El Liverpool, una ola roja
Lo que en Anfield se propone a ritmo de rock duro, en Mánchester se desarrolla como un ballet perfectamente sincronizado
La cosa debe ser más o menos así:
Tú eres el portero, pongamos que del Villareal, estás en el minuto 10 de partido y ese balón que el interior de tu equipo le ha dado a tu lateral, bajo presión, con tres camisetas rojas encima, con todo Anfield rugiendo, ese balón tiene muchas, todas las posibilidades de llegarte en unas condiciones, digamos, limitadas, y con un ojo miras a tu lateral para poder medir y coordinar el pase y con el otro intentas visualizar a todos los posibles rivales. En esto te ayuda mucho que su camiseta sea roja, e intentar adivinar por donde se puede abrir una línea ...
La cosa debe ser más o menos así:
Tú eres el portero, pongamos que del Villareal, estás en el minuto 10 de partido y ese balón que el interior de tu equipo le ha dado a tu lateral, bajo presión, con tres camisetas rojas encima, con todo Anfield rugiendo, ese balón tiene muchas, todas las posibilidades de llegarte en unas condiciones, digamos, limitadas, y con un ojo miras a tu lateral para poder medir y coordinar el pase y con el otro intentas visualizar a todos los posibles rivales. En esto te ayuda mucho que su camiseta sea roja, e intentar adivinar por donde se puede abrir una línea de pase a una camiseta amarilla para poder continuar con la posesión de balón, manteniendo siempre abierto ese plan B de la posesión que es buscar a tu delantero más adelantado. O que ocupe una posición en la que pueda proteger el balón o dejarlo correr para llevar a la línea defensiva contraria lo más lejos posible de tu portería. Y si sale una opción de contraataque, mejor que mejor.
De esta forma, cuando el balón salga del pie de tu compañero, tendrás detectadas al menos una solución de continuidad y una de desplazamiento largo. El problema es que mientras ese balón se te acerca y ya solo tienes ojos para medir y ajustar su trayectoria a tu control, a tu pie, por un lado, el balón bota, se desliza con rapidez en un césped húmedo y rápido y eso hace que el control tenga que ser exquisito; y por otro, esos de rojo no paran de moverse y donde habías intuido una solución cercana ahora el pase parece de más riesgo, más complicado, más estrecho. Y, con los dos ojos sobre la pelota, ya no sabes si tu delantero más alejado está solo, marcado o simplemente se ha parado porque está cansado de correr proponiendo soluciones.
Más o menos esa es la tortura a la que el Liverpool somete a sus rivales y que, o encuentras rápido un pase que elimine toda la presión y te dé una buena, tal vez una excelente opción de contraataque, o si no, el partido va a ser largo, duro, tenso hasta que ellos encuentren la forma de abrir tu defensa y ponerse por delante.
Y eso que en Liverpool se propone a ritmo de rock duro, en Manchester se desarrolla como un ballet perfectamente sincronizado, con rostro angelical de aviesas intenciones, con los violines preparados para robar y atacar sin dejarte un segundo para recomponer tus líneas.
De esas dos propuestas salieron de forma diferente Villareal y Real Madrid. Los de Villareal desde un concepto colectivo y constructivo, sabiendo que su mejor forma de atacar era defender bien. Los del Real Madrid, desde su enorme talento individual y su sempiterna capacidad para la supervivencia cuando todo parece anunciar el desastre y un pase en medio campo dejado correr se acaba convirtiendo en una oportunidad de gol aunque aun falten 40 metros hasta la portería y porque, tal vez, a alguien se le ocurrió que era mejor dejar a Vinicius que resolviera el uno contra uno con el portero que mandar al central a defender la situación. El brasileño definió como los mejores y el Real Madrid volvió al partido.
Se diría que los guiones van a ser muy similares en los partidos de vuelta, solo esperemos que los nuestros encuentren el buen pase, la buena línea, el espacio libre para que ambos firmen su billete a París.
Por lo menos, esta vez, el público soplará a favor de sus velas.
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