‘Mr. Wain’: ni Benedict Cumberbatch salva al gato psicodélico

H. G. Wells proclamó en 1927 en un programa de radio que Louis Wain, más que un ilustrador, era el inventor de un estilo de gato, “una sociedad de gatos, todo un mundo de gatos. Los gatos ingleses que no se parecen a los gatos de Louis Wain se avergüenzan de sí mismos”. Protagonizada por Benedict Cumberbatch, Mr. Wain, o La vida electrizante de Louis Wain, es un biopic que quiere parecerse (aunque en realidad no ...

H. G. Wells proclamó en 1927 en un programa de radio que Louis Wain, más que un ilustrador, era el inventor de un estilo de gato, “una sociedad de gatos, todo un mundo de gatos. Los gatos ingleses que no se parecen a los gatos de Louis Wain se avergüenzan de sí mismos”. Protagonizada por Benedict Cumberbatch, Mr. Wain, o La vida electrizante de Louis Wain, es un biopic que quiere parecerse (aunque en realidad no se atreve) a los dibujos de su protagonista para acabar siendo un pastiche demasiado caricaturesco sobre la vida de este artista, inventor y empresario británico. De hecho, lo mejor de toda la película llega en unos créditos finales que reproducen algunos de sus fascinantes dibujos, una locura colorista de la que el filme de Will Sharpe apenas saca provecho.

Por desgracia, todo el potencial visual y narrativo de una historia marcada por la muerte, la soledad y la sombra de la esquizofrenia se queda diluido en un guion y una dirección embarullada que viste de drama familiar un filme que también apela al cuento infantil a través de una narradora omnipresente que hace saltar todas las alarmas desde el principio.

El peso de la película cae sobre los hombros de su actor principal, Benedict Cumberbatch, cuyo histrionismo en el retrato de Mr. Wain no acaba de capturar las motivaciones profundas del personaje. La obsesión de Wain por pintar gatos nació a raíz del cáncer de su esposa, Emily Richardson, y de la conexión de ella con el gato de la casa, Peter. Los dibujos de estos animales en situaciones humanas llevaron a Wain a ilustrar decenas de cuentos infantiles, periódicos, calendarios y postales. Solo en algunas secuencias, las más íntimas y dolorosas, las que rodean a la enfermedad de Emily Richardson, cómplice absoluta del genio de su esposo, el filme logra traspasar una puesta en escena que se pierde en la excentricidad más superficial del personaje.