Taylor Swift hace felices a sus fans: “Hola, encantada de conoceros”
En el concierto de la estrella en el Santiago Bernabéu no sobra ni una purpurina y se convierte en una fiesta ‘girly’
Miles de swifties soportan los 30 grados que caen de pleno en los alrededores del Bernabéu donde esta noche Taylor Swift ofrece el primero de sus dos conciertos en Madrid. No importa el calor, es su momento: hoy no sobra una purpurina, ni un paillette, ni un brillante. Aquí se habla de amor, terribles rupturas, amistad. Han venido a hac...
Miles de swifties soportan los 30 grados que caen de pleno en los alrededores del Bernabéu donde esta noche Taylor Swift ofrece el primero de sus dos conciertos en Madrid. No importa el calor, es su momento: hoy no sobra una purpurina, ni un paillette, ni un brillante. Aquí se habla de amor, terribles rupturas, amistad. Han venido a hacer eso que no siempre les dejan: cosas de chicas, que al final son cosas de swifties. Y lo hacen todas juntas. Una milésima parte del ejército de seguidores que ha conseguido que una chica de 34 años de Pensilvania ocupe en estos momentos el trono mundial del pop.
La espera dentro del Bernabéu es intensa. El techo del estadio está cerrado y según avanzan las horas y se va llenando, se siente el efecto invernadero. En las primeras filas el abanico es requisito indispensable. Ellas mantienen un decoro extraordinario, el brillo que le otorga la purpurina. Entre ellos empieza a destacar un uniforme: la camiseta roja del equipo de fútbol americano, Kansas City Chiefs, de Travis Kelce, la pareja de Taylor Swift.
Si eres swiftie te sabes los códigos. Después de unos 45 minutos de Paramore, los teloneros, ellas rellenan el vaso de agua gracias a los chicos que la dispensan en sus mochilas (las botellas en pista están prohibidas, se acumulaban en los accesos al estadio), mientras llegan los súper vip como la actriz Blake Lively, amiga de la artista, y su marido, el actor Ryan Reynolds, con sus hijas, las hermanas de la banda Haim y la cantante Aitana con su padre. Después suena la canción Applause. Los nervios se disparan cuando aparece en la pantalla gigante del escenario el reloj que marca la cuenta atrás de unos eternos dos minutos y medio.
Entonces, una parte de la pantalla se levanta, el grito ya empieza a ser unánime. Aparecen los bailarines que portan una suerte de enormes pétalos, se reúnen en la plataforma central y al desplegarse aparece ella. Ya para entonces dejas de escuchar, el ruido es ensordecedor. Taylor Swift canta Miss Americana y Cruel Summer. Dice: “Hola, encantada de conoceros”, en español.
Comienza el repaso por las eras de Swift, en tres horas y media repasará sus 11 discos. Hace 13 años que no pisa España. “Me hacéis sentir excelente”, remata la artista mientras se besa el bíceps. “Esta noche seré vuestra anfitriona”. Y asegura que ante ella rugen 65.000 personas.
Horas antes, en la cola, una de esas fans, María, contaba que no pasaba por su mejor momento. Pero este miércoles, al lado de Alba e Inés, dos chicas a las que acompaña su padre, explicaba que está feliz. “He conseguido una pulsera de Champagne Problems, mi canción favorita de Taylor”, dice enseñando su muñeca donde acumula una decena de estos brazaletes de la amistad (el nombre oficial) hechos con cuentas. Esta tradición comenzó en esta gira, nació de una estrofa de You’re On Your Own, Kid, canción del penúltimo disco de la cantante, Midnights. “Las hacemos con los nombres de sus canciones, sus discos o frases que dice ella”, explican las hermanas.
María viste del disco Lover: “No sé si es el que más me representa ahora mismo, estoy más en el mood de The Tortured Poets Department”. En el lenguaje no swiftie: las fans se visten con los looks que Taylor Swift lució en cada uno de sus discos. Y cada álbum representa un momento vital de la cantante, un estilo musical y ahora se llaman también eras, de ahí el nombre de la gira, The Eras Tour. La cantante ofrece un concierto de más de tres horas donde repasa algunos de los 11 discos que ha publicado.
“Es una ayuda sentirse representada con sus letras y entender tus sentimientos, leerlos en una canción”, dice esta swiftie. “A nosotros nos ayudó mucho durante el confinamiento”, explican los hermanos Lucía y Alejandro Garrido, vestidos del disco Reputation. “En el tema de amores ando un poco mal y Taylor me acompaña mucho”, añade J. J. Redondo, con una chaqueta negra que se ha costumizado escribiendo todos los nombres de los discos de Swift en su espalda con brillantes. “Yo no era muy fan hasta hace un año, cuando empecé a salir con él”, sigue Jordi Casamayor señalando a su novio, sentando en la acera. Él lleva un vestido blanco, muy dramático, inspirado en Folklore; su novio le acompaña con una camisa negra de encaje.
Hasta Madrid han llegado swifties de todas partes de España, Europa y Estados Unidos. Laine y Brooklyn, dos amigas de Oklahoma, explican las cuentas: “Nos sale más barato el viaje, alojamiento, entradas y merchandising que una entrada en nuestro país”. Allí podían alcanzar los 2.000 euros. Thiana, de California, sale de la tienda oficial (“Arriba Taylor Swift, abajo el Real Madrid”, aclara una empleada) con dos cajas vip, una sudadera y la pulsera de la gira: “He gastado más de 100 euros y aún así me compensa”.
Esther Moya se ha plantado en la fila con un atril, un lienzo, pinturas y su novio, que hoy ejerce de porteador de una sombrilla. “Voy a dedicar las seis horas de espera a pintar un retrato de Taylor que mis seguidores eligieron en mi cuenta de Instagram”, dice. Es la tercera vez que hace algo similar. Su objetivo es que le llegue a la cantante. Ya lo consiguió con Bad Gyal. “Solo si me garantizan que llega a su camerino, renunciaría a mi entrada”, asegura. Lydia, 18 años, a punto de hacer la EVAU (razón por la que solo ha podido hacer una decena de pulseras de la amistad, se lamenta) hace una sentencia casi lapidaria: “Mi entrada cuesta 590 euros, he tenido que llorarle demasiado a mis padres, solo si me amenazaran con la muerte, la daría”.
Para todas estas personas Taylor Swift ha sido clave en distintos momentos de sus vidas, o más bien, la banda sonora que les acompaña desde hace décadas. Les ayuda a autorreferenciarse y a reivindicarse. Sin ironía, ni cinismo. Encuentran en sus interminables letras (sólo los estribillos pueden llegar a tener 19 palabras) respuesta a lo que viven cada día. Como para no memorizar más de tres horas de concierto con temas que pueden alargarse hasta 10 minutos. Lo más seguro es que nunca conozcan a Swift, pero esta noche su amiga (aunque la relación no sea bidireccional) les va a cantar, esta vez en concierto, su vida, sus cosas de chicas.