¿Puede una escritora ser una estrella del rock?
Los músicos de éxito pueden arrojarse encima del público en sus directos; los escritores, a lo sumo, pueden arrojar sobre el lector sus palabras... y en diferido
¿Saben esos carteles enormes donde se anuncian las fechas de las giras de las grandes bandas de rock? ¿Esos anuncios tamaño sábana donde se da cuenta de los estadios que recorrerá Luis Miguel, David Bisbal o la última estrella del reguetón? ¿Esos enormes papelajos empapados en cola que aparecen en los espacios intersticiales de los muros, a veces acumulando capas y capas de papel pegajoso como un sustrato geológico?
La editorial Anagrama ha anunc...
¿Saben esos carteles enormes donde se anuncian las fechas de las giras de las grandes bandas de rock? ¿Esos anuncios tamaño sábana donde se da cuenta de los estadios que recorrerá Luis Miguel, David Bisbal o la última estrella del reguetón? ¿Esos enormes papelajos empapados en cola que aparecen en los espacios intersticiales de los muros, a veces acumulando capas y capas de papel pegajoso como un sustrato geológico?
La editorial Anagrama ha anunciado así la gira de presentación del nuevo libro de Mariana Enriquez, y así amanecieron un día Barcelona y Madrid, repletas de esos grandes carteles en los que esta vez no se promocionaba a una rockstar revientaestadios sino a una escritora que iba a hablar en pequeñas librerías y bibliotecas. Está bien traído, porque Enriquez, además de novelista, ha cultivado con pasión el periodismo roquero: hasta ha publicado un libro sobre su “historia de amor” con la banda Suede.
“Mariana Enriquez ha cogido una fuerza increíble y se ha convertido en un referente literario internacional. En los eventos que celebra y las presentaciones de libros, recibe fan art [obras de arte hechas por los fans], pulseras, muñequitos, discos que le regalan sus seguidores, fenómenos más recurrentes en el mundo de la música, pero no tanto en el de la literatura”, dice, Rafael Luna, director de marketing de Anagrama, en referencia a la inspiración de la campaña.
Es una idea fresca y sorprendente, una sorpresa que no se veía desde que Kiko Matamoros se puso a prescribir libros, y resulta que eran libros buenos. Y pone a competir a la alta literatura en el campo de la cultura pop de masas. Seguro que algún peatón despistado ha pensado en un primer momento que Enriquez no es una escritora, sino la última sensación del tecnopop con autotune: la estará buscando en Spotify en vez de bajársela en el Kindle. Qué diferentes son las formas de socialización en la literatura y en la música, y qué diferente es la vida pública de sus artífices más exitosos.
Los escritores, escuché decir una vez, son gente que escribe en pijama para gente que lee en pijama. De una soledad a otra soledad, cadena del libro mediante. Un mundo que sale de un cerebro para meterse en otro de otra manera. Falta épica, hay poco cuerpo, los escritores no escriben en vivo: mucho teletrabajo, poco presencialismo. La lectura es un vicio íntimo, personal e intransferible. En cambio, los músicos pueden compartir sus creaciones en un ambiente de euforia y comunión, como el que se da en un concierto. En ocasiones se arrojan encima del público en sus directos. Los escritores, a lo sumo, pueden arrojar sobre el lector sus palabras... y en diferido.
Durante buena parte del siglo XX la literatura española fue asunto de señores muy serios, con mucho traje y poco pelo, que jamás movían la pelvis, como si la literatura no fuera una fiesta. Aun así, algunos escritores han sido tachados de rockstars, como lo fue Ray Loriga en The New York Times. La pose la tiene. También la tiene Michel Houellebecq, apático como un Lou Reed crepuscular. Tal vez Hunter S. Thompson, con su periodismo gonzo y sus experiencias desfasadas y lisérgicas, pueda acumular las anécdotas que se acumulan en una banda de punk descerebrada y drogata.
Los poetas simbolistas franceses, con sus pasiones fatales y sus vidas de bohemia, láudano y absenta, bien podrían ser precursores de los roqueros malditos; de hecho, una vez vi a Patti Smith leyendo poemas de Rimbaud (y un relato de Bolaño, otro maldito) en La Casa Encendida de Madrid. Lo cierto es que Enriquez, de frecuente negro y melena canosa, también daría el pego como frontwoman de una banda gótica de esas que le gustan. Pero no es lo mismo. “Nunca he sido una estrella del rock, no sé tocar ni la bandurria”, dijo una vez Loriga en La Sexta. Y luego está Bob Dylan, que ganó el Nobel de Literatura.
Los roqueros, por ejemplo, pueden pedir al camerino pollo asado, bourbon y cocaína. Los escritores, en sus festivales literarios y presentaciones, que vienen a cubrir, de forma sosegada, las necesidades de socialización de una disciplina que implica tanta distancia, no suelen tener camerino, y lo que les ponen en la mesa redonda es una botellita de agua sin gas (luego, con suerte, los invitan a cenar). En el festival de música la gente se pasa demasiadas horas (o días) sin dormir. En los eventos literarios corres el riesgo de dormirte a la mitad.
Una idea de merchandising para campañas venideras: camisetas de los autores, como las ubicuas camisetas de los Ramones, que vendieron más que sus discos. ¡Mucho mejor que un marcapáginas!