Gabriel Byrne, actor: “La Iglesia católica ha dejado una huella sombría”

El actor irlandés, que encarna al Nobel de Literatura Samuel Beckett en ‘Dance First’, ahonda en los peligros de la fama y recuerda dónde estaba el 20 de noviembre de 1975: “Claro que celebré la muerte de Franco. En las calles de Bilbao”

Gabriel Byrne, en septiembre, en el festival de San Sebastián.Foto: Carlos Álvarez (Getty Images)

El Gabriel Byrne que se sienta ante el periodista dejó atrás hace mucho tiempo a aquel actor que sufrió un ataque de pánico tras el éxito de la proyección de Sospechosos habituales en Cannes en 1995. Aterrado, se metió en la cama de su hotel en Niza durante varios días. Tampoco es el hombre que sufrió abusos sexuales por los Hermanos Cristianos cuando era niño y, poco después, a los 11 años, por un sacerdote católico en el seminario al que asistía en Liverpool. Ni el que lidió con el alcoholismo durante l...

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El Gabriel Byrne que se sienta ante el periodista dejó atrás hace mucho tiempo a aquel actor que sufrió un ataque de pánico tras el éxito de la proyección de Sospechosos habituales en Cannes en 1995. Aterrado, se metió en la cama de su hotel en Niza durante varios días. Tampoco es el hombre que sufrió abusos sexuales por los Hermanos Cristianos cuando era niño y, poco después, a los 11 años, por un sacerdote católico en el seminario al que asistía en Liverpool. Ni el que lidió con el alcoholismo durante lustros. Probablemente, la calma le llegó tras escribir su segundo volumen de memorias, Walking with Ghosts (2020), que el año pasado adaptó como monólogo al teatro, y donde encaraba todos los problemas mencionados.

Ahora, Byrne, a sus 73 años, lleva una vida plácida en Maine, en la costa Este de EE UU, y desde allí el dublinés viaja a rodar o a promocionar películas como Dance First, una fallida aproximación a la vida del escritor Samuel Beckett, y que, al menos, en septiembre, durante su proyección en el festival de San Sebastián, sirvió para que Byrne recordara sonriendo su celebración de la muerte de Franco, deceso que le pilló en Bilbao, donde impartía clases de inglés. “Dejé allí un rastro de angloparlantes con acentazo irlandés”, bromea.

Desde la publicación de sus memorias, Byrne ha decidido no responder a las preguntas sobre los abusos sexuales. Pero sí habla, y largo, sobre “la sombría huella que la Iglesia católica ha dejado en varios países”. Entre ellos, subraya, España. Byrne iba para sacerdote, y tras su traumática experiencia en un seminario, encarriló su vida hacia el profesorado. Estudió algo de español, y para completar sus conocimientos y ganarse la vida, entre 1974 y 1975 vivió en Bilbao. “Recuerdo muy bien el descontento previo a la muerte del dictador, y el gran miedo a hablar. Estaba con una amiga en un bar charlando de política, y ella hizo [cierra gestualmente su boca con una cremallera], porque Franco, me confesó, tenía oídos en todos los lados. España sufría el dominio de la combinación de fascismo despiadado y catolicismo. Algo que entendemos muy bien en Irlanda. Es curioso, porque me fui de aquí pensando que era un país imposibilitado para cambiar, y cuando regresé cuatro años más tarde encontré una España absolutamente distinta. Fue espectacular lo rápido que desapareció el régimen fascista. En Irlanda vivimos lo mismo, con el hundimiento de la Iglesia católica, estallando un volcán de libertad: a veces para bien, a veces para mal”. ¿Y qué recuerda del 20 de noviembre de 1975? “¡Claro que celebré la muerte de Franco! A los irlandeses nos pidieron que calmáramos nuestra fiesta [sonríe]. Y justo después volví a Dublín”.

Gabriel Byrne, con Sandrine Bonnaire al inicio de 'Dance First'.

A Byrne aún le “revuelve” recordar “la inculcación del catolicismo en las mentes de los niños”, algo que considera “despiadado”. Y que en España “provocó un silencio como el que reflejan las niñas de El espíritu de la colmena, que crecen en esa opresión”. El actor recuerda haberla visto en Dublín: “Me pareció brillante y subversiva. Me gusta la idea de la represión en una colmena, y de cómo ese sometimiento no deja volar libremente a las abejas. Entendía perfectamente lo que significa vivir en una sociedad que no permite la libertad y la independencia individual”.

Gabriel Byrne y John Turturro, en 'Muerte entre las flores'.

El irlandés habla de manera muy pausada, y en bastantes ocasiones entrecorta su discurso para hallar precisión en sus palabras. Su creación de Samuel Beckett revisita al escritor como él mismo hizo con su vida en Walking with Ghosts. “Desde luego, hay un paralelismo. Inevitablemente, llega un momento de la vida en que miras atrás. Cuando eres joven solo piensas: ‘Voy a hacer esto, y lo otro’. El pasado no existe. Hasta que un día el futuro es menos importante, y lo que te planteas es: ‘¿Por qué hiciste eso? ¿Eso fue todo? ¿Debería haberlo hecho diferente?’. Yo escribí mi libro porque creo firmemente en que las personas que has amado y que ya han fallecido siguen con nosotros. Y aún podemos conversar con ellas. Los nativos norteamericanos afirman que nuestros ancestros caminan a nuestro lado”.

Gabriel Byrne, en septiembre pasado en San Sebastián. Carlos Alvarez (Getty Images)

Byrne redirige su discurso hacia Beckett: “En el fondo, revisitar el pasado tiene un valor limitado, porque no puedes cambiar nada. Y uno de los más poderosos aspectos de la obra de Beckett es que el pasado no es importante. Solo existe como una forma de fantasía. Si vuelves a la casa de tu infancia, te parecerá pequeña en comparación con tus recuerdos. Porque esa memoria queda profundamente anclada. Por eso es brutal lo que hace la Iglesia católica con los niños, a los que inculca en lo más hondo la pena, la vergüenza y la intolerancia sobre la sexualidad. Piensa en su imagen de la mujer: o una tentación del demonio o pura como la virgen María. En fin, hablamos de una religión que asegura que la virgen María concibió un niño, una vida, sin sexo y a través de una paloma. A menudo pienso [estalla en carcajadas] en san José diciéndole: ‘Pero ¿de qué me hablas? ¿Qué paloma? ¿Una paloma de verdad?’. Uf, a mí el catolicismo me fue inculcado con seis años con una narrativa del terror. El infierno, aseguraban, existía. Nos hacían poner el dedo en una llama y luego nos explicaban que el infierno era eso por todo el cuerpo y por siempre jamás. ¿Sabes lo bueno de Beckett? Que dijo que la religión no nos daría consuelo. En sus textos confrontó los hechos de la vida, y ahí está su legado”.

El peligro de la fama

Si la esposa de Beckett soltó aquello de “qué catástrofe” cuando su marido ganó el Nobel, Byrne defiende un discurso parecido cuando habla de la fama. “Me gusta compararla a como si escalas una gran montaña, alcanzas la cumbre, miras alrededor y te das cuenta de que ya está, que no hay más. Para mucha gente es el inicio del hundimiento más absoluto. La fama no te protege, el dinero no te protege. No te hacen más feliz, porque por muy grande y lujosa que sea tu casa, el asunto está en tu interior. Y si dentro albergas un choque, la desesperación te corroerá. ¿La fama? Es como vivir en una pequeña ciudad donde todo el mundo te conoce, y al final te revienta haber salido a comprar el periódico y leche [risa]. Y vuelves a casa y te encierras. Trabajé hace mucho tiempo con Leonardo DiCaprio y ya no era dueño de su vida. Yo he evitado la fama para no perder mi identidad, para disfrutar la vida como yo quiero. Por desgracia, muchos jóvenes creen que tener una carrera es alcanzar la fama, hacerse fotos. Y no, debería ser un producto del trabajo que haces, no el objetivo en sí”.

Los cinco integrantes de la banda de 'Sospechosos habituales'.

¿No le habría ido mejor para su calma vital haberse dedicado a la enseñanza? “Pues me lo pregunto a menudo, porque me gustaba mucho. Estaría retirado en Dublín y veranearía en Benidorm. Cuidado, no hubiera sido mala vida. Pero hoy Irlanda no es mi casa. Vivo en Estados Unidos, y tampoco me pertenece. Me siento mejor en España, Francia, en Europa... Estuve siete años en Los Ángeles [cuando se casó con la actriz Ellen Barkin], en la misma calle. Y, sin embargo, tras ese tiempo, yo no conocí a ni un vecino. Si te cruzabas con alguien por la calle y le hablabas, les parecía raro, incluso mal. ¿Sabes? Eso pasó hace dos décadas, y ahora toda la sociedad se comporta como aquellos peatones. Vivimos una epidemia de aislamiento y soledad. Los sentimientos de comunidad, de conexión humana, han desaparecido. Como el cine, que en su forma de consumir que hemos conocido casi ha muerto”.

Byrne, como Samuel Beckett.

Byrne ha dedicado décadas al teatro, ha rodado docenas y docenas de películas y series, y con todo, cuando muera, será el actor de Muerte entre las flores y Sospechosos habituales. “Nunca sabes qué pasará. Me acuerdo de que en el rodaje de Sospechosos habituales el tipo del sonido, una noche en un aparcamiento, soltó sobre el director y el director de fotografía: ‘Estoy hasta los... de trabajar con aficionados. Esta mierda nunca saldrá adelante’. Y al contrario, a veces ruedas, parece que todo va bien y al final sale lo que sale. Muerte entre las flores se estrenó la misma semana que Uno de los nuestros. Y todo el mundo se fue a ver la de Scorsese. Y ahora, fíjate, el thriller de los Coen es considerado una influencia brutal en ese género”. La entrevista ocurre un par de días después de la muerte de Michael Gambon: por gran actor que fuera —y desde luego lo fue—, en los obituarios se le recordó por su Dumbledore en la saga de Harry Potter. ¿Teme Byrne un mismo destino periodístico? El actor se ríe y saca su móvil. Busca y rebusca, desesperando al séquito de promoción que le rodea y que quiere que se vaya a comer, hasta que encuentra un vídeo. Es una secuencia de la serie Quirke, con Byrne y Gambon. Se la enseña a su interlocutor: “Lo improvisó todo él. Mira, me da igual. Yo atesoro todos estos momentos con Gambon, con Laurence Olivier, con todos los grandes artistas con los que he trabajado... A mí lo que me duele son esos filmes maravillosos que han pasado inadvertidos para el público. Lo de después...”.

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