Profetas del gol
Hay futbolistas a los que les gustaría ser goleadores, pero solo unos pocos han hecho del gol una ciencia y una profesión
Especialistas. Hay muchos millones de personas a las que les gustaría ser futbolista y hay muchos futbolistas a los que les gustaría ser goleador. Pero solo unos pocos han hecho del gol una ciencia y una profesión. Las porterías miden poco más de siete metros, el resto del mundo no es arco. Es tal la obsesión de estos personajes que ese dato debe parecerles un desperdicio. Sin embargo, ninguno de estos ejemplares espera el gol en las inmediaciones del área como un pájaro en una rama. Lo trabajan con movimientos inteligentes, engañando a los rivales con distracciones propias de un ladrón...
Especialistas. Hay muchos millones de personas a las que les gustaría ser futbolista y hay muchos futbolistas a los que les gustaría ser goleador. Pero solo unos pocos han hecho del gol una ciencia y una profesión. Las porterías miden poco más de siete metros, el resto del mundo no es arco. Es tal la obsesión de estos personajes que ese dato debe parecerles un desperdicio. Sin embargo, ninguno de estos ejemplares espera el gol en las inmediaciones del área como un pájaro en una rama. Lo trabajan con movimientos inteligentes, engañando a los rivales con distracciones propias de un ladrón o de un mago y, cuando se les presenta la oportunidad, tienen mil recursos para meter la estocada más hermosa del mundo. Benzema es uno a los que el “Balón de oro” ya ha puesto por encima del bien y del mal. Pero hoy toca analizar a otros tres.
De cómo el gol puede cambiarlo todo. Lo clásico siempre está de moda y Lewandowski es la prueba. Un delantero que, con 34 años, se mete en ese estanque lleno de cocodrilos que es el área como si se tratara de su propia casa. Llamar goleador a alguien es un elogio reductor, como si solo supiera hacer lo más difícil del fútbol. Por otra parte, hay veces que la fonética de un nombre engaña. Uno dice Lewandowski y da por sentada la contundencia de quien marca goles atropellando. En estos pocos partidos en los que España se ha familiarizado con su patrón de juego, hemos comprobado que antes que un goleador, estamos ante un jugador; esto es, ante alguien al que le dan un balón y nunca defrauda. Solo deberían considerarse estrellas a aquellos que mejoran a sus compañeros y el amplio repertorio de goles de Lewandowski ha llenado de confianza al Barça, desde Ter Stegen hasta Xavi.
Si la belleza también cuenta: Mbappé. Es posible que Kylian Mbappé, acosado por el éxito, haya salido del verano convertido en otra persona, pero dentro de un campo de juego sigue siendo un jugador armónico con una imparable precisión en velocidad. Corre rápido, piensa rápido y ejecuta rápido. Escapar no es elegante, siempre que uno no sea Mbappé, al que vemos en los resúmenes perseguido por rivales resignados que solo logran ver el gol desde un poco más cerca. Tiene el brillo urgente de un relámpago, la belleza de un pura sangre y la eficacia de un martillo. En estos momentos, el trono futbolístico de la próxima década lo tiene como seguro candidato. Pero cuidado, hay una amenaza que viene del norte y no se detiene ante nada.
Mi nuevo juguete. Como todo lo que llega del futuro, la personalidad y el aspecto de Haaland me provocan una fascinante curiosidad. Genuino representante del fútbol que viene, nos remite a la eficacia desde un poderío exuberante. Tiene la concentración de una computadora puesta al servicio de la misión más difícil: la del gol. Es tan perfecto que, a pesar de su androide figura, no se le nota ni un solo cable. Parece humano. Arrancando desde atrás resulta imparable, con esa zancada algo bruta a la que solo le falta un aullido y que se impone arrollando. En el área apenas cabe, pero sus dotes adivinatorios le permiten llegar antes que nadie al sitio donde, instantes más tarde, llegará el balón. Ahí sí sobresale un instinto no solo humano, sino animal, que saca ventaja en espacios pequeños vigilados por rivales. Se vale de la anticipación, del engaño y de una elasticidad de bailarín para rematar todo balón que cruza el área. Los tres no pueden ser más diferentes. Ni mejores.
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