Días de verano

Aquel verano de... Pablo Rivero: cuando perdí el miedo

El actor recuerda su estancia en Nueva York en 2012, un viaje que marcó un antes y un después en su vida profesional y personal

Pablo Rivero en 2012 en Nueva York.

Tengo muy claro cual fue el verano que cambió mi vida: el del 2012 que pasé en Nueva York. Lo recuerdo bien porque cuando salía cada día del pequeño apartamento que había alquilado me ponía Love Spent del álbum que acababa de sacar Madonna y también porque recuerdo haber visto por segunda vez a Mary Louise Parker en Broadway.

Aquel verano marcó un antes y un después en mi vida profesional y personal. Cumplí varios sueños y saldé cuentas que tenía pendientes conmigo mismo.

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Tengo muy claro cual fue el verano que cambió mi vida: el del 2012 que pasé en Nueva York. Lo recuerdo bien porque cuando salía cada día del pequeño apartamento que había alquilado me ponía Love Spent del álbum que acababa de sacar Madonna y también porque recuerdo haber visto por segunda vez a Mary Louise Parker en Broadway.

Aquel verano marcó un antes y un después en mi vida profesional y personal. Cumplí varios sueños y saldé cuentas que tenía pendientes conmigo mismo.

Siempre he sido bastante miedoso, aunque me encanta el terror, pero vivo tan conectado a la crónica negra que después me cuesta mucho quitarme de la cabeza todas las terribles posibilidades que pudieran suceder y, por ello, he dejado de hacer muchas cosas, sobre todo cuando era más joven. Entre ellas, viajar y disfrutar de la vida de estudiante. Esto vino dado porque empalmé los estudios de Periodismo, con la escuela de teatro, terminé comunicación audiovisual, y, en seguida me salieron mis primeros trabajos hasta que llegó el papel que, como aquel verano, en parte también cambiaría mi vida: Toni, el chico bueno e inconformista totalmente opuesto a todo lo que había hecho hasta ese momento.

Cuéntame fue un éxito y eso hizo que los primeros años solapáramos temporadas. Rodábamos sin parar, en verano y la mitad del año: adiós vacaciones y adiós vida de estudiante. El calendario de rodaje cambió con el tiempo y pude hacer otros proyectos cinematográficos y teatrales, hasta que llegó un verano en el que no tenía nada sobre la mesa que mereciera la pena. Así que decidí invertir parte de mis ahorros y viajé por primera vez solo.

Me fui a Nueva York para estudiar inglés seis horas al día y por las tardes embarcarme en el proyecto que me obsesionaba desde hacía años: el desarrollo de la historia de una familia disfuncional en los años noventa que surgió de una pesadilla en casa de mis padres. Esa madrugada me levanté convencido de que al fondo del pasillo, donde ellos dormían, había escuchado un grito y un golpe fuerte. La duda de si habría alguien más en la casa y si en ese momento los estarían matando me paralizó. Conviví con el terror que me provocaba plantearme el mero hecho de atravesar el pasillo sigilosamente para comprobar si estaba en lo cierto.

A partir de ahí me imaginé un homenaje a uno de mis libros favoritos A Sangre fría de Truman Capote y partí de la premisa de contar los últimos días de vida de una familia sabiendo que uno de ellos mata al resto. Una cuenta atrás que además homenajeaba a mis películas fetiche de los noventa como Criaturas celestiales, Elephant o Twin Peaks: Fire walk with me.

Después de la academia recorría las calles en busca de cualquier banco, cafetería o parque que me inspirara. Aunque cualquier sitio me valía: nadie me reconocía y volvía a ser el chico que se sentaba en las aceras de Malasaña jugando a ser el actor y cantante del Brit Pop que tanto admiraba. Esa libertad me daba fuerza para profundizar en los personajes de mi historia y sin darme cuenta en los momentos de mi niñez y adolescencia que formaron la persona que soy ahora. Aquel verano me enfrenté a mis miedos para bucear en los de los protagonistas: Laura, la madre, vivía con el miedo a no ser deseada, a ser reemplazada, abandonada. Raúl, el adolescente, con el miedo constante a no encontrar nunca un lugar en el que encajar y Mario, el pequeño, convive con ese miedo que nace del instinto voyeur y que se convierte en morbo y más tarde en terror. Todos ellos me representan y gracias a ese verano en la biblioteca de Bryant Park, que acabé frecuentando cada jornada, pude cerrar muchas heridas.

Con el tiempo, me he dado cuenta de que fue un punto de inflexión en mi vida, de entrada en la madurez. No volveré a tener miedo se publicó dos años después y le seguirían seis títulos, más el que viene en camino. Han pasado los años y creo que el título se ha convertido en un leit motiv que describe mucho lo que viví ese verano en una ciudad en la que todo puede suceder, en la que, por suerte o por desgracia, todo se magnifica y puedes vivir los momentos más felices de tu vida y, a los minutos, los más terribles. Porque Nueva York tiene ese punto peliculero que nos atrapa a los que nos fascina el cine y las grandes historias. Ese verano, sin saberlo, tomé las riendas de mi carrera profesional cuando me negué a quedarme sentado a esperar a que me llegaran personajes. Los iba a crear yo, con la libertad que ansiaba. Sin miedo.

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