El City regala un empate en Leipzig

El equipo de Guardiola se deja engañar por la claridad de su superioridad y el rival le sorprende en la segunda parte

Guardiola da instrucciones a Silva y Mahrez durante el partido en Leipzig.Michael Sohn (AP)

El ejército celeste de Guardiola marcha otra vez por el continente en busca de su segunda final de Champions. Él dice que ganarla es más complicado cada año. Por si acaso, en Leipzig regresó a sus esencias: el 4-3-3. El sistema primigenio. La herramienta que nadie sabe desarrollar mejor. Un molde que asegura confort y ventajas competitivas a sus jugadores, animosos en la primera parte y acomodad...

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El ejército celeste de Guardiola marcha otra vez por el continente en busca de su segunda final de Champions. Él dice que ganarla es más complicado cada año. Por si acaso, en Leipzig regresó a sus esencias: el 4-3-3. El sistema primigenio. La herramienta que nadie sabe desarrollar mejor. Un molde que asegura confort y ventajas competitivas a sus jugadores, animosos en la primera parte y acomodados en la segunda frente a un adversario que dominaron pero no vencieron. Un cabezazo de Gvuardiol en un córner castigó al City más armonioso que se ha visto en las últimas semanas.

Todos los jugadores del City disfrutaron del nuevo orden táctico en estos octavos de final, súbitamente sincronizados en un marco de reparto de espacios y tareas que les brindó la clase de ventajas que no encuentran en la Premier. ¿Por qué? Porque en el campeonato inglés Guardiola se ha esforzado por armar una estructura acogedora para Kevin de Bruyne —su individualidad más desequilibrante y el asistente más cómplice de Haaland— a costa de imponer restricciones en la movilidad de Bernardo Silva y Gündogan. Con el 4-3-3, y con De Bruyne lesionado en su casa, la pareja de interiores más brillantes del campeonato inglés recuperó toda la elasticidad de movimientos que por sí sola eleva el nivel general. El ir y venir de estos dos virtuosos por los carriles del ocho y el diez agilizó la circulación de tal manera, que el Leipzig se convirtió en un espectador, siempre lento, siempre anticipado, siempre reactivo y deformado ante los movimientos colectivos del City. Cuando de vez en cuando el conjunto local recuperó la pelota, no consiguió dar con Werner, su ariete, distraído en persecuciones que lo alejaron de su zona.

La consecuencia más llamativa del nuevo orden fue la liberación de Haaland. Prisionero en las jaulas de la Premier, el noruego descubrió en Alemania muchas más ocasiones de desmarcarse. Si sus colegas no lo encontraron fue porque llevan tanto tiempo anquilosados, supeditados al cuadrado de De Bruyne, que los extremos, Grealish y Mahrez, tardaron en percatarse de las posibilidades que se presentaban.

El Leipzig comenzó la noche asumiendo su condición de sparring. Adelantó líneas al mediocampo y se fue recolocando atrás haciendo un derroche de energía en las basculaciones. Aguantó 20 minutos y comenzó a desmadejarse. En un intento de dar el segundo pase, Schlager entregó la pelota a Grealish. El inglés pasó a Gündogan y el alemán, que sintió la presión de Gvardiol, metió el tacón y tiró el caño. Habilitado, Mahrez fusiló a Blaswich como quien lanza un penalti.

El enemigo del City nunca fue el Leipzig. Fue la comodidad que percibió durante esa primera mitad de partido. Esa sensación de placentero discurrir del balón de pie a pie, siempre con espacios y con tiempo de divertirse. La llamada del descanso debió sumir a los visitantes en una suerte de balneario. Por momentos, la Champions debió parecerles un paseo. Pura ilusión tóxica en la mente de los futbolistas, que regresaron al campo distendidos. El City rebajó el ritmo, la presión se aligeró, y el Leipzig no lo desaprovechó.

Henrichs dispuso de la primera ocasión, después de que Aké llegara tarde al cierre en una jugada rápidamente conectada por el Leipzig. El defensa holandés fue, junto con Akanji, el punto débil de un City reblandecido en su eje defensivo. Vulnerable a los contragolpes y las jugadas a balón parado, como el córner que cabeceó Gvardiol para anotar el 1-1.

Haaland y Gvardiol

El gol del Leipzig agitó el marcador y la conciencia de los jugadores del City, revueltos ante la evidencia del partido desperdiciado. Gündogan, Bernardo Silva, Mahrez y Grealish intentaron subirse al tren en marcha del que se acababan de bajar. No hay cosa más complicada en el fútbol que revertir una inercia de distensión emocional. Una vez que la agresividad se evapora en la búsqueda del placer, el afán de brega, de movimiento con determinación, resulta forzado y difícil de integrar en las acciones técnicas. Al City le bastó con apretar un poco, sin embargo, para volver a amenazar a Blaswich. Entre Gündogan, que obligó al portero a desviar el tiro, y Haaland, que erró la definición por un palmo tras desbordar a Gvuardiol. El central croata, famoso como pocos por sus múltiples poderes, perdió dos metros en dos segundos ante el gigante noruego, que controló en velocidad y estuvo cerca de plasmar el 1-2.

El City estuvo a punto de vencer al Leipzig. No fue así. Guardiola no hizo ni un solo cambio. Tal vez, en un intento por transmitir un sentido de responsabilidad colectiva por lo ocurrido. Lo bueno y lo malo. Cuando el árbitro pitó el final reunió a los jugadores en el campo y dio la impresión de soltarles una filípica. “Necesitamos buscar más a Haaland”, dijo después. Traducido: el nueve se mueve bien; si no recibió la pelota fue por culpa de Mahrez, Grealish, Silva y Gündogan.


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