Gabi Martínez, Delta Force de la literatura de naturaleza
El escritor mezcla narración y reportaje en su nuevo libro, en el que explica su estancia de un año en la isla de Buda, en la desembocadura del Ebro, para analizar la crisis medioambiental de la zona y componer un canto a la vida y los elementos
El delta del Ebro recibe a Gabi Martínez (Barcelona, 52 años) con la dadivosidad de quien acoge a un hijo pródigo (por no hablar de la comida luego en el restaurante Casa de Fusta, junto a la laguna de l’Encanyissada). Cielos espectaculares sobre el mar resplandeciente, un aire limpio lleno del aletear de pájaros y los campos de arroz abiertos por el paso de las cosechadoras, con los surcos embarrados proclamando su fecundidad. La naturaleza rebosa de belleza y de vida en este día de primeros ...
El delta del Ebro recibe a Gabi Martínez (Barcelona, 52 años) con la dadivosidad de quien acoge a un hijo pródigo (por no hablar de la comida luego en el restaurante Casa de Fusta, junto a la laguna de l’Encanyissada). Cielos espectaculares sobre el mar resplandeciente, un aire limpio lleno del aletear de pájaros y los campos de arroz abiertos por el paso de las cosechadoras, con los surcos embarrados proclamando su fecundidad. La naturaleza rebosa de belleza y de vida en este día de primeros de octubre en que Martínez ha vuelto a la isla de Buda, uno de los corazones del delta, para presentar in situ su nuevo libro, titulado somera y precisamente Delta (Seix Barral, en catalán en Ara Llibres).
El escritor pasó un año aquí (febrero de 2021 a febrero de 2022), en una pequeña y humilde casa aislada entre los canales, La Pantena, la última antes del mar, dedicado a escribir su última obra, un libro muy personal, en el que mezcla recursos de la ficción (e incluso novelescos), del reportaje periodístico, del ensayo, de la autobiografía, en fin, de todo lo que puede echar mano, y que cose y atraviesa con un sentido extraordinario de comunión con la naturaleza y un conmovedor aliento poético a lo Annie Dillard (“sopla un viento tónico que dispara a las garzas imperiales como flechas y trae el rumor de un tractor que rotura los cuadros”). En el delta, en su espartana casita, en los paseos, en la duna en la que emplaza su oficina, el autor encuentra una metáfora de vida y a la vez una palpable realidad que evidencia la crisis climática y urge a actuar para paliar sus efectos; halla belleza y dureza, grandiosidad y miseria, historia e intriga, pasado y (problemático) futuro.
Con sus mimbres habituales, en otro gran espacio natural, Gabi Martínez (que ya nos llevó a los pantanos de Sudán, a la gran barrera de coral australiana o al Hindu Kush) ha vuelto a hacer su magia —tras los magníficos y recientes Un cambio de verdad (2020) y Lagarta (2022)— con un libro que huye de las clasificaciones al uso y que al mismo tiempo se sitúa en la cima de ese género del que se ha convertido en adalid y maestro en nuestro país: la literatura de naturaleza, lo que los anglosajones denominan nature writing y el propio Gabi ha acuñado como liternatura. En Delta encontramos debate ecológico serio, datos científicos, comparaciones con otros espacios naturales similares de todo el mundo (Martínez no entiende como la gente se ha movilizado tanto por el delta del Llobregat y la Ricarda y no lo hace por el mucho más grande delta del Ebro e isla de Buda, el humedal más grande de la península después de Doñana), la voz de clásicos de las ciencias naturales y el viaje como Rachel Carson y Wilfred Thesiger, o Vaughan Cornish, que creó la ciencia de las olas; informaciones sobre el eucalipto, el caracol manzana, el cangrejo azul, las anguilas (incluso a la brasa), los caballos importados de la Camarga, o los flamencos; sobre los tipos de arroz del delta (claro), o la vieja magia negra de la zona. Aprenderemos también que echar un polvo se dice en el delta “fotre una piulada”, o que chorlitejos, correlimos, zarapitos y vuelvepiedras son, Gabi dixit, “los mosqueteros del cieno”. Martínez revela que el nombre de la isla de Buda procede de un vegetal muy abundante, la enea, llamada localmente “bova” y que por decantación ha dado Buda.
Viéndolo ahora en este mediodía esplendoroso junto a la que fue su cabaña, su Walden deltáico, serio, enjuto, adusto, esencial, con un aire del Robert de Niro de El cazador en los pantanos de Laos, puro Delta Force, fuerzas especiales de la liternatura en el delta (del Ebro, no del Mekong), parece de alguna manera transfigurado por la experiencia y por la escritura. Se ha vaciado, como se vacía en cada libro, sin reservas, dejándose llevar hasta los límites de la experiencia, más allá incluso de lo que dictarían la razón y la prudencia. Gabi Martínez es así: Se ha lanzado al delta hasta fundirse con él como los patos, sin rehuir polémicas como la tensión entre propietarios y administraciones, entre ecologistas, agricultores, pescadores y cazadores, o entre locales y foráneos. Sin amedrentarse ante incomodidades ni peligros (las tormentas, los traficantes, los furtivos, la animadversión de los que no querían que él estuviera allí como un incordiante Billy Budd). Y se ha sumergido en el mar vigorizante y en el río, en la espiritualidad y el entusiasmo, pero también en el agua estancada de los canales, en el barro de los campos y en el cieno de los muchos rencores y pasiones que son tan parte de esta tierra como las aves, los cañaverales, el arroz, los toros (bous) y los mosquitos.
Para la ocasión, bajo el sol que induce un ascetismo de brillo y mareo, Martínez se ha puesto un extravagante gorro tipo pañoleta en la cabeza y parece un arrocero de antaño, un culí oriental, o un bailarín de jota, que muchos en el delta prefieren a la sardana.
“El año de reclusión en esta casa de la isla de Buda ha sido el motor del libro”, explica con la mirada perdida en los campos encharcados que los moritos (los ibis negros), por un lado y las gaviotas y las garcillas convierten en un chapoteante tablero. “Tras pasar un año también en Extremadura, en la Siberia, en un refugio de pastores, siguiendo la memoria de mi madre, que creció en la dehesa, para descubrir la realidad y la esencia de aquel espacio, vine al delta y he encontrado aquí, en el impacto de la luz, el recuerdo de mi padre, que tanto amaba la del Mediterráneo”. Gabi señala que su padre, también Gabriel, y cuya enfermedad y fallecimiento aparecen en Delta, era pintor de paredes, “y yo iba a pintar con él, y decidí ser otra cosa, pero aprendí a usar la luz”. Así, si Un cambio de verdad estaba bajo el signo de la madre, Delta lo está bajo el del padre, y los momentos en que el autor recuerda a su progenitor e incluso siente su presencia en la soledad del paisaje, figuran entre los más emocionante del libro.
Durante la visita a su antiguo hogar, Martínez trata de explicar, mientras unos peces saltan en el canal vecino y dos aguiluchos laguneros se recortan en el horizonte, la amplitud de temas que trata en sus páginas. Y es que en Delta el tema principal parece ser ese espacio cambiante y amenazado por el cambio climático, esa tierra de frontera donde confluyen río y mar; pero la atención se desvía continuamente hacia la experiencia subjetiva del paisaje y la vida cotidiana de los animales (“el jaleo espumoso de la focha fugitiva contrasta con la parsimonia del flamenco al huir”) y sobre todo de los seres humanos que comparten la vida del escritor en este limes, que lo es tanto física como moral y espiritualmente. Personas reales de carne y hueso se transmutan en personajes de ficción en Delta: Mateo Gallart es el avatar de papel de Guillermo Borés, uno de los herederos de Buda y que gestiona la isla en nombre de la familia; mientras que Dylan, uno de los trabajadores de la finca, refleja a William Vega. Ambos, Borés y Vega, se sumaron a la visita a la casa, y el primero aprovechó para hablar de la ecología de la isla y del delta de una manera casi idéntica a como lo hace el Gallart del libro, denunciando a las administraciones y una conspiración para devolver la zona a su aspecto salvaje de antes de la actividad humana. Sorprende (sobre todo si vienes del Delta Birding Festival de la semana pasada descubrir que hay gente en el delta que considera a los flamencos un incordio, porque les pisan el arroz).
“La casa es la primera que se tragará el mar”, apunta por su parte Martínez, “¿dentro de cuanto tiempo?, ¿el próximo temporal como el Gloria?, como la muerte, no es cuestión de si llegará sino de cuándo llegará”. El escritor señala cómo esas incertidumbre y provisionalidad atraviesan todo el libro. Como lo recorre cierta reflexión sobre el final (al cabo lo que es un delta) auspiciada por una nueva mirada existencial del autor que cumplió los 50 durante la experiencia). Recalca que el delta es un territorio poco explorado literariamente y la impresionante belleza que le ha sorprendido y que expresa en momentos de poesía física como cuando avanzaba entre nubes de libélulas que le abrían un pasillo mágico al ir hacia el mar en verano.
Gabi Martínez llama al diálogo entre las diferentes sensibilidades e intereses que se enfrentan en el delta, de John Deere al martín pescador. “Tiene que lograrse un entendimiento entre los intereses medioambientales y la gente que vive y trabaja aquí”, subraya. Y considera que el arte y la literatura tienen un papel a jugar en la sensibilización para proteger el delta. Porque lo más importante, remata, es conseguir un futuro para ese territorio indómito amenazado por la Gran Tormenta, el ascenso del mar y la indiferencia humana.