Maravillosa Paula Sevilla, medalla de bronce en los 400m del Europeo en pista cubierta
La atleta manchega (50,99s) se convierte en la segunda española que desciende de 51s e iguala el récord de Sandra Myers que data de 1991
Un ¡guau!, unos cuantos ¡uys!, un vaya. Solo faltaba un ¡guay! ¡maravillosa! en la colección de onomatopeyas que resumía la tarde del sábado, luz y sol fuera, mortecina en el velódromo de Apeldoorn hasta que, ya noche cerrada, a las 21.50 salió Paula Sevilla, el sol de La Solana, a la pista.
Novata en los 400m, corrió como una experta de mil guerras en una final que contaba con la magnífica neerlandesa Lieke Klaver y la relampagueante noruega Henriette Jaeger, y con la checa que llega, Lurdes Manuel y la polaca Justyne Swiety. Y entre todas ellas, menuda, casi un ratoncito que no hace ruido pero no teme, Sevilla, que, puro cerebro y más piernas, y magníficamente aconsejada por su entrenador, el veterano José Luis Calvo, resiste a la tentación de pelear por la cuerda con Klaver y Jaeger, y, desde la calle cinco, “conservadora porque no creía que pudiera aguantar delante”, dice, se coloca tercera, y defiende el fortín, siguiendo el ritmo de las más fuertes. Estas llegan a tiempos más allá de los límites de Sevilla, 27 años, muchos años en los 200m, alma del relevo corto español, y su capacidad de hacer piña, de reforzarse con el amor de sus compañeras y, generosa, reforzarlas a ellas. “Han venido todas a animarme y para mí tenerlas en la grada ha sido un gran punto de apoyo porque además yo siempre que salgo a pista miro dónde está mi gente porque me reconforta un montón”, dice Sevilla, aún el láctico mareando su cabeza, y olvidada la náusea que los nervios, la tensión, le hacen vomitar a veces antes de competir. “Creo en mí porque hay gente que confiaba más en mí que yo. Y mi psicólogo, Félix Marquiegui, que me ha hecho el camino un poco más fácil. Me ha sabido guiar hacia dónde tengo que llevar el foco. Ha sido el éxito de creérmelo en esta competición y no meterme abajo, que a veces me hago más pequeñita de lo que realmente soy”.
Klaver gana con 50,38s, Jaeger le pelea la victoria hasta el último metro, y se queda a siete centésimas (50,45s), y Sevilla, con una recompensa merecida, con una barrera más derribada, aun por una centésima, la de los 51s, la barrera de la superexcelencia en pista de 200m, igualando con 50,99s el récord nacional que se creía intocable que estableció Sandra Myers en 1991. Es la cuarta española medallista en un Europeo en pista cubierta tras Cristina Pérez (bronce en 1987), Myers (primera en 1992) e Indira Terrero (segunda en 2015).
“Ha sido increíble, yo he intentado pegarme a ellas hasta el final. Tenía mucho miedo de perder un poco mi técnica al final y que me pasaran en el último momento porque ya no tenía mucho margen para reaccionar”, dice Sevilla, maestra de educación física que vive desde hace 10 años en la residencia Blume de Madrid. “Estoy supercontenta. He igualado el récord y, yo, que soy una chica de relevos, he logrado una medalla individual con la que nunca había soñado”.
Hasta entonces la tarde española había pasado por el vaya de Abel Jordán, el titán al que el cuerpo le dijo stop en las semifinales de 60m; el ¡guau! de Guillem Crespí (6,58s en la semifinal), que se clasificó para la final, y los uys del mismo Crespí (sexto en la final, 6,59s), Iñaki Cañal (cuarto en la final de 400m, 45,78s) y Fátima Diame (6,73m), quinta en longitud.
En las estaciones alertan, cuidado, un tren puede ocultar a otro, y en el atletismo español deberían advertirlo también, atención, un sprinter seguramente tapa a otro, y más si es tan grande, figurada y físicamente, como Abel Jordán, el larguirucho de 1,93m, que sale tocado, da tres magníficos primeros apoyos en su semifinal, y al mismo tiempo que adquiere velocidad el dolor en su abductor aumenta. Corre 50 metros, los últimos 10 los trota. No se arriesga a romperse. “Más vale estar sano que ser finalista europeo”, filosofa el kid de Fullerton que se asoma a la barandilla para ver la tercera semifinal. La aprecia y suelta un silbido de admiración. El español oculto, un barcelonés compacto (1,75m) que se entrena junto a la playa en la pista de la Mar Bella y se autodefine el más chill de la selección, Guillem Crespí, la ha ganado. Guau, grita Jordán. “Corre mucho. Tiene 10,18s en 100m. Si hubiera corrido así en los nacionales de Gallur me habría puesto en un apuro”, admite el campeón que entonces logró su mejor marca (6,54s) mientras Crespí trastabillaba en su quinto apoyo después de haber salido como un cohete y acaba tercero (6,69s). Al mediodía corre mal en las series (6,66s), se despide, “pinta mal para pasar”. Solo dos tiempos lograrán hueco en semifinales. Se relaja. Chill out en sofá de piel blanco donde le llega la buena nueva, pasa con el último tiempo. Calle uno en semifinales. Salida atómica. No hay apoyos falsos, solo progresión y victoria. 6,58s. Marca personal. Un ¡wow! de Jordán. Unas frases del velocista entrenado por Pau Fradera: “Ya salió la carrera. Hemos trabajado mucho desde Madrid. Estamos muy igualados. Se puede soñar”.
Calle cinco en su segunda final continental tras terminar sexto en los 100m de Marcell Jacobs en el Olímpico de Roma en junio. Ni un gesto a la cámara. La galería está en su interior. A su izquierda, el más rápido hasta entonces (6,52s) , el británico Jeremiah Azu; a su derecha, otro británico con mejor marca (6,57s), y más allá, por la siete, el sueco Henrik Larsson. La corona se juega en centésimas. Se la pone, corona real, como las que se regalan con los roscones de Reyes, Azu (6,49s). El sueco, segundo (6,52s, récord nacional); Robertson, tercero (6,55s). Los tres mejoran sus marcas. Crespí la empeora una centésima (6,59s). Es sexto, como en Roma.
Como Paula Sevilla, Iñaki Cañal, 27 años, Gijón, empezó como velocista puro, 100m (10,53s) y 200m (20,93s), pero cuando cumplió 24, las lesiones continuadas, la incapacidad de encontrarles solución, empujaron a su entrenador, el velocista Pedro Pablo Nolet, a alinearle en pruebas de 400m. Su velocidad inicial, demoledora, acompañada de un prolongado proceso de alcanzar buena resistencia a la velocidad, le hicieron un fenómeno enseguida, una potencia, una capacidad de coger calle libre desde las calles altas y defenderla con su corpulencia, que en el óvalo de Apeldoorn exhibió en series y en semifinales y que le faltó en la final, donde le perjudicó salir por la calle cuatro y en la que las posiciones de los 200m, la cuerda para el húngaro Attila Molnar (45,21s), el polaco Maksymilian Szwed (45,31s, récord nacional) y el francés Jimy Soudril (45,59s), por ese orden, se mantuvieron hasta el final. Y el cuarto puesto para Cañal (45,88s), fisioterapista colaborador de la Unión Popular de Langreo, el histórico club del gran guardameta Nieves.
Con 6,73m y batiendo con la pierna izquierda tras una carrera recortada un paso, Fátima Diame, no pudo repetir su podio del Mundial de Glasgow hace un año. Con la marca obtenida entonces (6,78m) tampoco habría alcanzado ni el bronce en Apeldoorn en una final de gran nivel ganada por la italiana Larissa Iapichino (6,94m), hija de Fiona May, por delante de la suiza Annik Kälin (6,90m) y la gran favorita, la alemana Malaika Mihambo (6,88m).