Muere Doug Scott, el hombre que gateó para escapar del Ogro
El incomparable alpinista británico fue protagonista en 1977 de uno de los episodios más salvajes de supervivencia
El legendario alpinista británico Doug Scott se apagó este lunes, pero todos coinciden en asegurar que vivió una prórroga de 43 años. Contaba 79 y un cáncer cerebral detectado el pasado mes de marzo. Los cuidados médicos le concedieron una transición serena y, quizás, tuvo tiempo de recordar una vez más el día que se vio morir. Fue el 13 de julio de 1977, poco después de firmar la primera ascensión del Ogro (o Baintha Brakk), una terrorífica montaña pakistaní de 7.285 metros, junto al no menos icónico ...
El legendario alpinista británico Doug Scott se apagó este lunes, pero todos coinciden en asegurar que vivió una prórroga de 43 años. Contaba 79 y un cáncer cerebral detectado el pasado mes de marzo. Los cuidados médicos le concedieron una transición serena y, quizás, tuvo tiempo de recordar una vez más el día que se vio morir. Fue el 13 de julio de 1977, poco después de firmar la primera ascensión del Ogro (o Baintha Brakk), una terrorífica montaña pakistaní de 7.285 metros, junto al no menos icónico Chris Bonington.
Las montañas difíciles se escalan y de ellas solo se escapa a base de rápeles: colgado de las cuerdas. Así afrontó Doug Scott el descenso del Ogro, pero en el primer rápel resbaló, dibujó un péndulo y sus tobillos se quebraron contra una pared. Estaba por encima de los 7.200 metros, con una tormenta pisando sus talones, sin piernas… supo que iba a morir de forma lenta, una tortura psicológica hasta que el frío congelase su consciencia. Entonces, Chris Bonington se descolgó hasta alcanzarlo y se miraron a los ojos: lo que vio Scott fue que, quizá, tendría una opción de pelear por su vida. Bonington le ayudaría aunque Scott nunca se hubiera atrevido a pedírselo. Juntos iniciaron un descenso tan técnico como peligroso, a ratos colgados de las cuerdas, a ratos gateando, tratando de no quedar atrapados, conscientes de su lentitud alienante. Todo empeoró cuando Bonington cayó de lado fracturándose dos costillas. Las ansias de vivir de Scott quedaron retratadas en una fotografía tomada por Chris Bonington que muestra a un hombre de rodillas, uno que parece un perro enseñando sus dientes a la tormenta. Joyce, la madre de Doug, visitó a una vidente en su adolescencia: las cartas aseguraron que se casaría con un hombre uniformado (lo hizo con un policía) y que el mayor de sus hijos sufriría un gran peligro a gran altitud.
Scott y Bonington invirtieron una semana en regresar al campo base: dos espectros malolientes, desfigurados, devorados por el estrés y un esfuerzo tan salvaje que apenas permitía reconocerles. Fueron ayudados de forma determinante en el tramo final por dos de sus compañeros, Mo Anthoine y Clive Rowland, los que no aceptaron la idea de que sus amigos pereciesen en la montaña. El helicóptero que alcanzó el pie de la montaña para trasladarlos a un hospital se estrelló tras recogerlos… sin consecuencias.
El alpinismo extremo es peligroso o no es alpinismo. Doug Scott siempre fue consecuente con esta línea de pensamiento, hecho que le convirtió en uno de los mejores actores que ha conocido el arte de escalar grandes montañas. En 1975, dos años antes de firmar su viaje épico en el Ogro, Scott y Dougal Haston se apuntaron la primera ascensión de la cara suroeste del Everest. Alcanzaron la cima tan tarde que tuvieron que pasar la noche al raso a 8.760 metros. Agotado su oxígeno artificial, Scott sufrió severas alucinaciones esa noche: creía que sus pies le hablaban y cuando se quitó una bota, quizá para entender mejor la conversación, Haston le echó un ojo y comprobó horrorizado que lo tenía congelado, un trozo de madera casi sin vida. Agarró entonces el pie charlatán de Scott, abrió su buzo de pluma e introdujo la extremidad al calor de su estómago. Resultó milagroso que, especialmente Scott, quien ni siquiera llevaba un buzo de pluma, bajase sin una congelación. De esa noche espantosa, Scott extrajo una promesa: nunca más usaría oxígeno artificial (en 1975 la medicina aseguraba que el ser humano no podía sobrevivir en el techo del planeta sin usar oxígeno embotellado) y siempre escalaría las montañas de forma ligera. Fue uno de los auténticos precursores del estilo alpino en el Himalaya, el que prescinde de cuerdas fijas, porteadores y campos fijos de altura para defender la velocidad, el minimalismo y el compromiso.
Doug Scott perdió de forma prematura, en las montañas, a la gran mayoría de los mejores talentos británicos de su generación, desde Nick Estcourt hasta Alex McIntyre pasando por Joe Tasker y Peter Boardman. Junto a estos dos últimos completó en 1979 la mejor ascensión de su prolífica carrera: una nueva ruta que discurre por la arista norte del Kangchenjunga (8.586 metros). Fue el tercer ascenso de dicha montaña y el primero en el que no se empleó oxígeno artificial, pero sobre todo resultó una revolución conceptual al alcance de unos pocos elegidos.
Cuando sus rodillas dijeron basta, tras 45 expediciones, Scott presidió el Club Alpino Inglés y creó una sociedad benéfica llamada Acción Comunitaria Nepal. Inició entonces una frenética carrera como conferenciante para recaudar fondos. Cuentan que ni siquiera le hacía falta proyectar imágenes de sus ascensiones. Bastaba con escucharle para entender lo que ni siquiera las mejores fotografías pueden explicar. Sus palabras describían una bella forma de autenticidad.