Opinión

Clases ‘online’, ¿por qué llamarlo amor cuando quieren decir sexo?

Ni desde el Estado ni desde las comunidades autónomas se impulsaron planes de digitalización en el ámbito universitario. Se siguió apostando por estructuras del siglo XX

Un profesor imparte clase en el Campus Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra, el pasado octubre.Quique García (EFE)

La gran polémica generada en las enseñanzas universitarias, en relación a los exámenes presenciales en pleno pico de la pandemia de la covid-19, deja al descubierto una de las grandes confusiones entre lo que es la enseñanza online y lo que es el mero traslado de las clases y metodologías presenciales al otro lado de una pantalla.

Numerosas universidades públicas, que tradicionalmente no desarrollaban enseñanza online, se han encontrado con una situación inusitada cuando la presencialidad ya no era posible y...

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La gran polémica generada en las enseñanzas universitarias, en relación a los exámenes presenciales en pleno pico de la pandemia de la covid-19, deja al descubierto una de las grandes confusiones entre lo que es la enseñanza online y lo que es el mero traslado de las clases y metodologías presenciales al otro lado de una pantalla.

Numerosas universidades públicas, que tradicionalmente no desarrollaban enseñanza online, se han encontrado con una situación inusitada cuando la presencialidad ya no era posible y decidieron, sobre la marcha, que el profesorado trasladara el modelo clásico magistral a un modelo mal denominado “online”. Lo que ocurrió fue variopinto. Un porcentaje, más bien minoritario, se puso (o nos pusimos) a aprender en tiempo récord a trasladar nuestra docencia al modelo online. Otro porcentaje, más mayoritario, decidió que, más o menos con una cámara y unos powerpoints o pdf, podría hacer lo mismo que hacía en clase, pero a través de internet. Y otro porcentaje, minoritario, simplemente no hizo nada, con el argumento de que no tenía la obligación porque la universidad donde trabajaba era presencial.

Los tres colectivos tenían sus razones con sus diferentes argumentos sin obviar las diferentes actitudes ante el alumnado, pero sí cabe en relación a este aspecto, una doble reflexión. La primera trata sobre la inexistencia de un plan real de digitalización de la universidad pública impulsado desde el Estado y las comunidades autónomas. De hecho, se siguió apostando por estructuras del siglo XIX. Desde hace más de una década, diferentes universidades en nuestro país optaron por el modelo online con bastante éxito, como la Universitat Oberta de Catalunya o la UNED. Sin embargo, la universidad pública, sin un plan definido, mantuvo la dicotomía entre enseñanza presencial y la opción online muy minoritaria.

La segunda idea es la relacionada con la tendencia a parchear las cosas. Cuando la pérfida covid nos impidió la interacción social física, surgió la “falsa enseñanza online” con idénticos contenidos y metodologías tradicionales tras una pantalla. Entonces, los servicios de informática de las universidades desarrollaron sistemas de evaluación online donde el profesor podría vigilar a los alumnos a través de sus cámaras (misión, por otro lado, imposible en una pantalla de como mucho 25 pulgadas), y lo que era perfectamente previsible: los alumnos copian (cuando pueden).

En realidad, confundir la enseñanza online con lo anterior es como llamar amor al sexo. La enseñanza online se basa en cinco pilares: a) las lecciones online, en tiempo real y/o disponibles para el alumno de manera asíncrona, b) los contenidos o materiales a disposición de los alumnos en todo momento y desde el principio, c) la temporalización de las tareas, fundamental para que el alumno sea consciente de su propio aprendizaje, d) las tutorías con el profesor para solventar dudas y e) la evaluación online, continua y basada en las capacidades adquiridas, donde la memorización es una de ellas, pero no la única.

En la enseñanza online, cada alumno evoluciona en su aprendizaje de manera individual, no siguiendo el ritmo que marque el profesor, como en la enseñanza presencial clásica. Este tren de la verdadera enseñanza online ya pasó por la universidad pública y solo se subieron algunos docentes, quienes, sin contraprestación, decidieron dedicar su esfuerzo a su implantación. El profesor aquí deja su papel como fuente central de conocimiento para convertirse en un dinamizador del aprendizaje. Es hora de tomar ese tren, desmontando y transformando muchas estructuras universitarias, especialmente cuando el papel del profesor pasa a convertirse en diseñador de módulos de enseñanza y cuando la docencia ha de valorarse igual o más que la investigación. En definitiva, no se trata de sexo, se trata de amor (por la docencia).

Daniel Arias Aranda es catedrático de Organización de Empresas de la Universidad de Granada.

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