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Coordinado por Óscar Gogorza
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Hacer trampa con la huella de carbono

Haglöfs, firma sueca del mundo del Outdoor, insiste en la necesidad de reducir sus emisiones de CO2 sin engañar mientras un estudio halla enormes cantidades de sustancias químicas nocivas en el agua del Everest

Campo base del Everest.PRAKASH MATHEMA (AFP)

La hipocresía acompaña muchas de las proclamas de las compañías adheridas a los acuerdos de París de 2019 contra el cambio climático: la petrolífera Shell podría ser el caso más evidente. En su página web, Shell anuncia su compromiso para dejar de contaminar en 2050, pero acaba de anunciar que recurrirá la sentencia dictada en los Países Bajos que le obliga a reducir en un 45 sus emisiones de CO2 antes de 2030. El mundo del Outdoor es una de las industrias más sensibles (y miradas con lupa por una parte de sus clientes...

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La hipocresía acompaña muchas de las proclamas de las compañías adheridas a los acuerdos de París de 2019 contra el cambio climático: la petrolífera Shell podría ser el caso más evidente. En su página web, Shell anuncia su compromiso para dejar de contaminar en 2050, pero acaba de anunciar que recurrirá la sentencia dictada en los Países Bajos que le obliga a reducir en un 45 sus emisiones de CO2 antes de 2030. El mundo del Outdoor es una de las industrias más sensibles (y miradas con lupa por una parte de sus clientes) ante la responsabilidad de crear prendas no solamente respetuosas con el medio ambiente sino ajustadas a la necesidad imperativa de reducir la huella de carbono en su producción. Por eso ha chocado el reciente anuncio de la firma sueca Haglöfs: anuncia que ha logrado la etiqueta de climáticamente neutral… porque ha hecho trampa para lograrlo. Algo así como admitir que ha ganado el Tour… dopándose menos que el resto.

El compromiso de todas las compañías contaminantes es borrar de forma radical su huella de carbono antes de 30 años, tarea menos evidente de lo que pueda parecer. Mientras se produce el cambio, la etiqueta climáticamente neutral se consigue compensando mediante vías alternativas a la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que se emite a la atmósfera, es decir comprando créditos de carbono, reforestando, invirtiendo en tecnologías sostenibles, etc. El problema es sabido: tales compensaciones se quedan cortas por mucho que un papel asegure que la actividad de tal o cual compañía deja una huella cero de carbono. Así lo asegura el CEO de Haglöfs: “Ser climáticamente neutral es un término bonito, pero no significa que no generamos ninguna huella de carbono; significa que estamos compensando nuestras emisiones de carbono propias apoyando proyectos que esperamos que eviten o reduzcan las emisiones más rápido que nosotros. Es cierto que sentimos que eso puede ser hacer trampa, pero en este caso está justificado para acelerar los resultados. Lo importante es que esto no entorpezca el trabajo real, que no es otro que reducir nuestras propias emisiones”.

Sin duda, la clave reside en el ejercicio de responsabilidad que la firma sueca (y como ella, todas las demás) sea capaz de acometer. En este sentido, y en la práctica, obliga a la empresa a cambiar de nuevo tras más de un siglo de vida: debe acelerar el uso de materiales de menor impacto en sus productos, mejorar la eficiencia energética de su fábrica, garantizar que sus productos duran más y asegurar una transición hacia la energía renovable en la producción y en la cadena de suministro. Y todo esto no con la mirada puesta en 2050, sino lo antes posible. En este caso, el anuncio de la ‘trampa’ parece menos un ejercicio de marketing que una llamada de atención: la responsabilidad medioambiental no solo queda en el campo de los productores sino también en el de los consumidores.

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Un estudio publicado recientemente en Science of the total environment señala la presencia exagerada de sustancias químicas permanentes en el Everest, es decir sustancias perfluoroalquiladas (PFAS) fabricadas por el ser humano y que se han relacionado con defectos de nacimiento, colesterol alto o riesgo de cáncer de riñon y testículo. Beber agua en el Everest (se obtiene derritiendo nieve) podría ser arriesgado para los montañeros, asegura el estudio, que recoge muestras a 8.000 metros, así como en los campos base, I, II y en la cascada del Khumbu. Dichos PFAS proceden, según explica Kimberley Miner, autora principal del estudio (es investigadora de la Universidad de Maine), de los equipamientos que emplean los alpinistas en la montaña, desde tiendas de campaña a ropa de abrigo pasando por las cuerdas fijas que se instalan, todos ellos bañados en productos que repelen el agua.

Esto abunda en la denuncia planteada en 2015 por Greenpeace contra la industria del Outdoor y que obligó a la firma Gore-Tex a emplear tecnologías de impermeabilización más respetuosas con el medio ambiente y libres de PFAS. Desde entonces, y en tiempo récord, la mayoría de las grandes firmas del Outdoor han logrado eliminar estos productos nocivos de sus colecciones. Según los responsables de Haglöfs, su colección actual está libre de PFAS en un 95% y solo aquellas prendas revestidas con aislantes o repelentes de Gore-tex siguen conteniendo dichas sustancias químicas, si bien desaparecerán antes de 2023, todo un récord de velocidad e innovación si se compara con el resto de industrias contaminantes. Las críticas severas del colectivo ecologista y de los asiduos de los deportes de montaña obligaron en su momento a empresas tan poderosas como Gore-Tex a mover ficha de forma rápida. Ahora, firmas como Haglöfs recuerdan que no solo ellos tienen prohibido hacer trampa: también los consumidores.

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