Gramona: el ‘enfant terrible’ del cava llega a 100 años con espíritu ‘hippy’
La compañía, que lideró el cisma en la Denominación de Origen del Cava, apuesta por la producción biodinámica
A Jaume Gramona no le amilanan los retos. No titubeó cuando se le puso entre ceja y ceja participar en el rally Dakar a los mandos de un buggy, ni tampoco dudó cuando le ofrecieron la posibilidad de sobrevolar el Kilimanjaro a bordo de un globo aerostático. Nada de eso parecía tan intimidante, después del día en que su padre se le plantó delante y le inquirió acerca de si los atrevidos cambios que estaba introduciendo en la bodega familiar garantizaban que Gramona pudiera seguir siendo un negocio rentable. “Me entregaron el testigo de un modelo que estaba basado en la viticultura...
A Jaume Gramona no le amilanan los retos. No titubeó cuando se le puso entre ceja y ceja participar en el rally Dakar a los mandos de un buggy, ni tampoco dudó cuando le ofrecieron la posibilidad de sobrevolar el Kilimanjaro a bordo de un globo aerostático. Nada de eso parecía tan intimidante, después del día en que su padre se le plantó delante y le inquirió acerca de si los atrevidos cambios que estaba introduciendo en la bodega familiar garantizaban que Gramona pudiera seguir siendo un negocio rentable. “Me entregaron el testigo de un modelo que estaba basado en la viticultura convencional, y le he dado varias vueltas”, cuenta desde su posición de presidente y máximo accionista. Los volantazos no le han hecho perder el norte, porque en veinte años Gramona ha pasado de facturar un millón de euros a 13 millones. Un salto que ha facilitado que el agobiado padre, el señor Josep Lluís, acatara el dictamen del médico que le recomendó “ocuparse, pero no preocuparse”.
Jaume Gramona, de 60 años, confiesa que “trabajar con la familia es lo más bonito que hay, pero no es fácil”. De lo que implican los lazos familiares, en Gramona saben un rato. La empresa alcanza su centenario con la quinta generación al frente. Atendiendo a las cifras, este es el mejor momento de su historia, pese a la incertidumbre que le sobrevino cuando decidió renunciar al paraguas de la poderosa marca Cava, en desacuerdo por las directrices fijadas por el Consejo Regulador. Desde sus cuarteles de Sant Sadurní d’Anoia, en el corazón del Penedès, la familia denunció las contradicciones que les suponía aparecer en la misma categoría de producto donde se encuentran botellas cuyo precio de solo 2,5 euros.
El mercado mundial de los espumosos ha registrado un crecimiento espectacular de la demanda en los últimos cinco años, pero el cava no ha sabido aprovechar el beneficio de esa eclosión de las burbujas. Los datos del Observatorio Español del Mercado del Vino, en base a los registros de Eurostat, recogen que entre 2017 y 2021 el sector del cava anotó un aumento de las ventas internacionales del 13,5%, pero perdió 4,1 millones en facturación, una mengua del negocio del 1,1%. La ecuación refleja más volumen a costa de un precio más bajo. Paralelamente, las ventas del prosecco italiano se ha disparado un 56,7%, y el champán francés ha hinchado su facturación un 17,2%
Gramona tiene la estrella de su gama en el Imperial, que bordea los 20 euros por botella y que permite “pagar el sueldo de los 70 trabajadores”, confiesa Jaume. Pero, ofrece espumosos de alta gama como el Argent o el Celler Batlle, que se codean en cotización con los reputados champanes franceses. Fue para competir con garantías en ese segmento alto lo que llevó a Gramona a separarse de la Denominación de Origen Cava e impulsar Corpinnat, un sello al que se unieron otras diez bodegas del Penedès. “Dar el paso nos dolió, pero era necesario”, cuenta Xavier Gramona, vicepresidente de la empresa y primo de Jaume. “Creamos Corpinnat con la idea de hacer el cambio desde dentro, sin romper. No supimos prever que el cava rechazaría una revolución tan importante desde sus propias entrañas”, concede Xavier.
Ya sin rastro de cava en las etiquetas, Gramona despacha más de 700.000 botellas de sus espumosos. Un crecimiento que ha llegado de la mano de un mayor compromiso con la tierra y con el entorno. Una filosofía de trabajo que el presidente defiende como un pilar irrenunciable: “Puede ser que alguien considere que es un modelo de hippies, pero no tiene marcha atrás”, afirma. Jaume exprime su formación como enólogo para explorar los secretos que esconden la tierra y las uvas. Su porte calmoso contrasta con un espíritu transgresor, empeñado en desafiar el mantra que dice que si algo se ha hecho toda la vida igual, es porque funciona. “El tema técnico es mi especialidad”, confiesa. Lleva más de tres décadas dando lecciones en la Facultad de Enología de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona (URV) y recuerda como, al entrar en la empresa familiar, decidió trastocar cosas.
Primer giro
El primer giro consistió en aplicar técnicas de la producción integrada, que permite el uso de abonos y fertilizantes, pero de forma controlada y justificada. Fue un paso previo hacia la agricultura ecológica, donde se emplean métodos de cultivo biológicos y mecánicos y se evitan los productos químicos de síntesis. La meta era llegar a una apuesta decidida por la biodinámica. “Yo tengo tres hijos, pues recuerdo tan mágico como su nacimiento el día en que logramos la certificación biodinámica, porque suponía la culminación de un trabajo para transformar la tierra”, cuenta Jaume Gramona.
La técnica biodinámica proyecta un enfoque holístico de la agricultura, donde el objetivo es devolverle a los campos más de lo que se les exige. La finca se considera como un organismo en el que las plantas, los animales y los seres humanos están conjuntamente integrados. Gramona trabaja 450 hectáreas, es la explotación biodinámica más extensa de Europa. Caballos, ovejas, ocas, vacas y gallinas son vecinos de los viñedos. El estiércol que generan los animales se trata para elaborar lo que Jaume define como “el altar de la biodinámica”, en alusión al compost orgánico que servirá de abono para nutrir la tierra. Mientras, en la bodega, se trabaja con placas fotovoltaicas, geotermia, cartón reciclado o botellas más livianas, para minimizar las emisiones y el impacto en el medio ambiente. “No vendemos más por ser biodinámicos, porque mucha gente no sabe ni lo que significa, pero lo que hay en nuestras botellas, aparte de ser bueno está cargado de energía”, sintetiza Jaume Gramona.
Xavier Gramona detalla que la empresa familiar se siente “cómoda” con su tamaño actual y apunta las dificultades que tiene para aumentar su cuota exportadora. “Nunca ha superado el 10%, porque se lo come todo el consumo interno”. Algo que no lamenta especialmente, “porque cuanto más te alejas de casa, más suben los costes”. La hoja de ruta fija un impulso a los espumosos que supondrá borrar la marca Gramona de las etiquetas de vinos tranquilos populares, como el Gessamí o el Mustillant. Los vinos sin burbujas suponen un tercio de la facturación total del negocio.