Venturas y desventuras de nuestra primera Eurocopa
La rivalidad Barça-Madrid y el veto a la URSS marcaron a España en 1960
La primera Eurocopa se inició en la primavera de 1959 y tuvo su final el 10 de julio de 1960. La participación de España fue esperanzadora, llamativa y polémica.
Presidía la Federación un médico, Lafuente Chaos, hombre de prestigio, sensatez y carácter. Cuando la UEFA creó la competición, la Delegación de Deportes le dijo que no inscribiera a España; se quería evitar el riesgo de jugar contra países del bloque sovié...
La primera Eurocopa se inició en la primavera de 1959 y tuvo su final el 10 de julio de 1960. La participación de España fue esperanzadora, llamativa y polémica.
Presidía la Federación un médico, Lafuente Chaos, hombre de prestigio, sensatez y carácter. Cuando la UEFA creó la competición, la Delegación de Deportes le dijo que no inscribiera a España; se quería evitar el riesgo de jugar contra países del bloque soviético. Pero desobedeció, inscribió a España y, a hecho consumado, se salió con la suya.
Estaba en sus máximos Helenio Herrera, que en su primera temporada (58-59) con el Barça lo llevó al doblete nacional frente al todopoderoso Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento, que ese año ganó su cuarta Copa de Europa. El potencial de ambos clubes era deslumbrante y contrastaba con el de la selección.
Lafuente Chaos nombró a Helenio Herrera entrenador, supuestamente condicionado por un comité seleccionador: José Luis Costa, Ramón Gabilondo y José Leoncio Lasplazas. Este último aparece generalmente como José Luis porque se hacía llamar José L. Lasplazas, lo de Leoncio no le gustaba. Era hombre muy activo en el fútbol catalán. Los otros dos eran exfutbolistas de prestigio. Ambos habían jugado en el Atlético y el primero de ellos llegaría a presidente de la Federación.
Esa dicotomía seleccionador-entrenador fue usual mucho tiempo atrás. El entrenador hacía el mero papel de adiestrador físico. En los clubes la alineación la decidía la directiva y en las selecciones había una figura (o comité) superior que elegía los nombres. Con Helenio Herrera empezó a aparecer en España la figura del entrenador plenipotenciario que no admitía interferencias.
Aquella dicotomía creó no poca polémica, pero Helenio Herrera se salió siempre con la suya. En sus memorias (YO, mi propia historia) transcrita por su hijastro, el luego célebre director de cine Gonzalo Suárez, entonces periodista deportivo bajo la firma de Martín Girard, describe a sus antagonistas como “comité seleccionador cuyo verdadero objetivo era acallar a aquellos que aspiraban a ostentar cargos inútiles que sólo beneficiaban a su vanidad [...] A veces querían justificar su presencia inmiscuyéndose en mis planes”. A Lafuente Chaos le retrata como “caballero y hombre de carácter”. Siempre se puso de su lado, así que todo lo hizo él.
Su selección constó de ocho jugadores del Barça, lo que enojó no poco a los madridistas. Veníamos de un predecesor, Manolo Meana (que había sido seleccionador-entrenador sin nadie encima) con el que jugó una mayoría de madridistas, con fracaso en la clasificación para el Mundial Suecia 58. Ahora Helenio Herrera tiró de los suyos. Además, había sido abundoso en declaraciones altisonantes de desprecio al Madrid, ciertas, exageradas o algunas inventadas, como a veces decía él. En la primera concentración, en La Berzosa, Di Stéfano le negó la mano. Le había llamado viejo, el peor agravio para un futbolista. Su ejemplo lo siguieron militarmente Mateos y Gento, los otros dos madridistas.
Para más morbo, el primer rival fue justamente Polonia, país del bloque soviético. Al menos no era la URSS. O Rusia, como simplificábamos aquí, la bicha para la España de entonces. Circuló que Di Stéfano pensaba jugar mal para hacer fracasar a Helenio Herrera, pero a la hora de la verdad ocurrió lo contrario: España ganó 2-4 y los goles españoles se lo repartieron a pares Di Stéfano y Luis Suárez. Fue el 28 de junio de 1959 y jugaron Ramallets; Olivella, Garay, Gracia; Segarra, Gensana; Tejada, Mateos, Di Stéfano, Suárez y Gento. Tres madridistas en la delantera, Garay, del Athletic, de central, y siete del Barça.
El partido de vuelta se jugó en el Bernabéu el 14 de octubre, con un barcelonista más y un madridista menos, porque Kubala (baja en junio) entró por Mateos. España ganó 3-0 ante 80.000 espectadores. Era un equipazo. Parecía hecha la paz.
Pero, ¡ay!, el sorteo quiso que en semifinales nos cayera la URSS, y por ahí sí que no pasó el Régimen. Todavía Helenio Herrera movió Roma con Santiago para ir a Moscú a ver un amistoso URSS-Polonia a cambio de que se invitara a dos espías rusos al España-Austria (6-3) que se jugó en Valencia.
El episodio se recuerda mal: España no se negó a ir a Moscú, sino a recibir a la URSS. Franco temía que su presencia provocara gestos de simpatía en el estadio. Lafuente Chaos se desvivió. Ofreció jugar un partido en Moscú y otro en campo neutral o hasta los dos en Moscú. La UEFA trató de salvar la semifinal, porque España era lo mejor de lo mejor entonces. En la prensa española, con los jugadores ya concentrados en Madrid, hubo días de estricto vacío informativo. Incluso faltó L’Équipe de los pocos puestos en Madrid y Barcelona en que se distribuía. Hasta que de golpe se dijo que no habría semifinales, de lo que se culpó a Rusia.
Todo un desencanto, porque ya nos veíamos campeones. Lo serían, precisamente, los soviéticos.
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