Violeta Serrano: “Asumamos que esa imagen de paraíso que tenemos todos de nuestro futuro no va a existir”
La escritora, que tiene tres carreras, forma parte de la generación perdida: tuvo que poner rumbo a Argentina. Convertida en un ser híbrido y global, publica un libro en el que aconseja abandonar las ciudades y hacer comunidad
Violeta Serrano, 34 años, pasó su infancia en Val de San Román, un pueblo de León de menos de 100 habitantes. Tras estudiar en la Universidad Autónoma de Barcelona tres carreras con Premio Extraordinario (Filología Hispánica, Filología francesa y Teoría de la Literatura y Literatura comparada), en 2013 —con la crisis pegando fuerte—, se vio abocada a buscarse la vida en otro país. Probó suerte en Francia, donde una mujer le gritó por la calle que buscara trabajo en otro lugar. Hizo las maleta...
Violeta Serrano, 34 años, pasó su infancia en Val de San Román, un pueblo de León de menos de 100 habitantes. Tras estudiar en la Universidad Autónoma de Barcelona tres carreras con Premio Extraordinario (Filología Hispánica, Filología francesa y Teoría de la Literatura y Literatura comparada), en 2013 —con la crisis pegando fuerte—, se vio abocada a buscarse la vida en otro país. Probó suerte en Francia, donde una mujer le gritó por la calle que buscara trabajo en otro lugar. Hizo las maletas y puso rumbo a Argentina, donde fue “una emigrante del norte en el sur, lo que cambia el arco de oportunidades”, escribe en Flores en la basura. Un relato personal de la generación perdida, de Ariel, que se publica este miércoles. Ahora vive a caballo entre ambos países. En España coordina un máster e imparte clases en una universidad privada, y en Argentina dirige dos posgrados en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO-Argentina. También escribe poesía. Habla, es sorprendente, con auténtico acento porteño, aunque mantiene intacta su seriedad leonesa.
Pregunta. Escribe: “Soy una privilegiada, pero eso no me hará callar”.
Respuesta. Quería dar voz a una generación que no es muy comprendida. Otras generaciones creen que nos quejamos de vicio y no pueden entender qué es lo que te pasa cuando te encuentras con un muro para desarrollarte como adulto. Y creo que es el momento de asumir que esa imagen de paraíso que tenemos en la mente sobre nuestro futuro imaginado no va a existir, no va a estar más. No pasa nada: tenemos las capacidades para construir un futuro distinto.
P. ¿Qué le impulsó a ponerse a escribir?
R. Hay mucha queja y mucho movimiento nostálgico. Volvemos al pasado no solo porque el futuro nos inquieta, sino porque no tenemos posibilidad de pensar un futuro. Eso es un problema. Tendríamos que tener en todo caso nostalgia del futuro, pero no del pasado.
P. ¿Qué ha aprendido de su experiencia?
R. Haber vivido en Latinoamérica me ha enseñado que efectivamente estamos mal, pero que estamos mejor que en otros países que, sin embargo, no se paran a llorar. Siguen avanzando. Si los que salieron como yo y los que se quedaron aquí nos juntáramos, podríamos hacer alianzas muy interesantes. Hay que mirar hacia fuera y hacia dentro.
P. Moraleja: llorar no sirve de nada.
R. Llorando no construimos un futuro para nosotros. Pregunto: ¿por qué queremos seguir viviendo en las grandes ciudades? En la España vacía tenemos una estructura. Yo ahora he regresado a mi pueblo y teletrabajo desde allí ¡con fibra óptica! Si los que tenemos la opción de teletrabajar regresamos a la España rural, habrá más demanda de servicios. Hoy las grandes capitales son centros turísticos. Tenemos que idear formas y maneras de dejar de pegarnos con un muro, de intentar vivir bien en lugares en los que con el poder adquisitivo que tenemos, es imposible que eso suceda.
P. ¿Ha cambiado la idea que tenía del migrante antes de convertirse usted misma en uno?
R. No me había parado a pensar en ello, simplemente me convertí en ello por exigencias del momento. Después me di cuenta de que todos tenemos algo de migrante: hemos pasado de un siglo XX a un siglo XXI completamente distinto, nos hemos tenido que adaptar, salir de nuestra zona de confort. Eso es lo que hace todo migrante. Todos los lugares, por malos que sean, tienen su zona de confort y tienes que adaptarte a un lugar nuevo. Es un aprendizaje difícil, pero es un aprendizaje muy grande y de hecho te conviertes en una especie de maestro dentro de este mundo tan incierto.
P. ¿Ha visto algo que le haya sorprendido o llamado la atención?
R. Ellos están mentalmente preparados para perderlo todo de un día a otro porque les ha pasado antes a sus padres y a sus abuelos. Nosotros no sabemos qué es eso.
P. ¿Y de qué forma eso lo cambia a uno?
R. Para ellos lo más importante es su gente. Y compartir lo bueno que les pasa. La gente está muy unida. Si lo hubiéramos perdido todo, quizá generaríamos más comunidad. Tenemos que dejar de comportarnos de una forma tan individualista.
P. ¿De dónde se siente? ¿Una leonesa porteña, una argentina que vive en León?
R. He aprendido a no hacerme esa pregunta. No tengo por qué clasificarme en una cosa o en otra. Soy una mezcla de argentina de España; y en España, una leonesa que estudió en Cataluña y vivió en Madrid. Somos todos seres globales, seres híbridos con identidad local, porque si no, la extrema derecha se hace cargo de esta identidad flotante que tenemos todos y nos vamos a movimientos muy oscuros.