Hay películas cuya razón de ser no se revela hasta el instante final. Extraña forma de vida,el nuevo mediometraje de Pedro Almodóvar que se estrena la semana que viene en salas, es un canto al romanticismo más loco y crepuscular vestido de wéstern. Una historia de deseo entre dos vaqueros que pese a su latente erotismo solo es al final de sus veloces treinta minutos cuando se desboca toda su secreta emoción. Rodada en inglés, con ...
Hay películas cuya razón de ser no se revela hasta el instante final. Extraña forma de vida,el nuevo mediometraje de Pedro Almodóvar que se estrena la semana que viene en salas, es un canto al romanticismo más loco y crepuscular vestido de wéstern. Una historia de deseo entre dos vaqueros que pese a su latente erotismo solo es al final de sus veloces treinta minutos cuando se desboca toda su secreta emoción. Rodada en inglés, con Ethan Hawke y Pedro Pascal en la piel de dos viejos amantes que se reencuentran en su madurez, Extraña forma de vida ha pasado por la segunda jornada de Cannes dejando el sello de Almodóvar en un festival que le rinde auténtico culto: bajo una lluvia torrencial, decenas de admiradores del cineasta se agolpaban en los alrededores de la sala Debussy intentando pescar una entrada libre para la proyección y la posterior charla entre Ethan Hawke y el cineasta. El colapso fue tal que decenas de periodistas y acreditados con entrada se quedaron fuera ante la avalancha de público.
Desde el mismo arranque de la película no hay dudas de que este es un viaje al universo almodovariano: un hombre a caballo, símbolo inequívoco del solitario ritual del wéstern, cruza la pantalla mientras la inconfundible voz de Caetano Veloso interpreta uno de los fados más populares de Amália Rodrigues, Estranha forma de vida. La saudade, particular forma de melancolía, irrumpe en medio de la mitología del Lejano Oeste.
Como ocurría en su anterior mediometraje, La voz humana, protagonizado por Tilda Swinton sobre el texto de Jean Cocteau, hay mucha libertad y mucho juego en este nuevo concentrado del cineasta. Un juego plagado de referencias al género y su implícito homoerotismo en el que la verdad de Almodóvar asoma casi de sorpresa, en una recta final arrebatada, en la que aflora una especie de nuevo y fulminante Átame, quizá la película que, junto a La ley del deseo, mejor define la turbulenta idea del romanticismo de un cineasta especialmente grave cuando entra en territorio masculino.
Hasta llegar a ese momento, el director de Hable con ella se sumerge en la iconografía del cine del Oeste para deconstruirla y llevarla a su terreno. Dos vaqueros se reencuentran después de años separados y se emplazan para aclarar sus cuitas en una secuencia doméstica nunca vista en el género. Cocinan, se observan con deseo y hasta acaban haciendo juntos la cama mientras hablan sin freno. Hay porcelanas y cuidados tejidos. Todo sin perder la rudeza de esa masculinidad tan asociada al paisaje del desierto.
Hawke y Pascal condensan en su espléndida madurez un poderoso atractivo que le sirve al cineasta para romper desde la virilidad un arquetipo que ha mirado con hostilidad homófoba cualquier rasgo ajeno a la masculinidad más tradicional. Almodóvar ha citado en reiteradas ocasiones que su nuevo mediometraje es una respuesta al Brokeback Mountain que nunca hizo cuando le ofrecieron dirigir la película, pero, en realidad, Extraña forma de vida es la respuesta queer a un género que ha escondido a lo largo de su historia su homoerotismo. En ese sentido, es imposible no pensar en una figura como Montgomery Clift cuando vemos los ojos claros de los jóvenes vaqueros de una película que recurre en su zona central a un flashback en el que unos cueros de vino presiden una muy feliz y quijotesca bacanal.
Almodóvar le toma la medida al wéstern europeo en sus primeros planos pero es la sombra aniñada y vulnerable de Clift la que, como tantos jóvenes del wéstern que desde su juventud y belleza desafiaban los códigos, irrumpe en un duelo que recuerda al célebre choque entre John Wayne y un imberbe Monty en Río Rojo, clásico de 1948 de Howard Hawks cuyo subtexto gay ha dado pie a múltiples interpretaciones. Ojos claros y puros que también nos conectan con El Zurdo, la película que dirigió una década después Arthur Penn y en la que Paul Newman daba vida a Billy el Niño, figura mítica del Oeste cuya ambigüedad fascinó al escritor homosexual Gore Vidal.
Pero Almodóvar, que bebe de una tradición tan cercana al Lonesome cowboys de Warhol como al Johnny Guitar de Nicholas Ray (filme al que ya brindó su particular homenaje en Mujeres al borde de un ataque de nervios), busca su propia filiación en un género que también le remite a su propia niñez.
En su recién publicado libro de relatos, El último sueño, Almodóvar evoca el pueblo manchego de su infancia como un lugar parecido al salvaje Oeste. Un páramo físico y mental en cuyo interior parece emerger ese volcán que también describe en su libro al evocar a una de las mujeres de su vida, Chavela Vargas, que tenía mucho de wéstern y de frontera. En definitiva, un universo de soledad y deseo encerrado en un diálogo e imagen final en los que la mirada de Almodóvar a la pasión se enfrenta, finalmente, a su destino.
'Extraña forma de vida'
Dirección: Pedro Almodóvar.
Guión: Pedro Almodóvar.
Género: Wéstern.
País: España.
Reparto: Ethan Hawke, Pedro Pascal, Jason Fernández, José Condessa, Manu Ríos y George Steane
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’