Area di Rigore

Cambian las tornas en casa de los Inzaghi

Simone y Filippo solo jugaron una vez juntos en la selección; ahora rivalizan como técnicos en el duelo Lazio-Benevento

Los hermanos Inzaghi, Simone (izquierda) y Filippo, en el Olímpico de Roma.Marco Rosi - SS Lazio (Getty)

La familia Inzaghi solo pudo ver un partido junta en el salón de casa el único día que los hijos coincidieron en la Nazionale. Hasta entonces, cada uno en un televisor, el padre prefería que se repartiesen los puntos entre la ida y la vuelta cada vez que se cruzaban. La madre, en cambio, deseaba en secreto que siempre ganase el pequeño. Pobre Inzaghino. Tenía menos suerte, fama y puntería. A su hermano Pippo, un funambulista del fuera de juego, se le caían los goles de los bolsillos. Jugaba en uno de los mejores Milan de ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La familia Inzaghi solo pudo ver un partido junta en el salón de casa el único día que los hijos coincidieron en la Nazionale. Hasta entonces, cada uno en un televisor, el padre prefería que se repartiesen los puntos entre la ida y la vuelta cada vez que se cruzaban. La madre, en cambio, deseaba en secreto que siempre ganase el pequeño. Pobre Inzaghino. Tenía menos suerte, fama y puntería. A su hermano Pippo, un funambulista del fuera de juego, se le caían los goles de los bolsillos. Jugaba en uno de los mejores Milan de la historia, levantó un Mundial, dos Champions y tres scudetti. Simone, tres años menor, vivió discretamente a su sombra en la Lazio. “Eh bomber”; “eh míster”, se dicen las siete u ocho veces al día que hablan por teléfono. No suele pasar. Pero en casa Inzaghi han cambiado las tornas y mañana se verán las caras por segunda vez en el banquillo de la Serie A.

Simone ya no es Inzaghino. El técnico de la Lazio acaba de clasificar a su equipo del corazón para los octavos de la Champions por primera vez en 20 años. La temporada pasada, los romanos le disputaron el scudetto a la Juventus y el martes, cuando se enfrenten al Benevento de su hermano, que ha encontrado ya un rumbo después de penar en la Serie B, intentará recuperar los primeros puestos.

Los hermanos Inzaghi crecieron en los juveniles del Piacenza. Una ciudad de espigados campanarios, a mitad de camino entre Milán y Parma, que ejerció siempre de frontera entre dos prósperas regiones: Lombardía y Emilia Romaña. Un confín, como el que años más tarde habitaría Superpippo, siempre en la línea invisible del fuera de juego de San Siro. Fútbol de sitio justo y momento adecuado, como el del malogrado Paolo Rossi. Tantos goles que no existirían con el VAR, pero que le dieron al Milan finales como la Champions contra el Liverpool en 2007. Desde que se separaron, soñaron siempre en volver a jugar juntos, pero solo coincidieron 11 minutos en la Nazionale (Pippo fue 57 veces internacional y ganó un Mundial; su hermano, solo tres).

Simone sobrevivió en la delantera de la Lazio, donde llegó con 21 años en 1999 y ganó un scudetto con un equipo estratosférico —Verón, Crespo, De la Peña, Simeone…—, construido por el empresario Sergio Cragnotti. Luego se supo cómo. Cirio, su grupo alimentario, dejó un agujero negro de 1.300 millones de euros que succionó aquella fiesta. “Que nos quiten lo bailao”, dicen todavía los laziali. Y en esas apareció Claudio Lotito, que se lo quedó y reflotó. No era un santo —fue inhabilitado por el Calciopoli—, ni apostó, como dice ahora, por Simone como entrenador. Lo mandó a la Salernitana de la Serie B, su otro equipo. Pero Bielsa hizo honor a su apodo y les dejó tirados a poco de empezar la liga. Sonó el teléfono y tomó la primera salida cuando llegaba a Salerno.

La estrella de cada dinastía deja siempre a alguien a la sombra. Franco Baresi fue el mejor líbero de Italia, y su hermano Beppe se conformó con ser un honesto obrero del balón. Más claro fue el caso de los Sentimenti, que se distinguían con números romanos (solo Sentimenti IV jugó en la Nazionale), seguro que generando en las cenas navideñas más de un conflicto. En casa de los Inzaghi nunca hubo celos. Solo amor incondicional que hoy se manifiesta incluso con la devoción de Pippo —que nunca tuvo hijos— por sus tres sobrinos.

El martes se verán dos estilos. Pippo, que subió al Benevento a la Serie A tras una gran temporada, tira de catenaccio clásico. Fútbol práctico, defender. Ganar. El poco tiempo que entrenó al Milan sacó de quicio a Berlusconi, que bajó al vestuario a gritarle que atacase. Su hermano juega con un esquema ofensivo. Un 3-5-2 con grandes intérpretes como Milinkovic, Luis Alberto e Immobile, delantero centro de la Nazionale. Pero les ha dado más. Son 11 tifosi de la Lazio, como lo es él, un tipo que todavía habla de la “nostra gente” con ese acento de Piacenza para referirse al club. Esta vez en casa de los Inzaghi encenderán un solo televisor.

Sobre la firma

Más información

Archivado En