Un ‘caravaggio’ nunca visto desvela en Roma la primera inmersión en las sombras del pintor barroco
El ‘Retrato de Maffeo Barberini’, siempre oculto en una colección privada, es para los expertos una obra clave del pintor porque refleja el inicio de su estilo de claroscuros. “He visto estudiosos llorando”, dice el director del museo
Si es difícil imaginar que en 2024 aún se pueda descubrir un caravaggio, este año ya van dos. Después del Ecce Homo expuesto en Madrid en mayo, en Roma se muestra desde hoy en el museo de Palazzo Barberini, hasta el 23 de febrero, ...
Si es difícil imaginar que en 2024 aún se pueda descubrir un caravaggio, este año ya van dos. Después del Ecce Homo expuesto en Madrid en mayo, en Roma se muestra desde hoy en el museo de Palazzo Barberini, hasta el 23 de febrero, un cuadro del genio italiano que nunca antes había sido exhibido al público. Se trata del Retrato de monseñor Maffeo Barberini, datado entre 1599 y 1603, una obra solo conocida a los expertos y únicamente atribuida en 1963, y que hasta ahora había permanecido oculta al público en una colección privada en Italia. Su propietario nunca había dado permiso para mostrarla.
“Ha sido muy emocionante. En este trabajo vemos muchas cosas, pero volver a ver esta pintura, quizá los primeros, con el equipo, fue emocionante. Estuvimos el primer día siete horas delante. Es el caravaggio que todos querían ver, pero parecía imposible”, cuenta Thomas Clement Salomon, el director de las Gallerie Nazionali di Arte Antica, en conversación con EL PAÍS. “Estos días he visto bastantes colegas conmovidos, estudiosos llorando, porque era de una vida que se intentaba hacer esto”, relata.
El retrato de este joven sacerdote Barberini, que entonces tenía unos 30 años, como el propio artista, y que luego se convirtió en el papa Urbano VIII, domina la oscuridad de una sala del palacio que construyó para su familia cuando fue nombrado pontífice. En este fastuoso edificio, uno de los más bellos de Roma, lleno de obras maestras, con una escalera de Bernini y otra de Borromini, emerge ahora en un claroscuro esta obra tanto tiempo esperada en la que se reconoce la mano de Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio.
No está firmada, porque no firmaba sus cuadros, pero es atribuido unánimemente al artista milanés por todos los principales expertos, desde que el famoso crítico Roberto Longhi lo hiciera por primera vez en 1963. Desde entonces los investigadores lo han ido visitando en secreto y todos han ido asintiendo. Los técnicos de las Gallerie Nazionali han realizado nuevas pruebas diagnósticas estos meses que también han corroborado la autoría.
¿Cómo se ha logrado por fin convencer a su dueño? “No había una razón particular para que no lo prestara, es una historia fascinante, no sabemos las razones, lo han intentando muchas veces, durante años, esta vez hemos sido muy determinados, creíamos que ya había llegado el momento, y ha cambiado algo”, relata Clement Salomon. El evento anticipa la gran exposición de Caravaggio que el mismo museo inaugurará en marzo de 2025.
Los indicios de la técnica del maestro que señalan los investigadores se despliegan por la pintura: la experimentación cromática, el modo de colocar la figura en diagonal respecto al fondo, la forma de las manos, la luminosidad de la piel y la particular técnica a la hora de pintar los ojos, con una pincelada de biacca, el color blanco hecho con carbonato básico de plomo, que da intensidad a la mirada. Pero sobre todo lo más emocionante, indican los organizadores de la exposición, es que el cuadro muestra el inicio del estilo de Caravaggio, es su primera inmersión en las sombras y en los contrastes entre la luz y la oscuridad que acabarían forjando su sello y lo harían célebre. Inaugura el inicio de su madurez, de su última y prodigiosa década de vida.
Esta exposición no solo es importante por el hecho de exhibir por primera vez el cuadro, sino que además llena un vacío en la obra conocida del artista: apenas se conservan retratos suyos, pese a que en Roma pintó muchos de personajes de la Curia y de amigos y conocidos, porque se han perdido. “Son rarísimos”, dice Thomas Clement Salomon. “Se cuentan con los dedos de una mano: el Retrato de Alof de Wignacour en el Louvre; el retrato del caballero de Malta, del Palazzo Pitti de Florencia… Son realmente pocos. Y, por ejemplo, el Retrato de Fillide Melandroni estaba en Berlín y fue destruido durante la guerra”.
Este pintor de vida peligrosa y pendenciera, que tuvo que huir de Roma tras matar a un hombre y ser condenado a muerte, escandalizó con su forma de pintar. Su innovación en los retratos fue hacerlos “sin similitud”, según sus biógrafos. Es decir, que no le preocupaba que no se parecieran al modelo. Ya en su tiempo era considerado un genio y quienes le hacían un encargo sabían dónde se metían. A veces el resultado era celebrado o denostado. En todo caso, Longhi sentenció que con este lienzo “se abría el retrato moderno”.
Para el director del museo, “terminaba un retrato más estático y manierista, y con este cuadro se daba inicio a una acción fuerte, que anticipa el retrato barroco”. La mano derecha de Maffeo Barberini señala algo fuera del cuadro, como si el protagonista se dirigiera a alguien que está fuera de la escena, y con la izquierda sujeta una carta.
El cuadro, según los investigadores, estuvo en manos de la familia Barberini durante siglos, pero hacia 1935, cuando se dispersa toda la colección, se vendió en el mercado de anticuarios. Se le perdió la pista hasta que reapareció en Roma, sin documentación, y más tarde Longhi desveló su paradero. En realidad fue un amigo suyo, el crítico Giuliano Briganti, el primero en ver la mano de Caravaggio en el cuadro, pero le cedió la atribución.
Hay un segundo retrato de Maffeo Barberini, propiedad de una familia noble florentina, cuya atribución es más discutida. Siempre se ha asignado a Scipione Pulzone, y más tarde algunos críticos lo han hecho a Caravaggio, pero hay una división de criterios. Con el expuesto ahora en Roma nadie tiene ninguna duda.