El surrealismo mágico de Susanna Clarke vuelve tras 16 años de silencio
La nueva gran dama de lo fantástico reelabora el mito borgiano del laberinto en la aclamada ‘Piranesi’. Tras el éxito en 2004, llegó la enfermedad y el ostracismo
El año 2004, Susanna Clarke (Nothingam, 59 años) se convirtió en una de las cimas de la literatura contemporánea mundial, aunando fantasía y frondoso y dickensiano realismo de otro siglo, en concreto, el XIX, en la monumental Jonathan Strange y el señor Norrell (Salamandra), clásico instantáneo del género (Premio Hugo y World Fantasy Award) y no solo del género —el Times la consider...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
El año 2004, Susanna Clarke (Nothingam, 59 años) se convirtió en una de las cimas de la literatura contemporánea mundial, aunando fantasía y frondoso y dickensiano realismo de otro siglo, en concreto, el XIX, en la monumental Jonathan Strange y el señor Norrell (Salamandra), clásico instantáneo del género (Premio Hugo y World Fantasy Award) y no solo del género —el Times la consideró la mejor novela del año, sin más—. Y luego, desapareció. “Oh, la enfermedad fue devastadora. Apareció poco después de la publicación. Había días en que no podía hacer nada porque hacer cualquier cosa me resultaba horrorosamente doloroso. Así que dejé de escribir”, dice sobre el síndrome de fatiga crónica que sufrió. Está en casa, en algún lugar del Reino Unido, y hay una enorme reproducción de La Torre Roja, el cuadro de Giorgio De Chirico a sus espaldas. “Es una imagen poderosa, su surrealismo me fascina”, asegura.
Y no, pese a escribir sobre magos y magia, no está su biblioteca en extremo nutrida de manuales de hechizos ni nada por el estilo. No es Shirley Jackson, dice. “El ocultismo me repele”, dice. La habitación en la que ha descolgado la videollamada, una semana antes de ganar el Women’s Prize for Fiction, es una habitación oscura. “Pero hablando de Shirley Jackson”, añade, “por las noches mi marido me está leyendo ahora mismo Siempre hemos vivido en el castillo, ¿no es casualidad?”, se pregunta. Cuando dejó de escribir, también dejó de salir de casa. “De repente era como si no fuera escritora”, dice. Y, pese a ello, su fama no disminuyó en lo más mínimo. Fue creciendo a medida que crecían sus lectores, y su única novela, esa que cuenta la historia del regreso de la magia al Reino Unido y sus consecuencias, se convirtió en casi una criatura mitológica de papel.
Pasó el tiempo. Pasó una década, y casi otra. Y había quien se preguntaba si Clarke volvería a escribir. “Empecé a hacerlo cuando empecé a mejorar y recuperé una historia antigua, una idea que tuve a los 20 años, cuando leía a Borges y vivía en Londres. Se me apareció una casa enorme de alguna forma asediada por mares. Había escrito unas páginas entonces, porque aquellos relatos de Borges, sus relatos sobre laberintos, habían despertado algo en mí, me habían pedido que los respondiera con mi propia historia, pero no había sabido cómo hacerlo. En 2015 di con aquel montón de páginas y retomé la idea. De repente volví a sentirme escritora. Fue entonces cuando apareció Piranesi. Al principio era alguien enfadado por estar en ese lugar atrapado sin saber por qué, y no funcionó. Luego me dije que, a su manera, debía ser feliz ahí dentro y funcionó”, recuerda.
Piranesi (Salamandra, traducción de Antonio Padilla) es su segunda novela —a Jonathan Strange y el señor Norrell le siguió una pequeña colección de relatos ambientados en aquel universo, pero nada más— y la primera que publicaba en 16 años y, siendo muy distinta a aquella, mantiene intacta su condición de rareza de altísimo voltaje literario. Si allí viajaba, en forma y fondo, a un siglo XIX en el que todo era posible —hasta traer a prometidas de entre los muertos—, elevando a la perfección a un Charles Dickens que hubiera crecido leyendo a C.S. Lewis y Ursula K. Le Guin ―el par de autores, admite, que la hicieron escritora— aquí se encierra en un laberinto y experimenta, también en forma y fondo, dejando al lector a oscuras, a merced de las anotaciones del protagonista, que nada sabe del misterio que le rodea.
Sus diarios son, a la vez, una brújula y el único mapa de un mundo en construcción, que depende del relato. “El relato es algo poderoso. Te construye”, dice, y habla de cómo una mujer no fue capaz de recuperarse de su enfermedad hasta que no la puso en palabras. No dice que sea ella misma. Pero podría serlo. Se intuye el dibujo de algo nuevo en Piranesi, y puede tener que ver con sus nuevas limitaciones. “Tuve claro que la historia debía concentrarse. No tenía la energía suficiente para escribir otro Jonathan Strange”, apunta. La mitología en Piranesi es una mitología críptica, minimalista, con más estancias que personajes, pero es una mitología al fin y al cabo, y no está exenta de magia. ¿Qué tiene con la magia, y los magos? “Lo que me interesa no es tanto la magia como el poder de aquello que no podemos ver”, contesta.
“En mis novelas, la magia es concebida a la vez como algo maravilloso y peligroso. Hay cierta crítica a ese poderlo todo que la magia te permite. Al que las cosas sean exactamente como tú quieres que sean”, añade. No sabe decir por qué no se escriben más novelas de magos, siendo los magos personajes con tantas posibilidades narrativas. “Cuando Tolkien y Lewis escribían, la literatura fantástica no era un género, y ahora sí, y eso hace que los magos tiendan a trasladarse a un lugar muy concreto de la librería, y que tal vez los escritores los rehúyan”, dice. Ella no piensa hacerlo. “Cuando era niña, mis padres no dejaban de mudarse, y me costaba mucho hacer amigos. Pero no los necesitaba. Creaba mis propios mundos, y eran mundos en los que cualquier cosa era posible, ¡hasta que me aceptasen en la cerradísima comunidad de Bradford!”, señala, divertida.