Vinicius, del trauma de Mallorca al alegrón de Rabat
El brasileño, que hace una semana se marchó aturdido de Son Moix, cierra el Mundial de Clubes como el mejor jugador del torneo
Vinicius se bajó el lunes por la noche del avión aturdido, con un tapón en la cabeza y en su fútbol, y cinco días después despegó de Rabat con un alegrón en el cuerpo. Nadie emitirá un juicio absoluto sobre su temporada por esta semana en Marruecos, trámite engorroso en el calendario con muchas obligaciones y corta de gloria, pero a él le sirvió para soltar lastre. Lo necesitaba mucho después de irse el pasado fin de semana de Mallorca por los suelos, en el centr...
Vinicius se bajó el lunes por la noche del avión aturdido, con un tapón en la cabeza y en su fútbol, y cinco días después despegó de Rabat con un alegrón en el cuerpo. Nadie emitirá un juicio absoluto sobre su temporada por esta semana en Marruecos, trámite engorroso en el calendario con muchas obligaciones y corta de gloria, pero a él le sirvió para soltar lastre. Lo necesitaba mucho después de irse el pasado fin de semana de Mallorca por los suelos, en el centro de un debate nacional con tintes sociales alrededor de sus gestos y el comportamiento de los rivales con él. Este sábado, lejos de ese ruido, apareció en el campo y, antes de tocar el balón, lo primero que hizo fue jalear a la grada, que lo trató como a un héroe. Dos horas más tarde, levantó el trofeo de MVP.
Su paso por el Mundial de Clubes, coronado con el doblete al Al-Hilal más una asistencia, deja un dato que abunda todavía más en la materia de sus desvelos cada vez que sale del Bernabéu: de sus ocho goles esta temporada fuera de casa, cinco han sido en el extranjero (Glasgow, Leipzig y los tres de Rabat), cuando en España ha disputado 12 encuentros y más allá de sus fronteras, ocho.
Esta vez no tardó en poner su noche cuesta abajo. Antes del cuarto de hora, tras una carta de Benzema, la primera la coló dentro. A la vuelta del descanso, se la devolvió al francés con una gran asistencia para aplacar al conjunto saudí. Y luego colocó el quinto, que pareció el lazo al duelo, algo que no ocurrió porque la defensa continuó de extravío en extravío hasta casi recibir el cuarto.
“La progresión de Vini ha sido la del equipo. Vemos que sigue mejorando y marca la diferencia en cada partido”, valoró el técnico italiano, que después de sus duras declaraciones del martes -en las que acusó “al fútbol español” de lo que ocurría con el extremo-, esta vez evitó pronunciarse sobre algo que no tuviera relación con el balón. El miércoles, ante el Elche, no puede jugar por tarjetas y ahora tendrá dos días libres para desconectar tras unas jornadas abrasivas para él.
Los problemas de Valverde, en cambio, no tenían que ver con el empedrado, sino con la congelación de su fútbol desde el caluroso Qatar. El regreso al mundo árabe, sin embargo, le sentó muy bien. En todos los sentidos. “Cuando lo meta [el décimo tanto de la temporada], le voy a abrazar [a Ancelotti]”, había prometido dos días antes. Y eso hizo. El italiano, que a principios de curso le había encomendado la tarea de marcar al menos 10 goles, ya se había dado la vuelta hacia el banquillo cuando ambos se achucharon unos segundos. Y después aún se apuntó el undécimo tras pase de Carvajal, otro necesitado de buenas nuevas. A Rabat llegó Valverde después de 16 partidos sin celebrar (incluidos los tres de Uruguay en Asia), y se fue con tres dianas, unas cuantas carreras y un gran alivio personal, origen posiblemente de su mejoría: el segundo bebé que espera se encuentra bien después de que le hubieran comunicado hace un mes que era “incompatible con la vida”, según reveló su pareja, Mina Bonino.
Ellos dos, como en las semifinales, dejaron sus goles en una noche en la que Ancelotti siguió siendo Ancelotti. En días de incertidumbres, el italiano echó mano de su vieja fórmula y de las nuevas certezas para alzar el título número 100 de la historia del club. La alianza que nadie vio venir el año pasado (Vinicius-Benzema), la piedra anotadora del charrúa que nadie imaginó en verano y la vieja banda de toda la vida: Carvajal, Kroos, Modric y Benzema, que llegó el jueves por la noche y se alistó para la cita. La pulsión conservadora sigue guiando al viejo zorro. No le ha ido nada mal así. Llegado al punto de volver a cruzar el puente de otra final, los mismos de siempre. El alemán y el croata al frente, y sin pista todavía en la alfombra roja para Ceballos, que una hora antes andaba ofreciéndole chicles a Militão en el túnel de vestuarios.
La anunciada “transición” en el medio todavía pertenece más a las noches de entreguerras que a los sábados de títulos. Salvo los inevitables remiendos por las lesiones y el trueque obligado Tchouameni-Casemiro, su once fetén aún no se ha movido desde París. En cuanto Valverde marcó el cuarto, aparecieron Ceballos y Rodrygo, los primeros ahora en la sala de espera. El guion de las jerarquías.
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