Stephen Williams, ganador inesperado de una Flecha Valona infernal
Con una aceleración a 300m, el galés del Israel, se convierte en el primer británico que se impone en lo alto del Muro de Huy tras una carrera marcada por el frío: solo terminaron 44 de los 174 que empezaron
Ni Barry Hoban ni Tom Simpson ni Chris Froome ni ninguno de los Yates ni Robert ni David Millar ni Geraint Thomas ni Nico Roche ni su primo Dan Martin ni Stephen Roche ni Sean Kelly ni Tom Pidcock… El Muro de Huy solo había hablado inglés cuando lo conquistaron Lance Armstrong, tejano, o el exótico australiano Cadel Evans. Ningún británico, ningún irlandés tampoco, había ganado nunca la Flecha Val...
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Ni Barry Hoban ni Tom Simpson ni Chris Froome ni ninguno de los Yates ni Robert ni David Millar ni Geraint Thomas ni Nico Roche ni su primo Dan Martin ni Stephen Roche ni Sean Kelly ni Tom Pidcock… El Muro de Huy solo había hablado inglés cuando lo conquistaron Lance Armstrong, tejano, o el exótico australiano Cadel Evans. Ningún británico, ningún irlandés tampoco, había ganado nunca la Flecha Valona, en el calendario desde 1936, hasta que hoy, miércoles 17 de abril, un día de perros, nieve y lluvia helada en los valles y colinas de las Ardenas, un galés inesperado llamado Stephen Williams, chubasquero oscuro del Israel, atacó a 300 metros de la cima, curva a izquierdas, alcanzó una ventaja de 10 metros y, tras mirar atrás seis veces, con riesgo de torcerse el cuello dolorosamente, cruzó la meta primero, con mínima ventaja sobre el francés Kévin Vauquelin y el belga Maxim van Gils, mucho mejor cotizados que él en las casa de los bookmakers.
Más atrás, otros de los favoritos, Buitrago, Carapaz, Benoot, Cosnefroy… En el autobús, ya recuperados del frío tras una ducha caliente, aire acondicionado abrasador, sopa seca, otros favoritos, Tom Pidcock, Mattias Skjelmose, y los españoles más esperados, Juan Ayuso y Pello Bilbao, que abandonaron como abandonó, víctima de hipotermia y desesperación, tres cuartas partes de pelotón en un día verdaderamente invernal: solo terminaron 44 de los 174 ciclistas que tomaron la salida en Charleroi 200 kilómetros antes.
No corrieron ni Pogacar, que descansa, como Van der Poel, ni Roglic ni Evenepoel ni Vingegaard, que se recuperan sus heridas, ni Alaphilippe, antiguo príncipe de Huy, en baja forma, y el emperador de los lugares, Alejandro Valverde, cinco veces ganador, ya se retiró hace dos años, después de terminar segundo a los 42. Fue la Flecha de la ausencia de los ogros, el día de los mortales, la carrera más abierta de las últimas décadas, el triunfo de un ciclista pelirrojo y enjuto, 27 años, aires de Dan Martin, especialista en repechos y con victorias en carreras como el Tour Down Under o la Vuelta a Croacia, que, abrigadísimo y todo, gorra de invierno, ropa abrigada, aún tirita de frío ante los micrófonos, y repite, “qué día, qué día”. “He visto muchos años por la tele esta carrera y siempre soñé con llegar a correrla con buenas piernas para intentar ganarla”, dice. “Y hoy, gracias a este tiempo… me encanta correr con mal tiempo, con lluvia, con viento… Estoy en la Luna”.
Hasta los más católicos maldicen en el pelotón la manía terrible de su Iglesia de edificar sus lugares de culto habitualmente al final de caminos escarpados, de cuestas infames, vía crucis para todos, y enfilan el Camino de las Capillas en Huy, el último reducto que recuerda que allí, en la mitad de la planicie valona, hace 300 millones de años se alzaba una cordillera tan impresionante como los Alpes, con el mismo ánimo con el que el numerario de la Obra se aprieta cilicios en la carne trémula de su muslo. Los pocos que resisten, los más creyentes en la religión del ciclismo, quizás, lo hacen cuatro veces –tres, como los últimos años, no le bastaban al organizador de la Flecha Valona, la clásica prólogo del gran domingo de las Ardenas, el monumento de la Lieja, que buscan acabar con su sino, reducido todo su misterio a un mero sprint en cuesta—y, aunque no ganen como el feliz en el frío Williams, aunque lleguen como el último, el italiano Luca Vergallito, a más de siete minutos, liberado el último aliento al cruzar la meta, todos experimentan el placer del éxtasis que buscaban, y, sobredosis de endorfina inundando sus receptores neurológicos, no se cambiarían por nadie ni por nada, como tampoco el creyente que se flagela. Y el mismo viaje de la maldición al placer buscarán el domingo en la Lieja, donde ya estarán los ogros, donde todos esperan que los ciclistas hagan un aclarado para que bailen a su estilo Van der Poel y Pogacar, y todos aplaudirán.
En la prueba femenina (146 kilómetros, con llegada una hora después: el mismo mal tiempo) terminaron 71 mujeres, la mitad de las que tomaron la salida. Se impuso la polaca Katarzyna Niewiadoma, la primera que inició el sprint final, por delante de Demi Vollering y Elisa Longo Borghini. Fue décima y mejor española Ane Santesteban, líder del Laboral Kutxa, equipo que debutaba en la clásica.
Juanpe López en el Tirol
En el Tirol, donde Juanpe López florece hermoso, las montañas por las que serpentea la carretera ítalo-austriaca del Tour de los Alpes, no se han desgastado apenas en los últimos 300 millones de años, pero el frío es el mismo que el que diezma al pelotón en Bélgica, o aún más, y se moja la nieve cuando Juanpe, de Lebrija, como Juan Peña, agotada a toda velocidad la última gota de carbohidratos y cafeína de su bidón, devorado un gel con apetito salvaje, se levanta sobre los pedales y ataca para quedarse definitivamente solo delante de todos, y solo se lanza los últimos siete kilómetros en el descenso zigzagueante del pequeño Pillberg por una carretera estrecha entre jardines muy bien cuidados y almendros en flor hasta el valle de Schwarz, al este de Innsbruck, por donde corre turbio y turbulento, acanalado, el río Eno, que le acompaña hasta la meta. Resiste por 38s al pelotón que le persigue guiado por ciclistas excelentes –Geraint Thomas, Wout Poels, Tobias Foss, Romain Bardet…-- y loco de alegría levanta el puño combativo una y otra vez.
“Fue un gran día para mí pero un día de mierda para todos. Salimos con cuatro grados y lluvia. Uno de los días que más frío he pasado en la vida”, dice el ciclista andaluz, de 26 años, sevillano y bético, lejos de él el amor por la desapacibilidad y las tormentas del galés Williams. “Salí con el objetivo de no coger frío, pero como era imposible, cambié el chip y de objetivo, y fui a por la etapa. No sentía ni cuerpo ni manos, pero el final, sí que sentía mis piernas, y estaban muy bien, y eso era lo importante”.
Es la primera victoria entre los profesionales y el regreso a los podios del andaluz de Lidl, de 26 años, y viste el maillot de líder como, después de destacarse en el ascenso al Etna, vistió durante varios días la maglia rosa del Giro de 2022, que terminó décimo y mejor joven.
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