Gerardo Vielba, un fotógrafo multitarea
La sala Canal Isabel II recupera a un autor que renovó el arte de la imagen en los cincuenta y desarrolló una ingente labor como teórico
Un hombre repeinado mira por el visor de su Rolleiflex para autorretrarse junto a su esposa y una de sus hijas en una imagen de 1962. Es Gerardo Vielba. La instantánea recibe al visitante de la exposición que le dedica la sala Canal Isabel II, en Madrid. Habla del afán constante que tuvo Vielba (Madrid, 1921-1992): “Promocionar la fotografía, promocionar la fotografía…”, repite Antonio Tabernero, comisario de la muestra, que, con 118 imágenes en blanco y negro, una treinten...
Un hombre repeinado mira por el visor de su Rolleiflex para autorretrarse junto a su esposa y una de sus hijas en una imagen de 1962. Es Gerardo Vielba. La instantánea recibe al visitante de la exposición que le dedica la sala Canal Isabel II, en Madrid. Habla del afán constante que tuvo Vielba (Madrid, 1921-1992): “Promocionar la fotografía, promocionar la fotografía…”, repite Antonio Tabernero, comisario de la muestra, que, con 118 imágenes en blanco y negro, una treintena de ellas inéditas, homenajea a un autor poco conocido para el público. Miembro de la Escuela de Madrid, Vielba no necesitaba vivir de la fotografía. Era un aficionado, que, como en un espectáculo de platos chinos, iba de un lugar a otro: crítico y teórico en numerosas publicaciones especializadas, historiador, conferenciante, jurado de concursos, docente… una hiperactividad que, para Tabernero, “sin duda le restó tiempo para poder dedicarse más a hacer sus fotos”.
El comisario cuenta de él que nunca hablaba de “composición” en la fotografía, sino de “encuadre” (un magistral ejemplo puede verse en Paseo en el muelle al atardecer, de 1973, con ocho personajes en la imagen), y define su estilo como de “una gran sencillez, con una mezcla de surrealismo y dureza castellana”. Con la calle como escenario de su obra, Vielba apresó hechos cotidianos en los que era capaz de ver detalles que daban a sus fotos ese aire de misterio. Quizás por ello sus imágenes han sido escogidas para ilustrar cubiertas de libros, como se enseña en una vitrina de la exposición, que forma parte de la programación de PHotoEspaña.
“¿Qué fotografía hago?”, se preguntó en una ocasión: “paisajes, ensayos sobre actitudes humanas en su ambiente, los diseños del mar, los niños…”. Numerosas de sus tomas dejan además una sonrisa, transmiten optimismo. Su obra forma parte de los fondos del Museo Reina Sofía, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y la Colección Alcobendas.
Muy aficionado a la lectura, una herencia de su padre carlista, Vielba estudió dibujo en la Escuela de Artes y Oficios y de adolescente tomó sus primeras fotos, una etapa en la que ya era asiduo del Museo del Prado. Profesor en la Academia Militar de Estudios Aeronáuticos (en la exposición hay una hoja en la que se divirtió dibujando a sus alumnos durante un examen), se hizo muy amigo, durante un destino en Lanzarote, del artista César Manrique, quien le introdujo en las vanguardias, como el grupo El Paso. A Manrique le hizo un retrato, de 1973, que cuelga en la exposición.
Junto a esta cara de hombre inquieto, instruido, en la muestra, titulada Gerardo Vielba. Fotógrafo / 1921-1992, visitable hasta el 25 de julio, se reconoce también a una persona a la que le encantaban los niños y sus juegos, protagonistas de muchas de sus imágenes. Así ocurre con Niñas de Liérganes (1968), estampa hoy insólita, con cuatro niñas que llevan en sillitas a otros tantos bebés. Los retrataba también en solitario, como en la costumbrista instantánea de una niña que lleva sobre su cabeza una pesada banasta, o la que está sentada en el pescante de un coche, o la melancólica mirada del monaguillo en una sacristía de la colegiata de Castro Urdiales.
Siempre con una vieja cartera de piel a cuestas, Vielba ejerció desde los años cincuenta de renovador de la fotografía española imperante, relamida y pictorialista, y la embistió desde diversos frentes: en la revista Afal, que desde Almería habían impulsado Carlos Pérez Siquier y José María Artero; en la Real Sociedad Fotográfica, en Madrid, que después presidió casi 30 años, desde 1964 hasta su fallecimiento, y en La Palangana, el grupo de fotógrafos formado en 1957, entre otros, por Ramón Masats, Gabriel Cualladó, Paco Gómez, Juan Dolcet y Francisco Ontañón. Este último diría después, con sorna, que La Palangana “fue un invento que no sirvió para nada más que para tomarnos unas cañas”. A ellos se unió Vielba en 1963. Estos y algunos más formaron la Escuela de Madrid, de la que Tabernero apunta que Vielba fue su motor, quien influyó con su mirada humanista, de estética neorrealista, tan característica del grupo, en sintonía con lo que se hacía fuera de España.
Un hecho que demuestra esta ascendencia de Vielba sobre sus compañeros, explica Tabernero, “es que Cualladó le llevaba sus fotos cada 15 días para que le diera su opinión, y se las dejaba hasta su siguiente visita”. “Vielba no era nada sectario, entonces y después apoyó a otros fotógrafos, jóvenes que en ocasiones estaban en las antípodas de sus ideas políticas”. Una actitud que refrendan las voces del documental que pone punto final a la exposición.
No era nada sectario, siempre apoyó a otros fotógrafos, a veces jóvenes con opuestas ideas políticasAntonio Tabernero, comisario
Ese papel de factótum lo trasladó a sus numerosas colaboraciones en revistas, como Arte Fotográfico (entre 1961 y 1978), publicación oficialista, pero que le permitió dar a conocer su trabajo. En una vitrina se encuentran los estupendos dibujos que hizo para las maquetas del número 200 de esta revista. También publicó en Cuadernos de Fotografía, donde fue miembro de su consejo editorial; la experimental Nueva lente, Flash foto...
Queda claro que a Vielba no le gustaba perder el tiempo, como lo certifica su estancia de seis días en París, por trabajo, en 1962. Pudo sacar ratos para tomar fotos de su visita al Louvre, para plasmar el poético retrato de un hombre sentado en una terraza en Le Tertre, o la imagen del Café de la Paix en la que se ve a un hombre sentado, vestido como un rey mago, instantáneas inéditas. De ese año son también las que hizo cuando acudió a un bautizo, pero, en un ejemplo de su carácter, se dedicó a fotografiar a un grupo de gitanos que estaban en una celebración anterior y que acabaron posando bebiendo vino y embadurnados de merengue. Era un fotógrafo que se dejaba guiar por su instinto, como él mismo resumió: “Tengo un especial gusto en aquello que late en mí, me enamora y me invita a dejarlo en imagen fija”.