba la masacre de la Guerra de los Balcanes. La instalación tendría hoy la ojeriza de los animalistas y a una crítica mucho más rebelde, pero puso entre las cuerdas ese coqueteo suyo entre lo indiscutible frente a lo polémico. En eso es una diva, aunque ese lado perturbador y de “chica mala” al que tanto le gusta jugar le pese a veces como ocho esqueletos juntos sobre la espalda.

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