La pujante salida de la crisis alimenta el miedo a una ola de inflación
Los precios superan las expectativas en Europa y EE UU por la mayor demanda, la escasez de algunos productos y los estímulos fiscales y monetarios
El precio de las casas se ha disparado en países como EE UU o el Reino Unido a niveles previos a la burbuja que estalló en 2008. Materias primas como el cobre alcanzan niveles récord. La escasez de microchips ha creado serios cuellos de botella en la industria. Y en países como Alemania, siempre obsesionados con el ogro de la inflación, alertan ya de q...
El precio de las casas se ha disparado en países como EE UU o el Reino Unido a niveles previos a la burbuja que estalló en 2008. Materias primas como el cobre alcanzan niveles récord. La escasez de microchips ha creado serios cuellos de botella en la industria. Y en países como Alemania, siempre obsesionados con el ogro de la inflación, alertan ya de que la subida de precios superará este año el 3%. En plena tormenta, los datos de abril —4,2% de alza en EE UU y 2% en la UE— dan munición a los que temen un excesivo calentamiento de la economía consecuencia de un cóctel de mayor demanda por la salida de la crisis, estímulos fiscales y monetarios y estrecheces de oferta. Los bancos centrales, mientras, piden calma e insisten en que las subidas son coyunturales.
Hace años que los economistas se lamentan por la incapacidad de los bancos centrales de impulsar la inflación, empeñada en quedarse muy por debajo del 2% considerado como saludable. Entonces, todas las preocupaciones se resumían en una palabra: japonización, es decir, crecimiento económico, precios y tipos de interés eternizados en niveles próximos a cero. Pero la pandemia, como a tantas otras cosas, ha dado un vuelco también a la economía. Y ahora el temor es exactamente el contrario: un recalentamiento excesivo que obligue a los bancos centrales a cambiar bruscamente de paso, castigando así a los países más endeudados.
Los avisos sobre el riesgo de inflación se han repetido últimamente, pero la publicación la semana pasada del índice de precios de EE UU —disparado hasta el 4,2% en abril, el mayor nivel desde 2008— levantó la espita. La noticia propició serios terremotos en los mercados. Larry Summers, influyente secretario del Tesoro con Bill Clinton, elevó el tono de sus críticas a la política monetaria expansiva de la Reserva Federal al acusarla de crear una “peligrosa complacencia” en los mercados financieros. La presión sobre el banco central estadounidense y sobre el presidente Biden para que ahuyenten el fantasma de la inflación se va a intensificar en los próximos meses.
En Europa, el debate no está tan maduro porque la recuperación es mucho menos intensa y porque las ayudas fiscales palidecen en comparación con los casi seis billones de dólares conjuntos aprobados por Biden en tres planes distintos. Pero a este lado del Atlántico las alarmas también suenan. Eurostat publicó el miércoles que los precios de la UE habían subido en marzo un 2% y un 1,6% en la zona euro, el nivel máximo de los dos últimos años.
Que los precios han subido —y que lo van a hacer más en los próximos meses— es una evidencia que nadie niega. El debate estriba en si se trata de algo coyuntural fruto de un conjunto de factores o si estamos ante un cambio permanente. Rafael Doménech, responsable de Análisis Económico de BBVA Research, opta por el camino de en medio entre una y otra explicación. “Es cierto que hay efectos meramente temporales, pero también veo cambios más duraderos a los que habrá que estar muy atentos”, asegura.
Los factores temporales son muchos. Primero, en el aumento de la inflación de este año influye un mero efecto estadístico: la comparación con 2020, con lo más duro de la pandemia, que dispara cualquier incremento. También tira para arriba de los precios una mayor demanda fruto de las ganas renovadas de consumir bienes y servicios a medida que la actividad vuelve a la normalidad tras los confinamientos por el coronavirus. En algunos productos también hay escasez de oferta. Y, por encima de todo, destaca la lluvia de millones desplegada por las autoridades fiscales y monetarias en EE UU y, en menor medida, en Europa.
¿Transitorio o permanente?
Sin embargo, Doménech considera que hay algo más allá, algunos factores llamados a permanecer en el tiempo. Uno de ellos es el proceso de transición energética. “Los objetivos de reducción de emisiones están empezando a tener repercusiones en los precios, como el encarecimiento de los derechos de emisiones de CO₂, que van en vena al componente energético de la inflación”, asegura.
Francisco Vidal, economista jefe de Intermoney, insiste en que va a haber más inflación a lo largo de este año. Pero cree que la situación mejorará en 2022, cuando el efecto estadístico actuará al revés que ahora. “No perdamos de vista factores como la baja demografía o el bajo crecimiento, que, al igual que ha ocurrido en los últimos años, van a continuar tirando para abajo los precios a medio plazo”, concluye.
Y, por último, está el papel que un repunte desaforado de la inflación jugaría en la política monetaria. Raymond Torres, de Funcas, cree poco probable que el BCE vaya a atreverse a retirar estímulos en un momento en el que la deuda vuela por todo lo alto. Tan malo serían unos precios permanentemente por los suelos como que se dispararan por todo lo alto. Porque, como recuerda Doménech, la inflación es como la sopa en el cuento de Ricitos de Oro: no debe estar ni demasiado fría ni demasiado caliente, sino en su justo término.