Y Leonard Cohen pinchó en Binéfar, Huesca
Un libro analiza los intríngulis del concierto más atípico del canadiense en España
Una de esas anomalías que hacen de nuestros años ochenta una década ciertamente portentosa: la actuación de Leonard Cohen el 11 de junio de 1988 en Binéfar (Huesca), localidad de 8.000 habitantes. Atención, no fue un recital de cantautor con guitarra de palo: Cohen, entonces en un pico de popularidad gracias a First We Take Manhattan, se presentó con banda completa, como acababa de hacer en San Sebastián.
Los conciertos subvencionados por ayuntamientos son ahora denigrados, pro...
Una de esas anomalías que hacen de nuestros años ochenta una década ciertamente portentosa: la actuación de Leonard Cohen el 11 de junio de 1988 en Binéfar (Huesca), localidad de 8.000 habitantes. Atención, no fue un recital de cantautor con guitarra de palo: Cohen, entonces en un pico de popularidad gracias a First We Take Manhattan, se presentó con banda completa, como acababa de hacer en San Sebastián.
Los conciertos subvencionados por ayuntamientos son ahora denigrados, proyectiles cebados lanzados contra la llamada Cultura de la Transición; hasta los artistas entonces beneficiados lamentan hipócritamente que se socavara la iniciativa privada. En realidad, sabemos poco sobre los mecanismos de contratación, la logística, los patrocinios, los medios implicados, el sedimento que (tal vez) dejaron aquellos eventos. Se publica un minucioso libro sobre lo de Binéfar, El año que boicoteamos a Leonard Cohen (Milenio), del sociólogo Josep Espluga Trenc. El título ya advierte que aquella aparición creó polémica. Binéfar estaba gobernado en minoría por el PSOE con el respaldo del PAR, aragonesistas de derechas. Fue una militante del PAR, Mari Carmen Pérez, concejal de Festejos, quien recibió la oferta: Leonard Cohen tenía una fecha libre en su gira española y podía actuar en Binéfar por su caché del momento, 6.500.000 pesetas. Debía decidir en el momento y Mari Carmen aceptó.
Resulta que Binéfar era un pueblo rockero: contaba hasta con una banda potente, Los Proscritos. Un pueblo próspero, además: junto a Cohen, en 1988 se contrató a Radio Futura y Siniestro Total. Pero el motor popular de las fiestas estaba en las peñas, que por su cuenta ese año traían a El Último de la Fila. Entre las peñas, lo de Leonard Cohen cayó fatal. Les pareció una concesión al pasado (“Uno de esos cantautores soporíferos”) y un gasto excesivo que provocaría entradas caras y —horror— la colocación de sillas para un público nada rockero. De fondo, tensiones políticas no verbalizadas.
Los promotores se encontraron con problemas. A escala nacional, al anunciar el recorrido de Cohen a veces se obviaba a Binéfar (en el programa Música Golfa, de TVE-2, se mencionó simplemente “un pueblecito de Lérida (sic)”. Tuvieron mejor acogida en las capitales cercanas, con el respaldo en Zaragoza del muy legendario Plácido Serrano. Pero, en el propio Binéfar, chocaron con la hostilidad de los medios locales. ¿El desenlace? Solo se llenaron 2.500 de los 5.000 asientos disponibles. Entre el público dominaban “las fuerzas vivas”, gente mayor maqueada para la ocasión. Los musiqueros mantuvieron el boicot o lo escucharon desde el exterior. No parece que Cohen se enterara del conflicto: como “obrero de la canción”, desarrolló un espectáculo generoso, con dos tandas de bises.
Al menos, descubre Josep Espluga Trenc, conquistó a un fan inesperado. En las horas previas, José Nogués, camionero local, se topó con los visitantes en una cafetería. Aunque nada sabía de Cohen, se le acercó y le invitó a vino de Somontano y un plato de jamón. Nogués era más de Los Chichos, pero acudió al show y se convirtió en seguidor. 25 años después, Espluga Trenc localiza a Nogués; ya está jubilado, pero sigue colgado de Cohen y orgulloso de que le concedieran el Príncipe de Asturias: “Si viniera ahora, seguro que llenaría.”