Muguruza, Badosa y algo más: el feliz repunte del tenis femenino
La presencia de ambas en el Masters de Guadalajara, 21 años después de que asistieran Arantxa y Conchita, subraya una temporada de brillos y crecimiento
El éxito se expresa, nada más y nada menos, que a 1.566 metros de altitud y por partida doble. “La respiración se te acelera y el cuerpo tarda en acostumbrarse. Creo que lo máximo a lo que había jugado era a 600″, precisa Garbiñe Muguruza. “Aquí, la bola vuela demasiado y es difícil controlarla porque rebota mucho, pero las condiciones son las mismas para todas”, abunda Paula Badosa desde Guadalajara, México, testigo el escenario de un retorno histórico para el tenis español: hacía 21 años que dos jugadoras no asistían al Masters de final de temporada, el torneo que reúne a las ocho mejores de...
El éxito se expresa, nada más y nada menos, que a 1.566 metros de altitud y por partida doble. “La respiración se te acelera y el cuerpo tarda en acostumbrarse. Creo que lo máximo a lo que había jugado era a 600″, precisa Garbiñe Muguruza. “Aquí, la bola vuela demasiado y es difícil controlarla porque rebota mucho, pero las condiciones son las mismas para todas”, abunda Paula Badosa desde Guadalajara, México, testigo el escenario de un retorno histórico para el tenis español: hacía 21 años que dos jugadoras no asistían al Masters de final de temporada, el torneo que reúne a las ocho mejores del año. Y ahí figuran las dos, mano a mano, ejerciendo orgullosamente de herederas.
“Ha pasado mucho tiempo y el hecho de tener a dos tenistas en lo más alto de la élite supone un gran logro”, ensalza Muguruza, que allá por el 2000, cuando Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez (hoy día su preparadora) participaron en la cita maestra de Nueva York, apenas tenía siete años y seguía las hazañas de ambas a través de la televisión. “Antes estaban las chicas, después los chicos; ahora hemos vuelto las chicas otra vez... Estar aquí las dos significa que el tenis español está por todo lo alto”, resume la número cinco del mundo en referencia al reverdecer, al recorrido entre aquella muesca en el Madison Square Garden y la de ahora, pasando por el protagonismo masculino (Nadal, Verdasco, Ferrer, Carreño...).
Entonces se hizo con el trofeo la veinteañera Martina Hingis, se cerraba un ciclo de 28 años en la sede neoyorquina y Badosa, nacida tres antes precisamente allí, en Manhattan, ya se atrevía a coger una raqueta. Después de un extremo viaje profesional, hoy es la décima del mundo tras haber barajado apartarse del tenis hace tres cursos por una depresión. “Así que estoy feliz de estar aquí”, dice. “Y muy orgullosa de que haya dos representantes españolas”, agrega para subrayar el momento del tenis femenino nacional, que ni mucho menos responde a la casualidad. Hay mimbres y hay hechos. Relucen ella y Muguruza en la cúspide, pero hay un buen puñado de evidencias más.
Esta temporada ha marcado el despegue de Sara Sorribes, que en marzo elevó su primer título (en Guadalajara) y ahora es la 36ª de la WTA, capaz de apear en los Juegos a la número uno, Ashleigh Barty; también la presentación a lo grande de la guipuzcoana Ane Mintegi, la primera júnior española que ganó en Wimbledon, con 17 años; consta la progresión de Rebeka Masarova –a sus 22, la 164ª después de haber comenzado el año más allá del puesto 700– y las de otras jóvenes como Marina Bassols (21, 267ª) o Jessica Bouzas (19, 357ª), así como el ascenso de la granadina Nuria Párrizas, que inició el ejercicio fuera del top-200 y que como treintañera ha escalado hasta el peldaño 64.
“Estoy feliz por el paso adelante que han dado nuestras jugadoras”, concedía en verano el presidente de la Real Federación Española de Tenis (RFET), Miguel Díaz, satisfecho por los frutos que va aportando el programa de ayudas al tenis base femenino. En concreto, se han invertido 130.000 euros en becas para el desarrollo de 13 jugadoras y, sobre todo, se ha potenciado un tejido de torneos –26 de categoría ITF, antesala a los de la WTA; a razón de 426.000 euros– para favorecer el salto al circuito profesional.
El presente, pues, es dulce y remonta al desembarco maestro de Arantxa y Conchita hace 21 años. Ahora son Muguruza (28) y Badosa (23) las que se codean con las más fuertes después de haber elevado dos títulos por cabeza –Dubái y Chicago, en el caso de la primera y Belgrado e Indian Wells, en el de la segunda– y de que Sorribes añadiera una quinta alegría. Todo en el oscilante territorio de la WTA, simbolizado por este Masters en el que irrumpen seis debutantes, al que ha renunciado la australiana Barty y para el que no se han clasificado la japonesa Naomi Osaka o la rumana Simona Halep, y que iluminará a una nueva campeona el día 17.
Variedad e intriga, semana a semana
“Lo normal no es lo del circuito masculino, donde tres jugadores acumulan 60 grandes. Es una locura”, transmite Muguruza, que esta madrugada cedió (4-6, 6-2 y 7-6(6) en el debut contra la checa Karolina Pliskova. “El tenis femenino es diferente, hay mucha variedad, es más intrigante y eso es genial. ¿Quién iba a decir que iban a jugar dos teenagers [adolescentes] la final del US Open? Cada semana, la que juega mejor es la que gana”, prolonga la caraqueña, que participa por cuarta vez en el Masters tras las experiencias de 2015 (semifinales), 2016 (fase de grupos) y 2017 (fase de grupos).
Llega Muguruza después de un trazado dividido en tres, con un arranque notable, una primavera complicada por las lesiones y un repunte final; sobre todo, beneficiada por su rendimiento en los torneos intermedios, dado que en los mayores no logró franquear la barrera de los octavos, o los cuartos en los Juegos Olímpicos de Tokio.
“Creo que he crecido y vuelvo adonde quería estar”, aprecia la exnúmero uno, que en marzo se reencontró en el desierto con el premio que se le negaba desde hacía dos años. “He vuelto a ganar y he estado sólida”, continúa. “Y ahora espero acabar de la mejor forma posible. Es una edición más abierta y no hay una favorita clara, principalmente por la altura. Confío en sacar mi mejor versión”, remata sabiendo que el cara a cara con sus rivales de grupo (las dos primeras de cada uno acceden a las semifinales) le obliga a un plus: 2-9 frente a Pliskova, 1-2 con Barbora Krejcikova y 2-2 contra Anett Kontaveit (6-3 y 6-4 a la segunda).
Entretanto, para la debutante Badosa todo es novedoso. La catalana partió el año con la idea de seguir evolucionando en busca de ese salto de nivel que ha obtenido, aunque tal vez haya sido mayor de lo esperado. Además de alcanzar los cuartos de Roland Garros y los Juegos ha sido semifinalista en Madrid, Lyon y Charleston, donde tumbó a Barty, y en el esprint final exhibió todo su potencial en Indian Wells, uno de los enclaves más prestigiosos del circuito. Allí batió a Victoria Azarenka en la final y cerró un círculo.
“Era la primera vez que ganaba un gran torneo, así que viví muchas cosas nuevas y fue un poco estresante. Cuando termine este necesitaré un poco de tiempo para calmarme y aceptar todo lo que ha pasado”, concedía en la jornada de atención a los medios. “Siempre fue un sueño ser top-10 y ser una de las mejores, y ahora es una realidad. Hubiera firmado ser top-50…”, concluye la española, que el jueves (2.30, Teledeporte) se batirá con la número dos, Aryna Sabalenka, a la que derrotó en el único precedente; posteriormente se cruzará por primera vez con Maria Sakkari y una segunda con Iga Swiatek, rendida en Tokio.
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