El BCE aprueba un cambio histórico en su objetivo de inflación para tener más flexibilidad frente a las crisis
Tras su revisión estratégica, la entidad tolerará subidas temporales de los precios superiores al 2%, y aboga por incluir costes relacionados con la vivienda en el IPC
El Banco Central Europeo ha emprendido este jueves el camino de la renovación, poniendo fin a 18 años de continuidad en su estrategia para lograr la estabilidad de precios. Tras dos grandes crisis en poco más de una década —una de raíz financiera y otra sanitaria—, que han puesto a prueba su capacidad para mantener a flote la zona euro, un complejo campo de operaciones formado por diecinueve países de intereses a menudo contrapuestos, la entidad ha llegado a la conclusión, tras una larga reflexión que ha durad...
El Banco Central Europeo ha emprendido este jueves el camino de la renovación, poniendo fin a 18 años de continuidad en su estrategia para lograr la estabilidad de precios. Tras dos grandes crisis en poco más de una década —una de raíz financiera y otra sanitaria—, que han puesto a prueba su capacidad para mantener a flote la zona euro, un complejo campo de operaciones formado por diecinueve países de intereses a menudo contrapuestos, la entidad ha llegado a la conclusión, tras una larga reflexión que ha durado año y medio, de que el mejor modo de cumplir con su mandato es flexibilizar su objetivo de inflación, por lo que ha decidido elevar su meta al 2% a medio plazo, dejando espacio para sobrepasar ese umbral durante “un periodo transitorio en el que se sitúe moderadamente por encima de ese objetivo”. Abandona así la formulación, más ambigua, de situarla “por debajo, pero cerca del 2%”, vigente hasta ahora.
La nueva “simetría” que quiere implantar Fráncfort “significa que las desviaciones positivas o negativas respecto de ese objetivo son igual de indeseadas”, según el comunicado remitido este jueves. Además, el banco recomienda que se incorporen al IPC en los próximos años costes relacionados con la vivienda en régimen de propiedad porque “representaría mejor la inflación relevante para los hogares”. Y se compromete a “incluir consideraciones sobre el cambio climático en las operaciones de política monetaria”, una forma de decir que evitarán, en sus compras de bonos, a las empresas contaminantes. Para justificarlo, alega que el cambio climático puede afectar al valor y el perfil de riesgo de los activos en su balance, “lo que podría conducir a una acumulación indeseable de riesgos financieros relacionados con el clima”. También cambiará su política de comunicación para hacer sus anuncios más breves, simples y menos farragosos, y quiere que las revisiones estratégicas no vuelvan a demorarse tanto tiempo y sean periódicas: la próxima, según anunció en rueda de prensa su presidenta, Christine Lagarde, será en 2025.
El cambio de rumbo en la meta de inflación, tras años con tasas inusualmente bajas, deja entrever que el BCE tiene más miedo a entorpecer la recuperación económica que a un repunte prolongado de los precios, justo lo contrario de lo que se le reprocha al expresidente Jean-Claude Trichet, que en 2008 subió los tipos de interés poco antes de la quiebra de Lehman Brothers y en 2011 hizo lo propio sin que las convulsiones financieras hubieran terminado.
Lagarde aclaró que solo le preocupan las tendencias de fondo. “Sabemos que no vamos a estar constantemente en el objetivo del 2%, podría haber una desviación temporal moderada en cualquier dirección. Y eso está bien. Lo que nos preocupa mucho es cualquier desviación significativa, duradera y sostenida del objetivo“.
La medida complicará a los sectores más ortodoxos —los llamados halcones, partidarios del gatillo fácil a la hora de subir los tipos interés— ejercer presiones cuando los precios se sitúen por encima del objetivo, un escenario que ya se está dando en Estados Unidos y es muy probable que se traslade a Europa en el corto plazo —aunque el BCE y la Reserva Federal creen que se trata de un fenómeno temporal—. Con la recuperación ganando tracción, el ahorro desembalsándose, las cadenas de suministro bajo presión por la alta demanda y los estímulos fiscales y monetarios fluyendo a través del plan de recuperación europeo y el programa de compras de emergencia frente a la pandemia (PEPP) del BCE, dotado de 1,85 billones de euros hasta marzo de 2022, la mayoría de analistas ve inevitable un aumento de la inflación.
Pero las consecuencias del paso dado por el BCE van mucho más allá. Para Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano, el cambio de paradigma supone un balón de oxígeno para los Estados más endeudados. “Cuando tienes mucha deuda pública sobre el PIB, como sucede ahora en los países occidentales —con una deuda del 124% frente al 122% al acabar la II Guerra Mundial—, la única forma de reducirla es hacer subir el PIB nominal más rápidamente de lo que sube la deuda, de esta forma sube el denominador y baja el cociente, aunque la deuda sea la misma. Así se han pagado todas las guerras, y así se pagará la covid”, vaticina.
Aunque Estados Unidos llevó a cabo el año pasado una revisión similar de su propio objetivo, al anunciar la Fed que toleraría una inflación “moderadamente superior” durante un tiempo para asegurar que el promedio se acerca todo lo posible a la cifra del 2%, Lagarde ha querido marcar diferencias. “¿Estamos aplicando metas de inflación promedio como la Fed? La respuesta es no”, aseguró. Nicolas Veron, economista de Bruegel y del Peterson Institute, cree que en Europa no será tan sencillo encontrar el ritmo adecuado. “El riesgo de tener ciclos económicos, financieros y de inflación divergentes en los Estados miembros es mayor en la eurozona que en EE UU”.
En su poco más de año y medio al frente del BCE, Christine Lagarde ha llevado a cabo una política seguidista de Mario Draghi, cuya primera decisión como presidente fue bajar los tipos, toda una declaración de intenciones del largo periodo de dinero barato que se avecinaba. El viraje dio un vuelco a la tradición más alemana del banco, poco favorable para los países periféricos al estar casi siempre más pendiente de la preocupación de los fabricantes de automóviles germanos por las subidas salariales que de los españoles o portugueses con hipotecas a interés variable. Pero ahora, Lagarde quiere dejar su propia huella con la revisión estratégica emprendida por el Consejo de Gobierno.
Si bien el 2% se erige ya como una meta clara, uno de los riesgos que percibe De la Torre es la falta de concreción sobre hasta qué punto se consentirán desviaciones. “Las intervenciones verbales son una forma barata de hacer política monetaria —todos recordamos el “haré todo lo necesario” de Draghi—, pero al decir que toleras inflaciones por encima del 2% no especificas el margen. ¿Hasta el 2,5%? ¿Hasta el 3%? Antes o después habrá que clarificar ese punto, pero si lo hacen pierden flexibilidad. Ese es el dilema”, opina.
La nueva hoja de ruta no ha recabado un entusiasmo generalizado. Konstantin Veit, gestor de carteras de PIMCO, no cree que el impacto vaya a ser significativo. “La respuesta del BCE parece más de lo mismo, lo que también se refleja en que sigue confiando en los tipos de interés como principal instrumento de política monetaria”. Carsten Brzeski, de ING, acepta definirlo como un paso hacia más moderación, pero ve detrás un posible intento de calmar a los inversores. “Aquellos que no creen en las coincidencias podrían ver en la comunicación apresurada y el énfasis en una inflación más alta durante períodos transitorios un intento de evitar cualquier debate sobre el tapering durante el verano”.
Ese es el nombre de la gran preocupación por venir: tapering —el término que alude a la retirada gradual de estímulos—. Un paso que si no se hace con sutileza se teme que conduzca a una subida de las primas de riesgo, y por tanto, de los costes de financiación de los Estados, algo de lo que nadie quiere oir hablar en Europa con la recuperación todavía en pañales.