Llopis, cuarto en los 60m vallas del Mundial de atletismo; Asier Martínez, descalificado en semifinales
Solo una salida nula muy ajustada del campeón de Europa de 110m vallas rompe la unión de una pareja única en el atletismo español
Nacieron el mismo año, el año 2000; miden casi lo mismo, rondando el 1,90m; van juntos a todas partes, casi se puede decir que se aman; no les gusta madrugar, y sufren en las series matinales; corren la misma prueba, son chicos de vallas altas, de las de 1,06m, y, desde júniors, sus mejores marcas se diferencian por centésimas.
Los dos han pasado un 2023 duro, del que no se quieren acordar, después de disputar ambos la final del Europeo de Múnich 2022 al aire libre, y lo han superado.
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Nacieron el mismo año, el año 2000; miden casi lo mismo, rondando el 1,90m; van juntos a todas partes, casi se puede decir que se aman; no les gusta madrugar, y sufren en las series matinales; corren la misma prueba, son chicos de vallas altas, de las de 1,06m, y, desde júniors, sus mejores marcas se diferencian por centésimas.
Los dos han pasado un 2023 duro, del que no se quieren acordar, después de disputar ambos la final del Europeo de Múnich 2022 al aire libre, y lo han superado.
Son Asier Martínez, navarro, y Enrique Llopis, valenciano, y solo las semifinales de Glasgow han separado sus destinos, sus vidas tan paralelas que cuando María Vicente, el sábado por la noche, hace una aparición inesperada en el pabellón de Glasgow –muletas y una gran bota de protección en el pie izquierdo--, se sorprende cuando le dicen, qué bueno, qué bien que estés tan animada como para venir a la pista, y ella responde: “Hombre, claro, no me iba a perder a Asier y Quique por nada del mundo”. Y todo el mundo habla de ellos a la vez, como si fueran una pareja artística. Y cuando uno gana el otro le felicita y se alegra casi más que si hubiera ganado él.
Solo les puede separar un accidente. Y los dos se quedan al borde del llanto cuando el juez de salidas descalifica al navarro por salida nula en su semifinal. El cronómetro marca que ha abandonado los tacos 93 milésimas de segundo después del disparo. El límite establecido, basado arbitrariamente en varios estudios sobre la capacidad de reacción de los mejores sistemas nerviosos, son 100 milésimas. Asier Martínez, que corre por la calle 5, acepta su error, pero lo justifica: “Mi vecino en la calle 4 [el chipriota Milan Trajkovic] movió el pie antes de tiempo, y me incitó a reaccionar antes”. La justificación es la base su recurso y su petición de correr bajo protesta, que el juez acepta. Asier Martínez, está tan fuerte, y tan disparada está su adrenalina por la rabia, y tan preparado y en buena forma llegó al Mundial, que, pese a retenerse en la salida, gana su semifinal por delante de Trajkovic (7,53s), justamente, y de dos atletas empatados a 7,534 milésimas, el francés Justin Kwaou-Mathey y el belga Michael Obasuyi. Su esfuerzo no valió nada. Una hora y cuarto después de la reclamación llegó la respuesta del jurado de apelación desestimando su petición de recalificación: “Los movimientos de la calle vecina no son suficiente para distraer al español”. Al recibir la noticia, Asier Martínez reacciona firme. “Me siento frustrado e indefenso”, dice. “Me indigna que ayer una reacción de 0′087s de Klaver [neerlandesa en 400m] sea tarjeta amarilla y la mía una reacción mayor [0,093s], y encima con vídeos que justifican un movimiento previo, sea desestimada”.
“Bueno, por lo menos esto tiene su lado dulce, que es que voy a poder disfrutar de Quique Llopis en la final”, se consuela mínimamente el navarro. “Creo que va a poder hacer un buen papel. Pero, bueno, ya te digo que ahora pesa más lo amargo”.
Llopis disputó la final que coronó de nuevo a Grant Holloway (7,29s), el monstruo sagrado de las vallas, tres veces campeón mundial de 110mv y ya campeón mundial de 60m vallas hace dos años, y plusmarquista mundial (7,27s), y, aunque terminó cuarto (7,53s), como Asier hace dos años, inevitablemente, cumplió con su objetivo. “Uff, le he dado la última valla y ahí ya sabía que había perdido todo. puede que ahora esté un poco mosqueado porque me veía con el bronce, pero he querido, yo creo, lanzarme más de la cuenta en la última valla y la he cagado. Pero bueno, me la tenía que jugar”, dice, y en su espíritu pesa más el dolor por haber perdido una medalla que creía a su alcance que la alegría por ser, a los 23 años, cuarto del mundo y demostrarse que sabe competir. “Sí, estoy muy contento, sin duda alguna. Me lo llegan a decir hace un año, que la cosa no acabó igual… Es mi mejor campeonato, obviamente. Es una pena que no esté mi entrenador aquí [Toni Puig], pero ya cuando llegue a casa lo celebraremos”.
Llopis habla como de agua pasada del golpe que se dio cuando disputaba la medalla de oro en el Europeo de 60m vallas en Estambul hace un año. Llopis se golpeó en la cabeza y quedó tendido en el suelo cuan largo es, inmóvil. “Ya está olvidado aquello. Así que nada. Ahora a seguir, y ya está”, zanja rápido, mientras enseña en su pecho una medalla con un rayo, que es su perro, Rayo, y no él, y, en el bíceps de su brazo derecho, una líneas tatuadas, largas, un texto que se grabó en la piel en septiembre. “Son de Harry Potter. Soy muy fan de los libros”, dice, y las lee: “La felicidad puede hallarse hasta en los más oscuros momentos si somos capaces de usar bien la luz”. La frase tan de autoayuda seguramente les valió para hablar un buen rato antes de acostarse, y encontrar serenidad para su alma.
El atleta navarro, que corre como enfurruñado, con la cabeza baja y muy serio mientras metódicamente machaca el tartán entre valla y valla, se reveló en 2021 terminando sexto en la final de los 110m vallas de los Juegos de Tokio, donde sufrió el síndrome del impostor. Creía, y así lo decía, que su sitio no era aquél. Cuando, después de ganar el Europeo de los 110mv en el estadio olímpico de Múnich el verano de 2022, supo que para nada engañaba a nadie, que su lugar era aquél, se convenció de ello con tanto entusiasmo que llegó a creer que valía más de lo que en realidad el mercado dictaba. Firmó un gran contrato con una marca de ropa y zapatillas sin haber roto con la marca anterior y acabó en juzgados, en demandas y en querellas, y sin marca. Cuando un doloroso trabajo de introspección, y la ayuda de su entrenador de siempre, François Beoringyan, Swan como grafitero, le permitieron superar la desconexión mental entre realidad e imaginación, una fascitis plantar le machacó físicamente y le impidió competir en verano. Regresó, y más fuerte que nunca. En su primer 60 este año bajó seis centésimas su mejor marca de nunca, hasta 7,49s. De nuevo en la elite mundial. “Me he sentido muy bien este año”, dice después de clasificarse para su segunda final mundial después de su cuarto puesto en Belgrado 22. “Mucho mejor de lo esperado a nivel de marcas, a nivel de físico, de salud sobre todo. Era un poco lo que priorizábamos y, además de eso, hemos conseguido también rendir en el territorio que importa, en Mundiales. En las vallas los mítines y los campeonatos son muy distintos. Es relativamente fácil correr en marcas bonitas en Lievin, por ejemplo, o en Miramas [donde el francés Belocian logró una marca de 7,44s], pero donde hay que demostrar el valor es en los campeonatos”. Tanto Belocian, que llegaba con la quinta mejor marca mundial del año, como el suizo Jason Joseph, que estaba inscrito con 7,43s, la cuarta, quedaron eliminados.
En el 3.00m masculino y en el femenino, los atletas africanos, favoritos, fueron derrotados por una norteamericana rubita (Elle St Pierre, 8m 20,87s) y por un escocés pelirrojo, Josh Kerr (7m 42,98s), el mismo que había derrotado a Jakob Ingebrigtsen en el 1.500m de Budapest, cuyos últimos 400m enloquecieron al respetable. Adel Mechaal (7m 45,67s) fue sexto en vísperas de su final de 1.500m, mientras en la prueba femenina compitieron Marta García (10ª, 8m 40,34s) y Águeda Marqués (14º, 8m 48,57s).
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