Libros de aves: cuando leer te da realmente alas

Historia natural, aventura, viaje y poesía se dan la mano en las mejores obras de no ficción sobre pájaros, de las que llegan notables novedades, desde el estudio del cortejo de las aves lira en Australia a la búsqueda del esquivo búho pescador en los confines salvajes de Rusia

Grullas en vuelo.ABIR SULTAN (EFE)

Hay veces que leer, parafraseando a Emily Dickinson, es esa hermosa cosa con plumas (ella lo decía de la esperanza). Sin duda es así cuando te zambulles cual somormujo en las páginas de un buen libro sobre pájaros. Puede sonar exótico lo de leer sobre aves (nos referimos aquí a no ficción, lo que excluye Los pájaros, de Daphne du Maurier, y Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, y también, claro, Matar a un ruiseñor), sobre todo si no estás contagiado del febril virus de la pasión por esos seres alados. Pero existen toda una serie de emocionantes libros (ensayos, tampoco ...

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Hay veces que leer, parafraseando a Emily Dickinson, es esa hermosa cosa con plumas (ella lo decía de la esperanza). Sin duda es así cuando te zambulles cual somormujo en las páginas de un buen libro sobre pájaros. Puede sonar exótico lo de leer sobre aves (nos referimos aquí a no ficción, lo que excluye Los pájaros, de Daphne du Maurier, y Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, y también, claro, Matar a un ruiseñor), sobre todo si no estás contagiado del febril virus de la pasión por esos seres alados. Pero existen toda una serie de emocionantes libros (ensayos, tampoco reseñamos manuales y guías de campo) en los que los pájaros son el centro y que cualquiera puede disfrutar, independientemente de que sepas distinguir una agachadiza de un alimoche o un mirlo de un cuervo. De hecho, tanto si uno es un observador de pájaros conspicuo, con lista de vida en la que va recogiendo todos sus avistamientos, o alguien que simplemente ama la naturaleza y se ha planteado disfrutarla aún un poco más aprendiendo cosas sobre las aves, o un lector a secas con ganas de explorar nuevos territorios de sensibilidad y literatura, hay libros maravillosos sobre pájaros y actualmente una extraordinaria cosecha de obras emplumadas.

Los últimos años nos han dejado títulos tan inolvidables como H de halcón, de Helen Macdonald (Ático de los Libros, 2015), conmovedora historia de una joven (la propia autora) que cría un azor hembra para paliar el dolor por la muerte de su padre, entusiasta de esas rapaces, o El peregrino, de J. A. Baker, un gran clásico del nature writing y de la literatura con mayúsculas sin etiquetas que tradujo al castellano en 2016 para la editorial Sigilo, con la intensidad del original, Marcelo Cohen (“Aquel fue mi primer halcón peregrino. Desde entonces he visto muchos, pero ninguno que lo superase en velocidad y fuego. Durante diez años pasé todos mis inviernos buscando esa brillantez efusiva, la pasión y la violencia súbitas que los peregrinos arrebatan al cielo”). También hemos tenido la suerte de ver publicadas otras grandes obras como El azor, de T. H. White (Ático de los Libros, 2017), Aves que veo en invierno, de Lars Jonsson (Errata Naturae, 2019), o el Diario del río Misisipi, del pionero Audubon (Nórdica, 2021), acerca de cuya aventurera vida también se ha publicado un cómic, Sobre las alas del mundo, de Grolleau y Royer (Norma, 2017). A destacar el éxito de La pequeña filosofía de los pájaros, una serie de bienintencionadas reflexiones ornitológicas de Philippe J. Dubois, que es el director de la editorial de naturaleza Éditions Delachaux et Niestlé (Grijalbo, 2019), y de Para qué sirven las aves, del ornitólogo y conservacionista gallego Antonio Sandoval (Tundra, 2017), una de las escasas aportaciones nacionales al género junto con Pajarero, del naturalista madrileño Carlos Lozano, las crónicas viajeras por todo el mundo de un antihéroe birder (misma editorial, 2019).

Un cetrero de Tyup (Kirguizistán) lanza al vuelo su ave, un águila dorada. IGOR KOVALENKO

Entre las novedades ahora, hay otro libro de Macdonald, esta vez en Anagrama, Vuelos vespertinos, una preciosa colección de ensayos sobre aves ―los cisnes, las oropéndolas que tanto nos envidian los británicos, de nuevo los halcones; los vencejos y sus vesper flights, la famosa cigüeña alanceada de Rostock― y otros asuntos de la naturaleza tratados con la exquisita sensibilidad que es la marca de la autora. Otra especialista en pájaros que regresa (y es de destacar la presencia de mujeres en un campo que ha sido mucho tiempo predio de los hombres) es Jennifer Ackerman, la celebrada autora de El ingenio de los pájaros (Ariel, 2017) y de cuya presencia se pudo disfrutar en la cuarta edición del Delta Birding Festival, la feria pajaril del Delta del Ebro (Tarragona), que va trayendo como invitados a muchos de los grandes autores actuales, como Stephen Moss, inolvidable biógrafo del chochín (The wren, Square Peg, 2018), o Tim Birkhead, el hombre que más sabe de huevos (Una sutil perfección, Libros del Jata, 2018)) y autor de una amenísima historia de la ornitología (La sabiduría de las aves, misma editorial, 2019). Ackerman acaba de publicar, de nuevo en Ariel, La conducta de los pájaros, en la que nos lleva otra vez en un viaje apasionante a asombrarnos ante las capacidades de las aves, descubriéndonos características de ellas que dejan poco menos que patidifuso, incluida la necrofilia entre patos azulones del mismo sexo.

Citando al añorado E. O. Wilson (“visto un pájaro, no los has visto todos”), la autora explica la amplia gama de conductas de diferentes especies. Si eso a un lector común le puede hacer encogerse de hombros, baste con apuntarle que las chovas secuestran y esclavizan a las crías de otros grupos (cosa que solo estaba acreditada entre las hormigas y nosotros, los humanos), y que comportamientos que nos reservábamos, como hacer trampas y manipular, pero también el altruismo, la cultura, el juego, la arquitectura y planear el futuro, se dan en los pájaros. Ackerman nos recuerda que hay más de 10.000 especies de aves (muchos birders suspirarán al recordar la cifra de lo que se puede ver, si te alcanzan la vida y el bolsillo) y que varían tanto como lo que va de los cuatro gramos del colibrí coliancho a los 45 kilos del casuario gigante (12.000 veces más), capaz de matar a un hombre; de los 12 centímetros de envergadura del reyezuelo (que hay en mi jardín) a los tres metros del cóndor andino (que no hay; por suerte para el gato).

De los grandes voladores como el azor “rey del eslalon aéreo” al pingüino, que no vuela pero es el mejor buceador del mundo (se ha registrado una inmersión de 27 minutos cogiendo aire una sola vez), pasando por el viajero charrán que en los 30 años de su vida migratoria puede llegar a volar 2,4 millones de kilómetros (eso sí que ha de dar puntos), el equivalente a tres viajes de ida y vuelta a la Luna, la vida de los pájaros es desde luego un portento. Que se lo digan a la cacatúa que menciona Ackerman, capaz de coreografiar sus propios pasos de baile al ritmo de Queen, o la gaviota que aprendió a utilizar un camión para desplazarse como pasajera (la detectaron con geolocalizador viajando a 120 kilómetros por hora y nadie se lo explicaba).

Un chochín común.

El libro de Ackerman explora el habla, el trabajo, el juego (nunca compita con un cuervo), el amor y la cría de los pájaros (véase también Los sentidos de las aves, de Birkhead, Capitán Swing, 2019) y denuncia los prejuicios sexistas que han perjudicado el estudio ornitológico, centrado tradicionalmente en los machos (observadores y observados): resulta que las hembras también cantan. Tiene la obra mucho de literatura de viajes, no solo por las aves migratorias sino por la propia autora, pues se desplaza, y nosotros con ella, a lugares remotos y salvajes, especialmente esta vez de Australia, donde vive aventuras entre arañas letales y serpientes peores. También nos presenta a grandes estudiosos de campo (gente interesante y a menudo muy divertida) que nos explican sus últimas averiguaciones y peripecias, como Sean O’Donell, al que le mordió y casi lo mata una cascabel muda al pisarla mientras observaba la interacción entre aves y hormigas legionarias.

Entre tantísimas cosas interesantes (las aves aprenden dialectos, los carriceros políglotas, reyes del plagio, Dj’s emplumados, mezclan voces de hasta doscientas especies pero no tienen ningún canto original; los carboneros depredan murciélagos; existen aves que al parecer provocan fuegos a propósito para atrapar a los animales que huyen) hay también espacio para la mejor literatura, como cuando Ackerman describe las gloriosas melodías del ave lira soberbia ―capaces asimismo de imitar una motosierra― o el canto tintineante de una colonia de mieleros cejinegros: “Como si hablaran las estrellas”. A retener la frase (argumentada): “En cuanto a variedad, la vida sexual de las diferentes especies de pájaros es difícil de superar”.

Una deliciosa sorpresa es Mirad las aves del cielo, del polaco Stanislaw Lubienski (Volcano, 2021), en el que la observación de pájaros se junta con una sensacional capacidad para explicar historias y un lirismo (“junto a los abedules crujen cobardemente los álamos”) que recuerda al de algunos de los mejores poetas compatriotas del autor: es imposible no escuchar ecos de Milosz, Herbert, Zagajewski o Szymbroska en las páginas. Este libro, ganador del premio literario Nike 2017, es uno de esos en los que puedes apreciar toda la capacidad de emocionar que tiene el mundo aéreo. Lubienski, fan del aguilucho cenizo (candidato finalista por cierto a ave del año 2022 en España), escribe de su interés por los pájaros mezclándolo con impresiones sobre la cultura (especialmente la pintura) y la historia y la ornitología de Polonia y unas descripciones memorables de los parajes de su país, incluidos los parques de Varsovia, por los que se mueve en busca de aves, observándolas y anillándolas.

Cientos de miles de flamencos se concentran en las orillas del lago Nakuru, uno de los lugares más fascinantes del mundo para ver aves.SANTOS CIRILO

Montones de regalos en el libro, desde un poema de Kapuscinski sobre la lavandera cascadeña o unas líneas del Pan Tadeusz de Mickiewicz (“el azor bajo los claros azules colgantes bate sus alas como mariposa a un alfiler clavada”) a la visión iniciática de un chorlito dorado bajo la pálida luz de la noche; cosacos zaporozhianos cabalgando entre pelícanos, y párrafos tan hermosos como este: “El vuelo accidental de un picapinos siempre atrapará tu mirada. Nunca permanecerás indiferente frente a la brillante belleza de los primeros estorninos de primavera. Siempre te detendrás al oír un canto desconocido. Y nunca dejarás de observar”. En polaco, nos cuenta Lubienski, al martín pescador se lo denomina zimorodek, “nacido en invierno”.

También cuenta anécdotas como que en las granjas polacas era tradición criar una cigüeña, a la que se cortaba las alas, para que cazara ratones; la última cena de Mitterrand a base de hortelanos al armagnac, o el origen ornitológico de James Bond (Ian Fleming tomó el nombre del autor de una guía de pájaros y hay algún guiño en las películas: en 007 contra el doctor No, Bond le dice a Ursula Andress que ha viajado a Cuba para ver pájaros, y el personaje de Halle Berry en Muere otro día se llama Jinx, el nombre científico del torcecuello). A señalar la presencia en las páginas de muchos conocidos: Jonsson, Birkhead, Franzen, la legendaria ornitóloga Phoebe Snetsinger, o el siniestro observador de pájaros de Auschwitz, Günther Niethammer, eminente ornitólogo afiliado a las SS. También el propio Baker (1926-1987) de El peregrino, al que Lubienski dedica un capítulo en el que visita su tumba (cabría decir que peregrina, en efecto) y explica que el autor de uno de los libros más maravillosos sobre las aves era corto de vista (parece que confundía a los halcones con los cernícalos, un fallo que nos tranquiliza a muchos), nunca se sacó el carnet de conducir y “se enamoró tarde de las aves, pero fue un amor apasionado”.

Jonathan C. Slaght con un búho pescador, en la región rusa de Primorye..Sergei Avdeyuk/Amur-Ussuri Centre for Avian Biodiversity

Otro libro sensacional de aves, de lo mejor que se ha escrito sobre el tema, es Owls of the Eastern ice, de Jonathan C. Slaght (Penguin, 2020; en marzo lo publicará Siruela como Búhos de los hielos del Este, una apasionante expedición). Se trata del relato de las campañas de búsqueda, estudio y preservación en Rusia oriental, el Far East ruso, del búho pescador de Blakiston o búho manchú ―el búho más grande del mundo en competencia con el búho real― llevadas a cabo con tesón y grandes fatigas por el autor, un especialista estadounidense buen conocedor de la zona. Slaght narra la apasionante aventura de localizar a esas aves (y luego de capturar ejemplares para colocarles rastreadores y averiguar su comportamiento) en las extensiones salvajes de la remota provincia de Primorye, en un ambiente no muy distinto al que encontró el explorador Vladimir Arsenyev, el célebre capitán de Dersu Uzala.

En compañía de tipos rusos realmente duros, cazadores, fanáticos del vodka y traficantes de penes de ciervo (un afrodisiaco local), el autor se adentró en los inhóspitos parajes de aquellas extensiones indómitas afrontando incomodidades (30º bajo cero) y peligros sin cuento en pos del raro búho que se alimenta de salmones y puede arrancarte un testículo, Dios no lo permita, como le sucede a un furtivo que trata de capturar uno. Un libro excepcional, pleno de emoción, que descubre, para tratar de salvarlo, un animal extrañísimo y una de las regiones más misteriosas y agrestes del mundo. La historia guarda muchos puntos de contacto con esa otra joya que es El tigre, de John Vaillant (Debate, 2011): y aquí también salen esos grandes felinos del Amur, que ocasionalmente atacan y devoran seres humanos (distraerse escudriñando el cielo en busca de búhos tiene ese y otros riesgos).

Los búhos de Picasso y Harry Potter

Una última novedad es precisamente Búhos, del célebre zoólogo y etólogo Desmond Morris (en la colección Naturalezas de la editorial Adriana Hidalgo, 2021), un simpático librito sobre las rapaces nocturnas que repasa el papel de estas en la antigüedad, las supersticiones relacionadas con ellas, su simbolismo y las creencias asociadas con tal o cual especie (los cheroquis creían que si te mojabas los ojos con agua en la que se hubiera sumergido plumas de búho veías mejor por la noche). En Gales si un búho ulula dentro de casa significa que una chica ha perdido su virginidad. Morris reconoce (y en esto está de acuerdo Ackerman) que los búhos, pese a su fama, no se cuentan entre las aves más inteligentes: todo es pose. El libro, que recorre la presencia de estos pájaros en el arte, incluye cosas tan curiosas como los personajes famosos que han tenido búhos de mascotas, entre ellos Picasso y Florence Nightingale (un mochuelo), aparte de, claro, Harry Potter: un búho nival hembra llamado Hedwig al que interpretan en las películas siete distintos búhos machos (más pequeños y fáciles de manipular).

Los expertos recomiendan

Este diario ha pedido a algunos expertos en pájaros que digan sus libros favoritos sobre aves. La fundadora de la asociación Lechuzas Pajareras, que junta ornitología y feminismo, Uca Díaz, apunta Pajarero y Aves que veo en invierno. El ornitólogo José Luis Copete recomienda H. de halcón y In search of Artic Birds, de Richard Vaughan (Poyser, 2010). José David Muñoz, director de la Radio del Somormujo, cita El fin del fin de la Tierra, de Jonathan Franzen (Salamandra, 2019). Mientras que dos fogueados especialistas como son el ornitólogo Jordi Sargatal y Francesc Kirchner, propietario de la veterana tienda barcelonesa de naturaleza Oryx y director del Delta Birding Festival, eligen como sus favoritos sendas guías de identificación. El primero la famosa Petersen, de la que una edición de 1971 se convirtió en su personal grial pajaril, y el segundo la de Heinzel, Fitter y Parslow, de la que venera un ejemplar de los primeros años ochenta entre cuyas páginas conserva dos plumas de chotacabras.

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