Otro Real Madrid inexplicable
El campeón, brillante en el primer tiempo, remata hasta 36 veces pero cierra el duelo ante el meritorio Shakhtar con un 2-1 gracias a los goles de Rodrygo y Vinicius
¿Quién demonios es capaz de predecir el fútbol? Por ejemplo, el de la tercera jornada de esta Copa de Europa en el Bernabéu. Un fenómeno inverosímil. El campeón de Europa remató hasta 36 veces (16 por fuera, 14 entre palos y seis tiros bloqueados), pero se quedó con un estrujado 2-1. Enfrente, un Shakhtar que vive el día a día en condiciones extraordinarias y que tras refugiarse como pudo en las cuerdas de Chamartín casi improvisa la gloria.
En La Castellana la gente se pellizcaba. El Real sacudía y sacudía a su adversario, sob...
¿Quién demonios es capaz de predecir el fútbol? Por ejemplo, el de la tercera jornada de esta Copa de Europa en el Bernabéu. Un fenómeno inverosímil. El campeón de Europa remató hasta 36 veces (16 por fuera, 14 entre palos y seis tiros bloqueados), pero se quedó con un estrujado 2-1. Enfrente, un Shakhtar que vive el día a día en condiciones extraordinarias y que tras refugiarse como pudo en las cuerdas de Chamartín casi improvisa la gloria.
En La Castellana la gente se pellizcaba. El Real sacudía y sacudía a su adversario, sobre todo en un primer periodo muy brillante, pero nada. Una jornada de embrujo. Con el Real Madrid por delante no son pocos los partidos sin explicación. Aún hubiera sido más enigmático de no ser por los goles de Rodrygo y Vinicius. Lo único que tuvo sentido.
No son pocas las veces que el fútbol pierde el juicio, la lógica ilógica de este juego. En Chamartín el partido era blanco, muy blanco. El Real Madrid estaba disfrutón; el Shakhtar, admirable por sus extremas circunstancias, bastante tenía con pasar revista. Hasta 17 remates del campeón en el primer acto. Un monocultivo madridista. Al mando Kroos y Tchouameni, con Valverde, Rodrygo, Vinicius y Benzema como marcianos para los cadetes ucranios. La gente local se lo pasaba pipa, en el césped y en las gradas. Pero resulta que al descanso solo 2-1, tras un estupendo gol de Zubkov. El chico cazó un remate fulminante con una maniobra en el aire en el único instante que se desenchufó el Real. Incredulidad general. Rebote mayúsculo de Carlo Ancelotti ante la laxitud de los suyos al defender la jugada.
Alertado por la trastada del Shakhtar de hace un par de cursos, o la más reciente del Sheriff, Ancelotti se puso en guardia. Con los más sanos, el equipo titular más titular posible. El meritorio y acerado conjunto exiliado de Donetsk es hoy una anomalía histórica. Con la invasión rusa no solo es el club más nómada del mundo —entrena en Lviv y juega la Champions como local en Varsovia—, sino que ha tenido que renovarse por completo. Hasta 14 brasileños, su zoco tradicional, han dejado un club que en su último partido de liga, al igual que en el Bernabéu, alineó de entrada a once ucranios por primera vez en 20 años. Seis de ellos nacidos en los territorios que Rusia festeja por su cuenta haberse anexionado.
En lo que al fútbol se refiere, el Shakhtar era un guiñapo a pies del Madrid. Enchironado en su campo por su vocación de articular el juego desde la trinchera. El Real, decidido a mucho más que tramitar el partido, tuvo chicha para la presión y arte y precisión para atacar en tromba. Por la derecha de la vanguardia, Valverde y Rodrygo —que crecen y crecen, cada vez menos subalternos— alternaban la posición. Quien dejaba el ala se iba al radar de Benzema. La izquierda es la ruta exclusiva de Vinicius.
El cuadro de Igor Jovicevic, exjugador del Castilla, no daba con el antídoto. La pelota a sus pies le resultaba un engorro. Sin ella era un sufrimiento perpetuo. Lunin, su compatriota y relevo del maltrecho Courtois, les quedaba a muchas, muchas Lunas. Rodrygo embocó el primero tras una involuntaria pared con Stepanenko. Trubin, el portero forastero, no estuvo firme.
No había rapto para Vinicius, un artista con recursos de chistera y pie de cirujano. Por ejemplo, para cerrar una jugada sinfónica con todos los delanteros locales al quite a toda máquina. Tic, tac, tic, tac... Toque a toque a la primera y con vértigo. No fue un golazo, fue un do de pecho de todos los artilleros de Ancelotti. Benzema ilustraba, Valverde abría gas y Vinicius y Rodrygo —que tiene algo de Vinicius y algo de Benzema—, barrían adversarios. Costaba llevar la contabilidad de remates madridistas. El Real era la caballería. Pero llegó el zarpazo de Zubkov a cinco minutos del intermedio y el personal flipaba: 2-1.
Llegado el segundo periodo no compareció el primer Madrid. Un Real menos panorámico y fluido, pero con el mazo dale que dale. Arcanos del fútbol, a punto estuvo de quedar pasmado por Mudryk. La perla ucrania, de 21 años, que ya la temporada pasada se fue aclamado del Bernabéu, se plantó ante Lunin en su único apunte subrayado de la noche, pero el portero resolvió la jugada con el auxilio de Mendy. También respondió bien Trubin ante un reto con Rodrygo y otros varios duelos. Cada ofensiva madridista dejaba llagado al equipo de Jovicevic, por más que se asentara mejor tras el paréntesis. Eso sí, ante la otra portería, el fogueo era el mismo. Sin focos para Lunin, ese gran desconocido al que Courtois no concede ni migas. Con Trubin, el otro portero ucranio, en todas las portadas se cerró un partido muy extraño, que deja al Real a un peldaño de octavos.
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