‘El espía inglés’: el viajante que salvó al mundo de la guerra nuclear

Es una película narrada con cierta solidez pero sin sorpresas, y eso en el cine de espionaje suele ser fatal: nadie engaña a nadie, no hay agentes dobles

Benedict Cumberbatch, en 'El espía inglés'. En el vídeo, tráiler de la película.

“Hace años que está aquí. Miembro respetado de la Asociación de Comerciantes Europeos. Tenemos que tener nuestro hombre en La Habana, sabe usted. Los submarinos necesitan combustible. Los dictadores tienden a reunirse. Los grandes atraen a los chicos”, le dijeron a Wormold, el célebre personaje de la novela de Graham Greene Nuestro hombre en La Habana. Un gris comerciante en el país caribeño, un simple vendedor de aspiradoras, reclutado como agente del servicio secreto británico.

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“Hace años que está aquí. Miembro respetado de la Asociación de Comerciantes Europeos. Tenemos que tener nuestro hombre en La Habana, sabe usted. Los submarinos necesitan combustible. Los dictadores tienden a reunirse. Los grandes atraen a los chicos”, le dijeron a Wormold, el célebre personaje de la novela de Graham Greene Nuestro hombre en La Habana. Un gris comerciante en el país caribeño, un simple vendedor de aspiradoras, reclutado como agente del servicio secreto británico.

El protagonista de El espía inglés, segundo largometraje de Dominic Cooke, no vende aspiradoras en Cuba sino componentes electrónicos en la Europa del Este y viaja con asiduidad a la zona, pero el objetivo del MI6 con él es el mismo: enrolar a una persona sin relación alguna con el Gobierno, de la que nada se pueda sospechar. Con dos diferencias, eso sí. La primera, de carácter moral, pues el rol de ficción de Greene acabó inventándose sus propios informes, ayudándose más a sí mismo que a su país para poder conservar su nuevo trabajo y sobre todo el dinero que le pagaban, y Greville Wynne, el ingeniero y comerciante de la película de Cooke, se siente tan concernido por su nueva labor que ejecuta un trabajo intachable en pos de Occidente y de la paz mundial. Y una segunda diferencia, esta de naturaleza dramática y narrativa, pues estamos ante hechos reales acaecidos entre los años 1960 y 1964, alrededor de la Crisis de los Misiles y del terror a un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la antigua URSS. Ambas desemejanzas, paradójicamente conectadas, van en perjuicio del interés y de la emoción.

Es El espía inglés una película narrada con cierta solidez pero sin sorpresas, y eso en el cine de espionaje suele ser fatal. Nadie engaña a nadie, no hay agentes dobles, arrepentimientos ni conflictos morales. Solo el relato real, y quizá ese sea el problema, de un tipo anodino que resultó ser clave para el descubrimiento de los misiles en Cuba y para su posterior retirada. Hasta el trecho final del relato, ni siquiera hay demasiada tensión, pues a Wynne y su contacto soviético, el coronel de la inteligencia Oleg Penkovsky, apenas parecen seguirles los pasos. Entre ellos se crea una bonita historia de amistad y lealtad, pero quizá eso sea insuficiente para el espectador.

La doble cara del ser humano, inherente al cine de espionaje, es aquí puro convencimiento. De modo que a pesar del meritorio trabajo de Benedict Cumberbatch, particularmente en el apartado físico, en el que llegó a perder 10 kilos para las secuencias de la parte final, la película queda acogotada por su peso histórico. Por un valor ético verídico que sepulta sus posibilidades dramáticas. Nuestro hombre en Moscú era demasiado honrado para el cine.

EL ESPÍA INGLÉS

Dirección: Dominic Cooke.

Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Merab Ninidze, Rachel Brosnahan, Jessie Buckley.

Género: espionaje. Reino Unido, 2020.

Duración: 111 minutos.

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