Carlos Saura, un coreógrafo de cine
La pasión por la danza del director marcó buena parte de su carrera
La relación profesional entre Carlos Saura y la danza comenzó pronto y casi como un flechazo, él mismo lo contó en varias ocasiones. Tenía veintipocos años y se convirtió en fotógrafo oficial del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Hijo de madre pianista, la música no era ninguna desconocida, pero sí el movimiento del cuerpo, el baile, ante el que quedó hechizado.
De este modo, el enamoramiento con la danza también se produjo a través del objetivo de su cámara, esa extensión de sí mismo con la que m...
La relación profesional entre Carlos Saura y la danza comenzó pronto y casi como un flechazo, él mismo lo contó en varias ocasiones. Tenía veintipocos años y se convirtió en fotógrafo oficial del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Hijo de madre pianista, la música no era ninguna desconocida, pero sí el movimiento del cuerpo, el baile, ante el que quedó hechizado.
De este modo, el enamoramiento con la danza también se produjo a través del objetivo de su cámara, esa extensión de sí mismo con la que miraba el mundo y construyó uno propio, que le acompañó siempre. Es fácil imaginarlo explorando este arte con la fascinación y admiración con las que hablaba de él siempre. Descubrió el esfuerzo, la disciplina, pero también la cercanía y accesibilidad que puede envolver la danza, si se la observa bien. En este sentido, la puso al alcance de todos con el cine musical que cultivó. En cierta ocasión expresó una de las ideas más democráticas y certeras formuladas alrededor de la danza: que es tan amplia y extensa, que no podía haber nadie que no fuera amante de ella. “Todo el mundo tiene un ritmo dentro, bueno o malo, pero está”, explicó en varias entrevistas a propósito de la exposición Carlos Saura y la danza, que se vio en 2021 dentro del festival Danza en la Villa en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.
El flamenco y algunas de sus principales figuras han quedado inmortalizadas en la pantalla grande con películas como Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El Amor Brujo (1985), rutilante trilogía del cine musical español; y con nombres como el de Antonio Gades, con el que Saura confesó haber descubierto el rigor y el esfuerzo máximo del que es capaz alguien y a quien consideró su asesor. Sin duda, las tres películas son joyas de su corona cinematográfica, pero también de la historia de la danza española. Tras el fulminante éxito de Bodas de sangre y Carmen en el Festival de Cannes (Carmen obtuvo la Palma de Oro a la mejor película), Saura se convirtió en abanderado de una nueva manera de hacer cine musical. Se lo dijo en cierta ocasión Robert Wise, director de West Side Story: “Has inventado otra forma de acercarte a la danza a través de la cámara”.
En el nuevo discurso cinematográfico que inventó Saura para la danza, dos procedimientos abanderaron el hallazgo: por un lado, introdujo planos cortos, de detalle, que contrastaban con los planos generales a los que se sujetaba el cine musical americano; por otro, el espacio y la luz se convirtieron en protagonistas de la imagen junto a los cuerpos en movimiento. Y una más, su auténtica pasión como espectador de danza. “A veces, aunque la toma era buena, pedía repetirla por el mero hecho de ver de nuevo a los bailarines”, confesaba el año pasado en una entrevista para el programa Un país en danza, de RTVE.
Otras películas como Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005), Flamenco, flamenco (2010), Jota (2016) y El rey de todo el mundo (2021) suscriben la influyente rúbrica de Saura, que solía ver las coreografías una y otra vez para luego decidir dónde iba la cámara y construir, así, un nuevo discurso corporal. Un coreógrafo cinematográfico que tendió puentes para la danza desde nuevos volúmenes.