‘Belfast’: Kenneth Branagh entrega una película muy bonita y sin enjundia, directa a los Oscar

El cineasta ha volcado en la figura del simpático pelirrojo Buddy su propio yo de la infancia, sus sensaciones, sus ilusiones y sus (pocos) miedos

Jamie Dornan, Caitriona Balfe, Jude Hill y Lewis McAskie, desde la izquierda, en 'Belfast'.

Vivir para contar. Kenneth Branagh nació en Belfast en 1960, en el seno de una familia protestante que, cuando él tenía nueve años, decidió trasladarse a Inglaterra para huir de la violencia. El niño protagonista de Belfast, su nueva película como director, gran favorita para las inminentes candidaturas a los Oscar, ambientada a finales de la década de los sesenta, tiene su misma edad en aquellos años de enfrentamiento en Irlanda....

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Vivir para contar. Kenneth Branagh nació en Belfast en 1960, en el seno de una familia protestante que, cuando él tenía nueve años, decidió trasladarse a Inglaterra para huir de la violencia. El niño protagonista de Belfast, su nueva película como director, gran favorita para las inminentes candidaturas a los Oscar, ambientada a finales de la década de los sesenta, tiene su misma edad en aquellos años de enfrentamiento en Irlanda.

No hay duda: Branagh ha volcado en la figura del simpático pelirrojo Buddy su propio yo de la infancia, sus sensaciones, sus ilusiones y sus (pocos) miedos. Eso sí, el desigual pero tantas veces interesante director de magníficas aproximaciones shakespearianas (Enrique V, Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, En lo más crudo del crudo invierno), un reivindicable ejercicio de estilo hitchcockiano (Morir todavía), un influyente drama generacional (Los amigos de Peter), y unos cuantos resbalones considerables, comenzando por su anabolizante versión del Frankenstein de Mary Shelley, ha huido de la reflexión política y religiosa acerca del problema irlandés, y ha sellado su película con un concepto tan incuestionable como la tolerancia. Sin posibles escalas de grises. En su guion no hay ni rastro de la formación del IRA Provisional o del papel vigilante (o castrador) del ejército británico. Tan solo (o nada menos que), las fanáticas acciones de intolerancia contra los católicos por parte de ciertos poderes protestantes, con el objetivo de marcarlos y echarlos de sus barrios con la ayuda del cóctel molotov.

En un precioso blanco y negro, con elegantes movimientos de cámara que nunca pretenden la invisibilidad o la sencilla cotidianidad realista, sino la meridiana sensación de estar ante una representación, ante una película sobre una época, ante un sueño nostálgico (algo indulgente), Belfast se conforma así como una bonita fábula sobre el dolor, como un cuento de iniciación. Las poderosas canciones de Van Morrison envuelven un relato de pérdida de la inocencia, pasión por los abuelos y encuentro con el primer amor, que acaba articulándose como un melodrama: entre cómics (y un guiño a sí mismo de Branagh con Thor), juegos infantiles, imborrables películas en los cines y en la televisión, y porterías de fútbol pintadas con tiza en los muros de las calles. Aunque también entre barricadas, tanto físicas como metafóricas, en unos tiempos, según la historia escrita por Branagh, no aptos para la complejidad: días de “o estás con nosotros, o estás contra nosotros”, de encendidas diatribas religiosas lanzadas a grito pelado en los púlpitos sacerdotales.

Desde su diseño de producción y sus hermosos juegos con el color, cuando el niño protagonista y su familia acuden al cine y al teatro y éstos aparecen en tonos brillantes, contrastando con su vida en blanco y negro, la obra de Branagh está asentada en una cierta idealización (incluidos los guapísimos padres: Caitriona Balfe y Jamie Dornan), en la que el retrato mafioso de los intolerantes que se vuelca en la historia no admite matices. Y sin medias tintas, en tierra y época de enorme complejidad, la trascendencia se empequeñece.

Es posible que, al menos para este crítico, Belfast no sea, por sus características y objetivos, el peliculón inolvidable del que se hablaba en algunos ámbitos, marcado como gran favorito al Oscar a la mejor producción del año. Una categoría, la de obra mayor —con independencia de los premios de la academia—, a la que podría haber aspirado con algo más de profundidad y de perspicacia, porque poco tienen que ver la belleza estética y la ausencia de una crudeza verdadera, intuida pero que nunca acaba de turbar. Ahora bien, Belfast quizá sí sea la obra tierna y amable, reluciente y esperanzadora, de festivo metraje de apenas hora y media de duración, que demandan sentimentalmente estos días globales tan entristecidos.

BELFAST

Dirección: Kenneth Branagh.

Intérpretes: Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds.

Género: melodrama. Reino Unido, 2021.

Duración: 98 minutos.

Estreno: 28 de enero.

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