Osasuna y Arsenio: lágrimas por la clase obrera del fútbol
Era fácil llorar con el padre del Superdépor en 1994 y el sábado con Arrasate, que llevó a La Cenicienta al baile final con el Rey
“No soy navarro, pero tengo el mismo ADN. Me dieron hostias, pero resistí y no tiraré nunca la toalla”, aseguraba en una reciente entrevista en este diario el jugador del Osasuna Chimy Ávila, de origen argentino. Ya lo explicó otro navarro cabezón, David Beriain, en un artículo en 2020: el equipo por el que preguntó al teléfono desde los lugares más recónditos del mundo, entre talibanes y soldados, narcos y sicarios, tiene “alma de pueblo”: “Una identidad que, siendo tan propia, no excluye ...
“No soy navarro, pero tengo el mismo ADN. Me dieron hostias, pero resistí y no tiraré nunca la toalla”, aseguraba en una reciente entrevista en este diario el jugador del Osasuna Chimy Ávila, de origen argentino. Ya lo explicó otro navarro cabezón, David Beriain, en un artículo en 2020: el equipo por el que preguntó al teléfono desde los lugares más recónditos del mundo, entre talibanes y soldados, narcos y sicarios, tiene “alma de pueblo”: “Una identidad que, siendo tan propia, no excluye a nadie. No hace falta haber nacido en la curva de la estafeta para tenerla. Pueden haberte parido en Rosario y que corra por tus venas porque es el alma de los luchadores, de los que conocen el valor de lo que cuesta. Es el alma de quien ha tenido que poner un plato en la mesa colocando ladrillos o agachando el riñón para coger espárragos”.
El texto se publicó en la revista Panenka un año antes de que su autor fuera asesinado en Burkina Faso junto al cámara Roberto Fraile. Al releerlo hoy aparecen expresiones casi idénticas a las que Chimy, hijo del hombre que llevaba el pan de ladrillos a casa, emplea tres años después en la entrevista. Son las pruebas genéticas. Uno era reportero, el otro es futbolista; Uno nació en un pueblo de 1.700 habitantes, Artajona, y otro en una barriada peligrosa a 10.000 kilómetros de España. Pero los dos son, como se autodefinía el argentino, “fuego por dentro”; compartían esa clase de códigos universales que nacen, crecen y se reproducen en cualquier parte del mundo, siempre en el terreno fértil de las grandes pasiones.
Dice Chimy: “Mi padre [albañil] siempre me dijo que hay tres cosas que el ser humano puede ganar rápido, pero que a la vez es muy fácil perderlas: el respeto, el cariño y la humildad. De mi madre tomé la valentía y la pureza, la sinceridad y esas ganas de luchar día tras día”.
Decía David: “Osasuna es la fábula con la que los navarros aprendemos desde pequeños los valores que definen a nuestro pueblo: entrega, honestidad, compromiso, humildad, esfuerzo. Osasuna es la parábola de los talentos. Es mi padre, Javier, diciéndome: ‘En la vida sé lo que quieras ser, pero sé el mejor que puedas ser. No mejor ni peor que otros, eso no importa. El mejor que tú puedas ser”.
Dice Chimy: “No cambio una tarde de sol en casa por nada, el disfrutar con mi mujer, con la que estoy desde los 14 años. Algunas personas me dicen: ‘Podrías tener a la mujer que quieras’. Pero les digo: ‘Ya, pero ella pasó hambre y ha llorado conmigo”.
Decía David de la afición del Osasuna: “Gente que podría cantar a coro con Barricada: Cuando se aprende a llorar por algo, también se aprende a defenderlo”.
Dice Chimy: “Las cicatrices son de guerreros. Yo solo tengo miedo a defraudar a la gente que está conmigo”.
Decía David: “Osasuna es la sabiduría que solo traen las cicatrices, el honor de las heridas, la dignidad del trabajo (...) Aquí la parroquia no te va a juzgar por el resultado, porque ganar o perder solo es una consecuencia casi accidental de algo mucho más importante. Aquí te van a mirar a la frente por si te guardaste algo, por si te quedó alguna gota de sudor por derramar”.
Cuando el fútbol habla de superligas, de pretemporadas o torneos en países remotos con mucho dinero y pocas libertades, a menudo no se expande, encoge. Porque se deshumaniza. Si la afición se transmite de padres a hijos; si no todos los niños tienen la camiseta de Messi o de Ronaldo; si un argentino de Rosario puede expresarse de la misma manera que un navarro cabezón es porque el fútbol es, en efecto, una fábula, un cuento. En la final de la Copa del Rey contra el Madrid, Osasuna era Cenicienta, David contra Goliat. Y los rojillos terminaron, escribió Pepe Sámano, “con las piernas acalambradas y el corazón chupado”.
No se guardaron nada.
La víspera de ese duelo desigual murió Arsenio Iglesias, inspirador de otra epopeya: el superdépor. Un busto suyo frente al mar, al igual que la estatua de María Pita, la heroína coruñesa que hizo que la Armada Invencible se diera la vuelta, sigue defendiendo hoy una hermosa idea, la que inculcó Javier Beriain a su hijo: intenta ofrecer siempre la mejor versión de ti mismo. Era fácil llorar el sábado con Jagoba Arrasate, que llevó a La Cenicienta al baile final con el Rey, y en 1994 con Arsenio, O Bruxo, que perdió una liga en el último minuto. También hay clase obrera en el fútbol. Y da gusto verlos trabajar.
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