Horacio Castellanos Moya: “No hay manera de que un imperio caiga sin una guerra”
El gran cronista del último siglo en El Salvador pone contra las cuerdas al protagonista de su nueva novela al enfrentarlo a sus valores arcaicos y machistas
Horacio Castellanos Moya dice que se quedó “como ya, cansado del personaje, dejémoslo ahí hundido en Estocolmo, ya veremos qué hace”. Erasmo Aragón, periodista e historiador, es el protagonista de El hombre amansado (Literatura Random House), su nueva novela, y lo fue también de Moronga (2018) y de El sueño del retorno (2013). “Está formado dentro de un marco de valores de ...
Horacio Castellanos Moya dice que se quedó “como ya, cansado del personaje, dejémoslo ahí hundido en Estocolmo, ya veremos qué hace”. Erasmo Aragón, periodista e historiador, es el protagonista de El hombre amansado (Literatura Random House), su nueva novela, y lo fue también de Moronga (2018) y de El sueño del retorno (2013). “Está formado dentro de un marco de valores de una zona muy precisa que es Centroamérica”, explica el escritor, “y cuando sale hacia Europa o Estados Unidos se ve confrontado con sistemas de valores distintos. Cuando hablo esta vez de amansamiento quiero decir que ese hombre tiene que ir despojándose de los valores sobre los que construyó su personalidad, que tienen que ver con la virilidad, el machismo o la supremacía de la fuerza, para adaptarse a otro mundo. Y no está preparado para hacerlo, por eso le resulta tan duro. Ya no es un niño, es una persona mayor que tiene su estructura mental cristalizada y que no puede convertirse de la noche a la mañana a lo políticamente correcto. ¿Qué hace si se quita esos valores, qué pone en su lugar, cómo ocupa el vacío que dejan?”.
El hombre amansado arranca con un Erasmo Aragón abatido tras haber sido acusado de abusar sexualmente de una adolescente guatemalteca. “Lo corren de la universidad en la que trabaja en cuanto saben de la denuncia y él se hunde e ingresa en una clínica psiquiátrica”, apunta Castellanos Moya. Lo juzgan, lo absuelven, no era más que una infamia, no hay nada, pero se quedó sin empleo y sin planes de futuro. “Es un hombre formado y con experiencia de la vida que de pronto se enfrenta a una sociedad que lo condena antes de haberlo juzgado, y lo quiebra. La novela arranca ahí, cuando tiene que reconstruirse, no voy a decir si con éxito o infructuosamente, y la historia se desarrolla en Estocolmo. Quería que ese tipo que viene de sociedades fanáticas, violentas y machistas viviera en el clima de tolerancia e igualdad de una de las sociedades más avanzadas en derechos”.
Entre Castellanos Moya y Erasmo Aragón hay puntos de contacto. En El sueño del retorno, el personaje quiere regresar de México a El Salvador para participar tras la guerra civil que ha vivido su país en la construcción de la democracia desde posiciones de izquierda, como le ocurrió al escritor. Y como le sucede también a él, en Moronga su personaje es profesor en Estados Unidos e investiga la historia del escritor y guerrillero salvadoreño Roque Dalton que murió en trágicas circunstancias. “No hay nada de autoficción”, explica, “los problemas fundamentales y las características del personaje están construidos desde la ficción. No es un alter ego, no soy yo: nunca he vivido con una enfermera sueca, no he estado internado en un hospital, nunca me han acusado de acoso sexual. Pero lo coloco en lugares en los que he vivido para darle mayor verosimilitud a lo que le pasa”.
Horacio Castellanos Moya nació en 1957 en Tegucigalpa, Honduras, pero se trasladó a El Salvador a los cuatro años y es ese país el que empapa cada nervio de su obra. Ha trabajado como editor en revistas, diarios y agencias de prensa; su primera novela, La diáspora, es de 1989. Vivió 13 años en Ciudad de México, pero también lo hizo en España, Alemania, Canadá, Suecia y otros países latinoamericanos. De la veintena de libros y cuentos que ha publicado, hay varios que arman una suerte de Episodios nacionales que reconstruyen el siglo XX de El Salvador a través de la familia Aragón, de la que Erasmo es el último vástago: la lucha contra la dictadura de Martínez, la guerra contra Honduras, el conflicto que enfrentó a los salvadoreños entre sí —que narra a través de los sirvientes de la familia—, la construcción de la democracia, la salida al extranjero, el presente.
“Es fácil resumir la historia de El Salvador en el siglo XX”, explica Castellanos Moya. “Desde 1930 hasta 1980 vivió lo que puede llamarse una tiranía militar con distintas expresiones y distintos coroneles. De 1980 al 1990 fue la guerra civil. Durante los siguientes años, los dos bandos construyen la democracia con todos sus componentes formales, bastante perfecta para la experiencia del país, pero no consiguen crear un sólido tejido social con una educación y una sanidad fuertes. Treinta años después y a través del voto popular llega al poder un caudillo mesiánico que acaba con las instituciones y está creando un régimen político sui generis. La gente está contenta con Bukele, mal asunto. Y cuando pierda el apoyo popular tendrá el del ejército. Es un salto a los años veinte, el preludio de lo que lo llegó en los treinta: la dictadura”.
—¿No hay algo que rima en todo esto con el resto del mundo?
—Bukele es una expresión local de lo que está pasando en otras partes. Ahí tenemos a la mitad del pueblo francés entusiasmado por la señora Le Pen o a Estados Unidos, que ya eligió una vez a Donald Trump y seguramente lo volverá a elegir. Hay otros muchos ejemplos de países con un alto grado de civilización que han optado por autodestruirse. Lo hacen desde dentro, liquidando a partidos e instituciones.
Castellanos Moya habla de la violencia de las maras en El Salvador (“la parte gangrenada de la sociedad”), comenta que no habrá progreso por el desarrollo de la tecnología (“te dan un móvil, pero eso no te quita las viejas pasiones”), se refiere a la guerra en Ucrania: “El imperio soviético fue derrotado en los noventa sin guerra, se carcomió desde dentro, pero no hay manera de que un imperio caiga sin una guerra, tenía que ocurrir para darle la mayor paliza. Y Putin cayó en la emboscada, no tenía salida. Quería relanzar el imperio ruso y se encuentra peleando por una provincia así de chiquita”. Y hace un ademán juntando los dedos.
—¿Y Latinoamérica?
—Es un continente a la deriva. No hay un elemento catalizador que explique lo que sucede, las diferencias son demasiado grandes entre un Boric en Chile y un Ortega en Nicaragua, por ejemplo. Y ya no se piensa en Latinoamérica como pensaron el continente a principios del siglo XX intelectuales como Alfonso Reyes, Ureña, Andrés Bello, Vasconcelos… Solo se piensa a través de las instrucciones que nos dan las metrópolis. Un caos.
Un continente a la deriva, lo mismo que un hombre sin brújula como en su última novela: “El problema viene cuando tienes que transformarte demasiado rápidamente y no lo consigues y piensas que no hay sitio para ti en el mundo. Es importante el proceso, el que siguieron poco a poco los países avanzados para afianzar los derechos de las mujeres, de las minorías étnicas, de los colectivos LGTB. ¿Cómo vas a irle a hablar de corrección política a El Mencho, que controla el Cartel Jalisco Nueva Generación y que es tan poderoso como el ejército mexicano, el hombre más buscado por el FBI y la DEA, que tiene mucha gente bajo sus órdenes y con su idea del mundo? ¿Cómo le vas a hablar de eso, cómo vas a sacarlo de sus ideas arcaicas, machistas, violentas, criminales? Porque nosotros creamos que el mundo no debe ser así, el mundo va a dejar de ser así. Los procesos de cambio son bien complicados