Los seres mitológicos
Aguarda una noche en la vida de toda persona que piensa qué fue de las promesas. Se mira uno en el espejo y no proyecta más que decepciones, o muchas dudas, que son peores
Aguarda un momento en la vida de toda persona que le queda menos por vivir que lo que ha vivido. Se pasa uno pensando en la llegada de los abriles cuando, de repente, la cabeza se acostumbra a recordar con añoranza aquellos agostos. Se vive más en octubres o quizá noviembres, que no son el fin de nada, pero que avisan de que el año no es eterno. Nada lo es, ni siquiera lo que permanece. La memoria puede también esfumarse, caer en un agujero hondo y oscuro o volverse tan loca que es como un tren oxidado y sin viajeros. Aguarda, por tanto, un momento en el que se suspira por todo o por nada. Y e...
Aguarda un momento en la vida de toda persona que le queda menos por vivir que lo que ha vivido. Se pasa uno pensando en la llegada de los abriles cuando, de repente, la cabeza se acostumbra a recordar con añoranza aquellos agostos. Se vive más en octubres o quizá noviembres, que no son el fin de nada, pero que avisan de que el año no es eterno. Nada lo es, ni siquiera lo que permanece. La memoria puede también esfumarse, caer en un agujero hondo y oscuro o volverse tan loca que es como un tren oxidado y sin viajeros. Aguarda, por tanto, un momento en el que se suspira por todo o por nada. Y este es muy parecido, o al menos cercano, a ese momento en el que los seres mitológicos dejaron de existir.
Las canciones vienen de más allá del horizonte, de un lugar inalcanzable, de la tierra desconocida. Las canciones fueron creadas por seres mitológicos cuando todavía no sabíamos bien qué eran las canciones. Estábamos aprendiendo a abrir puertas, cruzar umbrales o saltar verjas y nos empujaban sus sonidos, esas músicas repletas de remolinos de vientos, olas salvajes, soles redondos o lunas en órbita. Esos sonidos más perfectos que los sueños.
Hoy es mayo y recuerdo un abril en el que sonó una canción. Unas guitarras alegres, unos colchones de órgano y una voz abriéndose paso con zancada firme. Era música llegada de un lugar tan remoto que no podría ni existir. Tenía el walkman agarrado con las dos manos, la cabeza apoyada en la ventanilla y la mirada intentando fundirse con las nubes cuando el autobús rodaba sin detenerse por la carretera y subí el volumen: Out In The Street. Estaba a punto de experimentarlo: Bruce Springsteen iba a ser mi primer ser mitológico.
En un viaje de fin de curso, de cuando existía la EGB, alguien como yo nunca se sentaba al final del autobús y hacía lo imposible para no hacerlo delante. Se dejaba llevar hasta esa parte inexistente del centro, donde los silencios se acumulaban por inercia. A partir de ese día, tomar conciencia de dónde me sentaba, o de si incluso me quería sentar, fue importante. A partir de ese viaje, con esa canción volando en todas direcciones, tomar conciencia de mis decisiones empezó a ser una aventura excitante, mezcla de valor y temor. Y ese ser mitológico llamado Bruce encarnaba siempre otra posibilidad, marcaba el camino que solo estaba en mi cabeza.
El hombre por hacer vive entre las canciones como un mago entre sus chisteras. Todo es posible mientras siente que es dueño de secretos que él solo conoce. Los trucos de magia aguardan para desplegarlos cuando la existencia se nubla o te arrincona. Puedes engañar, o engañarte, sin perder la sonrisa. Los trucos de magia son útiles, claro que lo son, hasta que un mal día dejan de serlo. A la larga, la realidad siempre vence la magia. Eso es algo que aprendes cuando has sumado muchos eneros.
El hombre ya hecho vive sin seres mitológicos. Aguarda una noche en la vida de toda persona que piensa qué fue de las promesas. El problema viene en los días siguientes, en los cambios de estaciones que sienten los huesos, cuando vas descubriendo que eres como una canción inacabada, un descarte de lo que soñaste. Se mira uno en el espejo y no proyecta más que decepciones, o muchas dudas, que son peores porque persiguen y no están resueltas. Entonces, pasamos de creer en los seres mitológicos a sobrevivir intentando que todo se nos resuelva por sí mismo. Pasamos a seguir adelante cómo se puede y con las canciones de fondo, enredadas entre cansancios, o, sencillamente, sin ellas.
En mi existencia, Bruce Springsteen y sus colegas de la E Street Band fueron los primeros seres mitológicos. Quizá los más importantes. Quizá los que más divinos parecían en un mundo tan hostil. Siguieron otros: Bob Dylan, Patti Smith, Neil Young, Van Morrison, Aretha Franklin, Lou Reed… Y siguieron novelistas, cineastas, actrices y actores y alguno más que ayudase a descubrir salidas de emergencia o guaridas donde entender el daño. Incluso periodistas como Enric González, que ahora se jubila e interpretaba como nadie lo realmente difícil, incluidas la actualidad informativa y la voluntad humana.
El pasado domingo, Bruce Springsteen y sus colegas de la E Street Band dieron un concierto en Barcelona. Yo estuve allí. La ciudad se nubló horas antes de que sonase la primera nota. Llovió y recordaba aquellas tardes de invierno en las que no hacía falta nada más que las canciones en el walkman mientras se viajaba en el autobús o se caminaba por la ciudad. Pero, en realidad, era otra tarde distinta aquellas. El tiempo había pasado para todos.
Y, entonces, ¡boom! Y, entonces, las canciones llegaron de un lugar tan remoto que no podría ni existir. El hombre que ya era, los hombres y las mujeres que ya éramos, estábamos allí, todavía en un mes de abril y dentro de ese escenario y de esas canciones.
Cuando acabó el concierto, de regreso a mi vida, caminando por Barcelona, las aceras estaban aún mojadas por la lluvia de la tarde y no se veían las estrellas. Con la música aún resonando en mi cuerpo y mi espíritu, supe algo: los seres mitológicos nunca fueron del pasado, pero tampoco del futuro. Los seres mitológicos son del presente infinito, ese momento que no podría ni existir y que aguarda todavía en la vida de toda persona hasta el último aliento.