La inflación mete más presión a Latinoamérica
La fuerte subida de los precios impacta en la cesta de la compra de una región con altos niveles de pobreza
Si los responsables de política económica en la eurozona se sienten agobiados por la inflación, el rompecabezas que enfrentan sus pares de América Latina demuestra que las cosas siempre pueden ir a peor. Además de controlar los precios, tienen que resistir las presiones devaluatorias que provoca la subida de tipos de interés en las economías desarrolladas, evitar un parón económico que complique la amortizac...
Si los responsables de política económica en la eurozona se sienten agobiados por la inflación, el rompecabezas que enfrentan sus pares de América Latina demuestra que las cosas siempre pueden ir a peor. Además de controlar los precios, tienen que resistir las presiones devaluatorias que provoca la subida de tipos de interés en las economías desarrolladas, evitar un parón económico que complique la amortización de su deuda en moneda extranjera y hacerlo todo con una parte importante de su población por debajo o peligrosamente cerca del umbral de la pobreza.
Con subidas del IPC que en la medición interanual de abril llegaron al 12,13% en Brasil y al 10,5% en Chile, la región vuelve a lidiar con un problema que, con las excepciones de países como Argentina, Haití y Venezuela, parecía bajo control tras décadas de autonomía en los bancos centrales. Y es que en América Latina, donde el 27,5% de la población ya vive bajo el umbral de la pobreza (datos del Banco Mundial para 2021), la inflación significa mucho más que dejar de comer fuera. Tener trabajo tampoco es garantía de salvación: según la Organización Internacional del Trabajo, un 51% de los ocupados carecen de contratos formales y, por tanto, de herramientas de negociación colectiva.
Igual que ocurre en Europa, la subida de precios está afectando a la cesta de la compra de los hogares de rentas bajas. “La erosión de los ingresos reales por el aumento en el precio de la comida y de la energía se suma a las dificultades que ya venían sufriendo los hogares vulnerables de la región”, reconocía el Fondo Monetario Internacional (FMI) en un reciente informe. En el caso de Perú, como explica Hugo Ñopo, economista del centro de estudios Grupo de Análisis para el Desarrollo, la única buena noticia es que el fantasma de la hiperinflación (Perú, Brasil, Bolivia y Argentina la sufrieron en los años ochenta) aún no se ha convertido en una profecía autocumplida. Antes que echarle más leña al fuego con subidas preventivas de precios, dice, los agentes económicos siguen confiando en la capacidad del Banco Central de Reserva de Perú (BCRP) para controlar la situación.
El BCRP ha subido el tipo de interés de referencia hasta el 5%, su máximo en 13 años. Según Ñopo, el objetivo no es tanto enfriar la demanda agregada como evitar una devaluación que encarezca las importaciones por fuga de capitales hacia países considerados más seguros. “En Perú, solo el 25% de los empleados son formales y la informalidad comercial también es muy grande”, explica Ñopo, para argumentar por qué un encarecimiento del crédito no repercute tan directamente sobre el nivel de actividad. Para aliviar los efectos de la inflación sobre los más pobres, las autoridades peruanas han reducido el impuesto general a las ventas en varios alimentos básicos. Según Ñopo, es un instrumento que podría funcionar en una economía desarrollada, pero no en la peruana, también por la elevada economía sumergida.
El director del FMI para el hemisferio occidental, Ilan Goldfajn, felicitó en febrero a los bancos centrales de Colombia, México, Perú, Chile y Brasil por una “fuerte reacción” que había permitido anclar las expectativas de inflación a una banda de entre el 2% y el 4% anual. Pero el encarecimiento de la producción agrícola y otras materias primas también podría favorecer a una región con tanto peso en la producción global de commodities como América Latina. Daniel Titelman, jefe de estudios para el desarrollo en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), lo confirma, pero añade un matiz: no será igual para todos. “Hay países, como los centroamericanos, que son principalmente importadores de commodities y otros que han subido el precio de sus exportaciones, pero también tienen que pagar más caro el petróleo, como Chile con el cobre y el petróleo”, explica.
El impacto de la Fed
Por su producción agropecuaria y sus recursos energéticos, Brasil podría ser uno de los pocos favorecidos en términos netos por este aumento en el precio de las materias primas. A pesar de ello, su moneda sufrió fuertes presiones devaluatorias en los últimos meses de 2021 y primeros de 2022, hasta que hizo efecto la subida de tipos (pasaron del 2% en marzo de 2021 al 12,75% actual). Según Titelman, aquellas presiones tuvieron mucho que ver con el fenómeno llamado flight to safety (vuelo hacia la seguridad) que se produce cada vez que la Reserva Federal de EE UU encarece su dinero.
Lo que sí tienen en común todos los países de la región es que ninguno puede permitirse dejar de crecer. Por eso, dice Titelman, hay que enfrentar la inflación con medidas que vayan más allá del endurecimiento de los tipos de interés. “Hay muchos otros instrumentos que no implican un cambio en las reglas del juego y no tienen efecto recesivo, como usar las reservas internacionales para intervenir en el mercado de cambios evitando la devaluación”, dice. Desde la CEPAL también aconsejan controlar el movimiento de los flujos de capital con macrorregulación prudencial como “subir los encajes en monedas extranjeras”.
Para aliviar a los hogares, Titelman defiende las ayudas directas como “una medida temporal que se ajuste a las necesidades”: “Hay muchos países que están discutiendo y empezando a implementar subsidios a los alimentos”. El mensaje de fondo, dice, es replicar el pragmatismo que adoptaron los gobiernos para combatir la pandemia, cuando “varios países flexibilizaron su política monetaria para financiar gastos fiscales”.
El problema de Argentina
Argentina es el mayor exponente de la presión de precios: el IPC interanual fue de 58% en abril. No tocaba un máximo así desde enero de 1992, cuando el Gobierno del entonces presidente Carlos Menem comenzaba a salir de la hiperinflación. Paradójicamente, este podría ser un buen momento para que la opinión pública respalde un programa de estabilización que revierta la situación. Como dice Gastón Rossi, director del Banco Ciudad de Buenos Aires, “en 2008, 2010 o 2011, la inflación ya era de dos dígitos, pero los salarios se ajustaban sin pérdidas de poder adquisitivo, por lo que en las encuestas no figuraba como el problema económico más importante para los argentinos”.
No ha sido así en los últimos años, con una caída acumulada en el salario real de hasta el 17% desde 2018. En su opinión, es el momento de poner en marcha un plan de estabilización integral que involucre a toda la política económica del Gobierno. No solo para desacelerar el crecimiento de los precios, sino para construir un horizonte mínimo de previsibilidad que permita a la economía retomar la senda del crecimiento. “Argentina hace 10 años que no crece, evidentemente algo estamos haciendo mal”.