Igiaba Scego, la escritora italosomalí que trabaja por construir la identidad negra europea

En el libro ‘Mi casa está donde yo estoy’, traducido al español por Nórdica, la autora bucea en Roma para evocar los recuerdos de Mogadiscio, evidenciando los lazos invisibilizados entre colonizador y colonizado

La escritora italiana de origen somalí Igiaba Scego.Simona Filippini

Igiaba Scego (Roma, 48 años) ve Somalia en ciertos lugares de Roma, como si entre Mogadiscio y la capital italiana se tendieran unas conexiones invisibles, procedentes de una larga historia común de colonizadores y colonizados.

Por ejemplo, el gentrificado barrio del Trastévere, al otro lado del río Tíber, adonde muchos migrantes africanos acuden en busca de ayuda social; o la estación de Termini, lugar de llegada y en...

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Igiaba Scego (Roma, 48 años) ve Somalia en ciertos lugares de Roma, como si entre Mogadiscio y la capital italiana se tendieran unas conexiones invisibles, procedentes de una larga historia común de colonizadores y colonizados.

Por ejemplo, el gentrificado barrio del Trastévere, al otro lado del río Tíber, adonde muchos migrantes africanos acuden en busca de ayuda social; o la estación de Termini, lugar de llegada y encuentro de los somalíes; o la plaza Campidoglio, donde los africanos se han concentrado ante las muertes de los que tratan de alcanzar las costas europeas, pero acaban en el fondo del mar. O el teatro Sistina, donde su padre, Alí Omar Scego, un político destinado a ser un prohombre de la nueva República de Somalia independiente, tras ver un concierto de Nat King Cole, decidió que Italia sería el lugar en el que buscaría refugio si algún día lo necesitaba. Lo necesitó, cuando tuvo que huir de la dictadura de Mohamed Siad Barre, que comenzó en 1969. La familia, que formaba parte de la intelectualidad del país, tuvo que dejar atrás toda esperanza y mudarse a Roma.

En Mi casa está donde estoy yo (publicado en Italia en 2010, pero recién traducido al español por Blanca Gago para Nórdica), Scego elabora la identificación de una comunidad con los espacios urbanos que, a priori, no se le asociarían, y pone de manifiesto otra relación que se conoce desde los sabios antiguos: la del lugar con el recuerdo. Scego trabaja por construir una identidad negra europea. “Cuando era pequeña los únicos referentes que tenía eran los afroamericanos y los africanos, pero no los había de negros que vivieran en Europa”, explica la escritora por teléfono desde Roma, “tengo familiares en España o en Reino Unido, somos una gran diáspora. Pero no se ha hablado del colonialismo, la gente aquí no veía esa conexión histórica de Italia con África, como si nunca hubiera existido”.

Lo explica, además, en un impecable castellano: presume de conocer la literatura española y hasta de haber realizado una investigación sobre la figura del árabe desde el Cantar de mio Cid hasta Cervantes. “Ese estudio me abrió mucho la cabeza”, dice, “Cervantes me ha enseñado mucho sobre la identidad”. En la obra cervantina se resalta el contraste de pieles que se daba en la época, como también en la pintura de Velázquez, véase el retrato de Juan de Pareja o el titulado La mulata; también fue de piel oscura Alejandro de Médici, duque de Florencia, apodado El Moro. En esa recuperación de la identidad negra europea, Scego también cita a la escritora nigeriana y británica Bernardine Evaristo, embarcada en los mismos procesos y autora, entre otras, de la novela Niña, mujer, otras, publicada en España por AdN.

La escritora italiana de origen somalí Igiaba Scego.Simona Filippini

Scego rescata del recuerdo algunas facetas de la cultura somalí que ojalá fueran adoptadas por la Europa individualista y desmemoriada. Por ejemplo, la crianza comunitaria de los niños, que son cuidados por familias y vecindarios enteros (“un hijo nunca es un asunto privado”, escribe, como no lo era en España hace no tanto), o la importancia de las narraciones para la transmisión de los valores y conocimientos de generación en generación. “El cuento es vida: la vida de los antepasados Y la vida del futuro”, dice la escritora, “para mí es muy importante, es experiencia, es historia, me he acostumbrado en familia a oír muchas historias. Hoy la gente no escucha nada… ¡sobre todo en política!”.

Otras costumbres africanas no son tan constructivas, como la mutilación genital que sufrían las mujeres, sobre todo hasta la generación de su madre, víctima de ese tormento que cada vez está peor visto en las propias sociedades africanas. Después de la etapa colonial italiana llegó la dictadura de Siad Barre, y después una guerra civil enconada que, desde 1991, no acaba de terminar y que mantiene al país dividido en pequeños territorios dominados por diferentes clanes. Cuando la guerra comenzó su madre estaba en el país y permaneció desaparecida durante dos años, como relata en una de las partes más sobrecogedoras del libro. No sabían si estaba viva o muerta. En esos dos años solo logró contactar en una ocasión, y en aquella llamada telefónica arriesgó más la vida que en la guerra entera.

“La guerra ya no es como lo era antes, pero tampoco es que haya paz”, dice la autora, “hay terrorismo, muchas drogas…. Las mujeres están utilizando las drogas de forma absurda, la gente muere. Las cosas no son fáciles. Tal vez hagan falta una generación o dos para salir de esa situación”. Sobre la complicada historia reciente del país del Cuerno de África, cruce de caminos y culturas, y los retos que enfrenta, acaba de aparecer otro volumen: Historia de Somalia (Catarata), de Pablo Arconada Ledesma.

El reto de la migración

Las cuestiones migratorias son candentes en Italia, por las polémicas políticas antiinmigración de Matteo Salvini y el reciente Gobierno de ultraderecha de Giorgia Meloni. “Todo el mundo me pregunta por Salvini y Meloni”, dice Scego, “pero el problema es de Europa, es que falta una buena política europea para los migrantes de Sur global”. En su opinión, habría que permitir entrar legalmente a los africanos, crear programas para que pudieran formarse en Europa y regresar con ese conocimiento a sus países. “No estoy diciendo que se abran las fronteras ni nada parecido, estoy diciendo que se hable entre países y que se llegue a acuerdos, porque es que no están hablando”, dice con indignación.

Scego anda estos días presentando en su país su nuevo libro, Cassandra a Mogadiscio (Bompiani), donde regresa a la no ficción para relatar otros aspectos de su vida. “La no ficción es muy política”, dice, y le sirve para dejar testimonio de las experiencias de los europeos negros, “lo que pasa en la piel, lo que pasa en una sociedad que enfrenta un racismo estructural”. En Mi casa está donde estoy yo se enfoca los primeros veinte años de su vida, donde aparecen las zozobras y las incertidumbres de la adolescencia, cuando Scego no estaba conforme con su piel, con su cuerpo, con su herencia cultural. No quería hablar somalí, quería confundirse con la masa blanca, aún no había leído a Malcolm X. Pasó episodios de bulimia.

Son, además, los años en el que se fraguó el “caos somalí”, según lo describe, pero también en los que se dan grandes cambios en una Italia que, como otros países europeos, pasó de ser un país de emigrantes a un receptor de inmigración. No solo eso: también pasó de “la televisión ñoña a la televisión comercial, de la política a la antipolítica, del puesto fijo a la precariedad”. “Y yo soy el fruto de todos esos lazos caóticos y entretejidos”, escribe Scego.

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