Hermano lobo

La antipatía que crean los animalistas obedece a que se presentan como defensores de los animales, cuando se mueven más por el sectarismo político que por el afecto

Un hombre pasea a su perro en la playa de El Saler (Valencia) el pasado martes.Kai FORSTERLING (EFE)

No tengo idea de cuándo comenzó nuestra historia común con los animales domésticos más familiares, como los perros. Al parecer, el lugar más antiguo donde compartieron su vida con los humanos fue Asia, quizás Siberia. Ya llegado el Neolítico, cuando comenzamos a trabajar las primeras utilidades agrícolas y sus granjas, nos siguieron a Oriente Medio. De esto hará más o menos 12.000 años. Desde entonces, y para mejorar su rendimiento en ...

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No tengo idea de cuándo comenzó nuestra historia común con los animales domésticos más familiares, como los perros. Al parecer, el lugar más antiguo donde compartieron su vida con los humanos fue Asia, quizás Siberia. Ya llegado el Neolítico, cuando comenzamos a trabajar las primeras utilidades agrícolas y sus granjas, nos siguieron a Oriente Medio. De esto hará más o menos 12.000 años. Desde entonces, y para mejorar su rendimiento en las diversas tareas que se les exigían, fueron creándose por hibridación distintas razas que llegan a las 350, según la Federación Cinológica Internacional.

Todos los perros, al parecer, descienden del lobo y no es difícil imaginar a aquellas fieras hambrientas en los rigurosos inviernos nórdicos arrimándose cada vez más a los poblados de cazadores para robarles alguna piltrafa, hasta que, poco a poco, fueron adoptando una conducta pacífica. Pudo ser un proceso muy lento o, como habrán observado quienes han convivido con estos animales, repentino, si fueron ellos los que decidieron adoptar a los humanos. No es raro encontrar a un animal abandonado, perro o gato, temiblemente fiero e intratable, hasta que, de golpe, mediante una decisión enigmática, te mira de modo incisivo y se deja coger, cuidar y adoptar.

Nuestro trato con animales domésticos es más antiguo que las cuevas paleolíticas y aunque hay gente de mala entraña que los maltrata, la mayoría hemos aprendido (¡de los animales!) a llevar una vida en común tan agradable para unos como para otros. La mejor prueba de ello es la abundante literatura sobre animales domésticos y las tantas veces emocionantes historias de su fidelidad e ingenio. La última publicación que conozco es una traducción de Zoológico privado (Firmamento), donde Théophile Gautier cuenta un puñado de historias sobre gatos, perros, pájaros, camaleones, lagartijas y caballos que convivieron con el poeta. Hay incluso una estupenda escena en un hostal de Sanlúcar de Barrameda donde aparecieron los camaleones. Es una lectura perfecta para niños, los cuales, creo yo, se encuentran en el inicio de la domesticación de los lobos. De cachorro a cachorro, quiero decir, hasta ser inseparables.

Esta es la razón por la que las leyes que los animalistas quieren llevar a los tribunales están severamente equivocadas. La reacción contraria que han encontrado estos proyectos puede parecer que obedece a la protesta de algunos grupos que aún mantienen una actividad económica con los perros, en tanto que cazadores, por ejemplo. Me parece un error. Yo creo que la antipatía que crean los animalistas obedece a que se presentan como defensores de los animales, cuando en realidad sus motivaciones son puramente ideológicas y muchas veces movidas por el sectarismo político más que por el afecto. Lo cual lleva a la aberrante situación de que incitan a la reproducción de los lobos, pero les son indiferentes las ovejas, los terneros o las vacas cruelmente muertas por los depredadores.

Todos hemos conocido personajes de escasa inteligencia que han maltratado a sus pobres bestias. Merecen una corrección, sin duda, porque seguramente son igual de brutos con sus propios hijos, pero eso no justifica la judicialización generalizada. Son los animales, ellos mismos, los que no lo merecen, y los que, si pudieran, se rebelarían por ser degradados a meras víctimas.

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