Los Jumbos bendicen a Kuss como ganador de la Vuelta a España en la Cruz de Linares
Evenepoel, en fuga, como siempre, consigue su tercera victoria de etapa, mientras Vingegaard y Roglic aceptan que el norteamericano gane la carrera, y le ayudan
Que se besen, que se besen, gritan los aficionados en los combates de boxeo cuando sospechan que hay tongo, que más que golpearse se acarician con los guantes, y así ascienden los tres del Jumbo el último gran puerto de la Vuelta, cemento ranurado y vertical en la travesía de Castañedo, junto a las montañas inmensas en las que moran los osos felices y los lagos de Somiedo, donde ni el verano interminable puede herir su verdura, ...
Que se besen, que se besen, gritan los aficionados en los combates de boxeo cuando sospechan que hay tongo, que más que golpearse se acarician con los guantes, y así ascienden los tres del Jumbo el último gran puerto de la Vuelta, cemento ranurado y vertical en la travesía de Castañedo, junto a las montañas inmensas en las que moran los osos felices y los lagos de Somiedo, donde ni el verano interminable puede herir su verdura, donde Vingegaard y Roglic, como pastores amorosos, arrullan a Kuss, feliz de rojo, le arropan, le conducen hacia la victoria que se ha ganado a pulso.
Que se besen, que se besen, como tres novios nerviosos, y el público jalea más feliz aún por el final tan feliz de la película, el final más deseado. Las redes han decidido. La tromba de críticas sangrantes tras la exhibición del Angliru en la que Vingegaard y Roglic siguieron su instinto de campeones, de ganadores siempre, y se olvidaron de que de rojo estaba uno que cena todas las noches en su mesa, que les divierte con su buen humor, que relaja todos los ambientes. El Jumbo había ido demasiado lejos en su manera revolucionaria de gestionar el colectivo y el liderazgo. Vence la tradición. Al líder no se le ataca. Al líder se le adora y se le respeta. Los tres toman café la noche del Angliru. Hablan. Se rinden. Kuss impone su jerarquía en la carrera por primera vez. Roglic y Vingegaard se miran y aceptan. Si gana Kuss, comprenden, al menos no ganará el otro, lo que heriría más su ego. Si gana Kuss recordarán que le deben mucho. Y así lo dice Vingegaard: “Debíamos devolverle todo lo que ha hecho por nosotros estos últimos años”.
Si no es boxeo, dicen los clásicos, el ciclismo no es ciclismo, sino un espectáculo de buena voluntad. Los campeones, egoístas por naturaleza, y el egocentrismo les hace siempre más grandes, que se aguanten. Los únicos golpes, monopolio legítimo de la violencia en un espacio público privatizado por la Vuelta, los da la policía nacional a un auxiliar del Jumbo que no sabe dónde está y cae duro en la meta, ante la mirada asombrada de sus corredores a los que no puede dar su sustento.
Y la afición, que aplauda a Remco Evenepoel, su bulimia canibalesca en los valles y montañas de una Asturias desconocida, tanto sol, el apetito insaciable de su orgullo herido que se transforma en una fuga, una cabalgada, una victoria en solitario, como solo sabe ganar, la tercera victoria en esta Vuelta, y un corazón formado con sus manos al cruzar la meta, un gesto que le debía a Oumi, su esposa. El Evenepoel habitual y amado que quiere seguir siéndolo y también ser más. “Después de perderlo todo entre Formigal y el Tourmalet me transformé en un cazador de etapas, en hombre en fuga por el maillot de la montaña”, dice el prodigio belga, de 23 años, cuyo desfallecimiento en el Aubisque generó el monopolio del Jumbo y que el domingo verá en Madrid cómo un simpático norteamericano de Durango, Colorado, hereda el maillot rojo que él lució en Cibeles en 2022. “Todo forma parte del aprendizaje, pero espero que sea la última vez que no puedo luchar por una clasificación general”.
El orgullo del belga soberbio anima también el espíritu bajo, herido, de los tres españoles apelotonados tras los Jumbos en la general y en los últimos metros de la subida a la Cruz de Linares, tan dura. El Bahrein acelera para Landa, Ayuso acelera para salvar su maillot blanco, Mas acelera para salir en la tele. Ninguno llega muy lejos. No escapan del control de los Jumbos, dirigidos, gregario por unos metros, por Vingegaard. Los tres lamentan su mala forma. Para Landa, el puerto era demasiado explosivo. Ayuso se queja de un catarro. Mas, sincero, dice: “No puedo más, no puedo más. Estoy KO”.
Tres días antes de su llegada a Madrid, la Vuelta ha terminado. El segundo en la general, Jonas Vingegaard, subraya discretamente el the end con un pudoroso mutis por el foro en los últimos 200m. Cuando todos aceleran, el danés levanta el pie. Se queda atrás para no ensuciar el plano. Para estar seguro, también, de no equivocarse el sábado, en la última gran etapa, en Guadarrama, y no ganar la Vuelta aun no queriendo con una aceleración extemporánea. Pierde voluntariamente unos cuantos metros, 9s, uno más que los 8s que llevaba de retraso. “Merezco este maillot. Cada día tengo más confianza”, dice Kuss señalándose el rojo tras recibir el único beso que quizás deseaba, el de su chica, Noemí, tan contenta. “En el Angliru luché hasta el final, hice todo lo que pude, y lo conservé”.
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