“Freeze!”, la polémica de las armas de fuego en América
Miles de muertes no bastan para parar la venta de armas en EE UU
El pasado 1 de octubre desde la planta 32 de su hotel en Las Vegas, un hombre con armas automáticas perpetró una matanza de 58 personas en el espacio de 10 minutos. Fue el peor asesinato en masa en la historia de EE UU, pero puesto que todos los años hay tantos incidentes similares, a nadie nos ha cogido por sorpresa. Estamos acostumbrados a ver las noticias casi semanales de tiroteos en colegios –17 víctimas más en un colegio de Florida ayer– restaurantes u oficinas de trabajo.
Lo que pasan inadvertidas son las tragedias cotidianas en que un niño dispara contra su hermano con la escopeta de su padre, o el repentino suicidio de un vecino con un arma de fuego. De los aproximadamente 32.000 muertos por disparo anuales en EE UU, más de 20.000 son suicidios. 32.000 muertos en total. La cifra proporcional en España sería 4.500 muertos por año, o casi cuatro veces el número de fallecidos en accidentes de tráfico en 2016.
¿Dónde está la indignación? ¿Por qué sigue permitida la posesión de millones de armas, incluidas las armas automáticas? ¿Por qué casi todos los esfuerzos de controlar las ventas de armas están destinados a fracasar en EE UU?
La indignación sí existe, y se expresa en la prensa y la televisión después de cada asesinato en masa. Pero lo que sostiene la situación actual es la férrea convicción de millones de ciudadanos sobre la necesidad de guardar armas en sus casas. La opinión pública sobre el derecho constitucional de tener armas de fuego está en este caso muy dividida, con el resultado de que no existe ningún consenso político que aporte un cambio importante en las leyes. El giro radical que tomó Australia aprobando nuevas leyes para confiscar las armas de la población después de una matanza en masa en 1996, parece ser inconcebible en EE UU. Incluso las más modestas iniciativas para abordar la amenaza del uso de armas automáticas no han llegado a nada, ni en el Congreso en Washington ni en la gran mayoría de los estados. De eso podemos dar las gracias también a la Asociación Nacional del Rifle (NRA).
Financiada por sus cuatro millones de miembros, la NRA gastó en las elecciones de 2016 54 millones de dólares (47 millones de euros), un 99% en apoyo de candidatos del Partido Republicano. La organización desembolsó más de siete millones en anuncios de televisión en contra de Hillary Clinton. El resto fueron para apoyar las campañas de congresistas republicanos en el Congreso, destinándose gran parte del dinero a las elecciones más reñidas con candidatos del Partido Demócrata.
En EE UU, todos los representantes se presentan individualmente a sus votantes distrito por distrito (435 representantes en la Cámara Baja) o estado por estado (100 en el Senado). Los candidatos cuentan con el apoyo de sus respectivos partidos, pero están obligados también a recaudar fondos de corporaciones, lobbies, e individuos para financiar campañas sofisticadas que incluyen publicidad televisiva, identificación de simpatizantes, etc. Normalmente, los congresistas siguen la línea marcada por el partido, pero hay muchas excepciones. El senador o representante siempre piensa tanto en los votantes “de casa” como en los grupos que financian sus campañas que son clave para mantenerse en el escaño. La lealtad hacia su partido, entonces, ocupa la segunda fila. Algo muy diferente de lo que ocurre en Europa.
A la hora de votar, el votante en España coge la papeleta con la lista de diputados de su partido preferido. El sistema electoral español, con sus partidos políticos jerárquicos y las papeletas en las urnas con listas de diputados, no deja hueco para que grupos como la NRA entren en el juego. ¿Cómo gastarían todo el dinero? ¿Con quiénes hablarían antes y después de unas elecciones?
En EE UU, el votante elige a su candidato preferido para cada escaño o puesto político, así, un Republicano para presidente, un Demócrata para el Senado, un Republicano para representante en la Cámara Baja, etc. Un resultado bastante común es que el presidente elegido no controle el Congreso, donde una o las dos cámaras tienen una mayoría del otro partido.
En este ambiente electoral la NRA se moviliza muy eficazmente y elige los candidatos que más necesitan su ayuda. Un caso de las elecciones de 2016 sería la recompensa a la lealtad del senador republicano de Carolina del Norte, Richard Burr, a quien la NRA le apoyó con casi seis millones de euros. Burr ganó las elecciones por un estrecho margen de menos del seis por ciento. No existe mejor aliado que la NRA y a la vez hay pocos que se atrevan a convertir innecesariamente a la NRA en enemigo.
La gran influencia del lobby proarmas está presente también en los 50 estados, donde casi todos han aprobado leyes que le permiten a cualquier ciudadano llevar un arma de fuego o guardarla en su coche. Hasta algunos representantes demócratas en muchos estados apoyan estas leyes por miedo a ofender a la NRA. Esto se llama supervivencia política. Pues bien, el lado “bueno” es que hay menos enfrentamientos entre conductores si uno piensa que el otro lleva una pistola en la guantera. Y por cierto, si usted está pensando en viajar a EE UU este verano, tenga en cuenta la siguiente expresión: “Freeze!” Si alguna vez la oye no se mueva, alguien le está apuntando con un arma, y si se mueve le puedan disparar. Por este motivo hay varias muertes por arma de fuego en EE UU cada año.
El futuro de limitar el derecho de tener y/o llevar armas de fuego no es nada prometedor para los que buscan un gran giro hacia un Estados Unidos más seguro. Cambiar la Constitución es prácticamente imposible, dado el requisito de la aprobación de 38 de los 50 estados, muchos con millones de entusiastas que luchan por mantener sus armas a toda costa. Por otro lado, el Tribunal Supremo también parece incapaz de interpretar la Constitución de una manera que permitiera más limitaciones sobre la venta de armas de fuego. Desafortunadamente ambas circunstancias no permiten esperar más que un largo estancamiento.
Erik Baum es Doctor en Periodismo y Profesor de Suffolk University Madrid Campus.
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