Cómo viajar fuera del mapa: nueve destinos alternativos y nada convencionales por todo el mundo

Desde los paisajes montañosos de Lesoto hasta el parque nacional de Kaziranga, el último gran refugio de los rinocerontes de un solo cuerno en la India, todavía hoy permanecen muchos rincones del mundo donde es más fácil cruzarse con pastores y sus animales que con otro turista

Senderismo en la cumbre de un volcán en la península de Kamchatka, Rusia.MikhailMishchenko (Getty Images/iStockphoto)

Para los más aventureros y para los alérgicos a los destinos saturados, queda mucho planeta por recorrer, aunque llegar hasta ciertos rincones sea más complicado y haya que ir cargado, sobre todo, de mucho respeto por la naturaleza y por las comunidades locales para que los visitantes aporten en positivo y no se conviertan en una plaga destructiva. Estos son algunos de los países y regiones del mundo que pueden ser una buena alternativa de viaje frente...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Para los más aventureros y para los alérgicos a los destinos saturados, queda mucho planeta por recorrer, aunque llegar hasta ciertos rincones sea más complicado y haya que ir cargado, sobre todo, de mucho respeto por la naturaleza y por las comunidades locales para que los visitantes aporten en positivo y no se conviertan en una plaga destructiva. Estos son algunos de los países y regiones del mundo que pueden ser una buena alternativa de viaje frente a otros vecinos más saturados por el turismo de masas. Por su aislamiento, por sus condiciones climáticas extremas o sencillamente por haber sido eclipsados por otros destinos similares más accesibles, en estos destinos no hay muchas posibilidades de encontrarte con un amigo o vecino del barrio. Solo hay que salirse un poco del mapa para encontrar alternativas poco convencionales.

Lesoto: el pequeño reino surafricano de las montañas

Jinetes a caballo en las montañas de Lesoto, país que presume de ser el más alto del mundo y que no alcanza a los 800.000 turistas al año. Nadine Swart (Getty Images)

Dominado por las cadenas montañosas de Drakensberg y Maluti, el pequeño Lesoto presume de ser el país más alto del mundo: incluso su punto más bajo, en las llamadas Tierras Bajas, se encuentra a unos 1.400 metros de altura. Si nos animamos a viajar por este reino montañoso del sur de África, será más fácil encontrarnos con un pastor basotho vestido con una manta tradicional que con los grupos de turistas como los que llenan Sudáfrica, el país que envuelve a Lesoto. No llegan a 800.000 los turistas anuales, frente a los más de 16 millones que se animan a visitar al país.

Uno de los secretos del viaje a Lesoto es utilizar los alojamientos para mochileros administrados por la comunidad del antiguo protectorado británico, a menudo en la cima de las montañas. Porque el principal atractivo de Lesoto son sus paisajes montañosos aparentemente interminables, salpicados de nieve en invierno, teñidos de rosa por las puestas de sol, con pasos épicos, atravesados por cascadas y con una gran variedad de propuestas para aventuras a gran altura.

El remoto Parque Nacional Sehlabathebe del sur y el relativamente accesible Parque Nacional Ts’ehlanyane protegen grandes zonas de naturaleza salvaje. Una caminata de 40 kilómetros conecta este último con los valles tranquilos y los prados de las tierras altas de la Reserva Natural de Bokong. Entre los hitos del país están también el Sani Top, el pub más alto de África, la presa Katse, una maravilla de la ingeniería de 36 kilómetros cuadrados que abastece de agua a Johannesburgo y genera energía hidroeléctrica, o el Malealea Lodge, un puesto comercial reconvertido en alojamiento que ofrece caminatas guiadas por la comunidad local, ciclismo de montaña y sesiones de coro en la aldea. Y sin olvidarnos también de las impresionantes cataratas de Maletsunyane o el Parque Nacional Ts’ehlanyane, con tímidos antílopes y sus bosques autóctonos.

Isla de Ibo, Mozambique: la desconocida isla del Índico

Mercado de pesca en la costa de la isla Ibo.Alamy Stock Photo

En medio de las plácidas aguas del archipiélago Quirimbas de Mozambique, la isla de Ibo guarda un especial encanto, casi místico y, de momento, al margen del turismo. Se trata de un antiguo puerto portugués bañado por el Índico, en el que flotan los típicos dhows de madera con sus características velas triangulares, tan típicos de las costas índicas. Hay villas en ruinas y edificios decadentes cubiertos de musgo que flanquean sus calles sin coches. Todo, envuelto en una interesante encrucijada de culturas (árabe, swahili, india y portuguesa) que refleja una larga y una tempestuosa historia.

Entre manglares y arrecifes de coral, la isla permanece virgen. Menos conocida que la legendaria isla de Mozambique, más al sur, todavía no ha sido descubierta por el turismo a gran escala. Acceder a ella no resulta fácil, a menos que se alquile un avión o se llegue navegando, y las instalaciones turísticas en la isla son escasas. En la costa noroeste encontraremos una población de unas 4.000 personas, pero en el sur apenas encontramos los manglares impenetrables y algunas pequeñas propiedades dispersas, en las que se cultiva el café silvestre. En la antigua ciudad de piedra colonial, hileras de ruinas similares a las de Pompeya se intercalan con mansiones y fuertes restaurados, legado de la historia de Ibo como puerto portugués donde se comerciaba con africanos esclavizados.

Ibo en realidad solo tiene 15 kilómetros cuadrados, una isla diminuta donde se fusionan la herencia musulmana y la cristiana, los antiguos edificios coloniales ponen una atmósfera casi surrealista y no hay ni bancos, ni tiendas, como un pueblo fantasma y soñoliento. Tan solo un puñado de alojamientos bien equipados sirven para los pocos turistas que llegan, normalmente a pescar con los pescadores locales, a practicar snorkel entre delfines o dejarse mecer por el viento en un dhow tradicional.

Hay experiencias locales que merecen la pena, como cenar en una casa de pueblo y probar su extraño café salvaje o caminar hasta la vecina Isla Quirimba (durante la marea baja, las dos islas están efectivamente unidas por una serie de bancos de arena). También podremos dar un paseo de observación de aves alrededor de la isla (se pueden avistar alrededor de 250 especies) siguiendo una pequeña red de caminos que se dirigen hacia el sur a través de los bosques, desde la población principal.

Banteay Chhmar, Camboya: una ciudad perdida al estilo Indiana Jones

Ruinas budistas en Banteay Chhmar, Camboya. Alamy Stock Photo

Angkor es sin duda una de las maravillas del mundo, pero parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para viajar a Angkor Wat. Afortunadamente, sin alejarnos mucho de allí, quedan muchos rincones sin turistas. Por ejemplo, al noroeste de Angkor, Banteay Chhmar nos permite una experiencia más pacífica de ciudad perdida, con su colección de magníficas ruinas budistas en un rincón de la jungla, que pasa desapercibido para todos, excepto para unos pocos habitantes de la zona. Igual que algunas de las estructuras principales de Angkor, los templos de Banteay Chhmar fueron construidos por el rey Jayavarman VII, el emperador Khmer del siglo XII. Pero a diferencia de Angkor, Banteay Chhmar quedó intacto cuando el reino jemer se derrumbó y volvió al hinduismo, conservando una imagen “congelada” de la edad de oro del budismo camboyano.

El tiempo ha derribado muchos de los imponentes templos de Banteay Chhmar, pero las ruinas siguen siendo maravillosamente evocadoras. Podremos pasear por los restos de antiguos santuarios engullidos por enredaderas que apenas dejan ver los intrincados bajorrelieves que recuerdan las grandes hazañas de Jayavarman VII, con solo el canto de los pájaros como compañía. Y ese es precisamente el principal atractivo de un viaje a Banteay Chhmar: la tranquilidad. No es difícil ser la única persona admirando los enormes rostros de Avalokiteshvara que coronan las torres del templo principal o arrastrándose como un Indiana Jones moderno entre las enredaderas de la jungla para ver los frisos tallados que recuerdan las victorias del rey Jayavarman VIII.

La otra ventaja es que esta no es la versión de Disney de Camboya, exclusivamente para turistas, que a veces aparece en el centro turístico de Angkor, Siem Reap. El alojamiento no es en hoteles boutique con spa, sino en sencillas casas de aldeanos, y las comidas consisten en lo que sea que la familia anfitriona tenga para la cena. Venir aquí significa prescindir de algunas de las comodidades de Angkor, pero para los que buscan conectarse con una Camboya en la que los lugareños son realmente los importantes, y no los turistas, no hay mejor lugar.

Es un destino perfecto para explorarlo a pie o en bicicleta (aunque los caminos estén llenos de baches). La sensación de ser Indiana Jones está casi asegurada en esta jungla donde, probablemente, nos encontremos más aves tropicales que personas.

Parque Nacional de Kaziranga, India: tigres, rinocerontes y elefantes, en la remota Assam

Rinoceronte de un solo cuerno en el Parque Nacional de Kaziranga (India). Abhishek Singh (Getty Images)

Los grandes parques nacionales de la India pueden estar llenos de tigres y elefantes salvajes, pero también están llenos de personas intentando verlos. No ocurre los mismo en el Parque Nacional de Kaziranga en Assam, el último gran refugio del rinoceronte indio de un solo cuerno. Mientras que el famoso Parque Nacional Bandipur recibe más de 200.000 observadores de vida salvaje al año, Kaziranga recibe unos 70.000 visitantes, en su mayoría turismo local, que se acerca a conocer la cordillera accesible de Kohora, en Assam.

Aquí, en las zonas más remotas del parque, se puede pasar todo el día sin ver a otro grupo de safari. Y esto es también una oportunidad para acercarse a los rinocerontes de un solo cuerno, a los elefantes, tigres, búfalos salvajes y a una multitud ruidosa de aves. Alrededor de dos tercios de los rinocerontes de un solo cuerno que sobreviven en el mundo viven dentro de la reserva, ocultos por densas hierbas gigantes, pero fácilmente visibles cerca de los tranquilos pozos de agua que reflejan el cielo. Visitar Kaziranga también es una excusa para ver la poco explorada región de Assam, con sus fascinantes ciudades sagradas, antiguos templos shaivitas, plantaciones de té e islas fluviales inundadas.

Merece la pena hacer un desvío para asomarse al poderoso Brahmaputra, el gran río marrón fangoso de Assam, desde la isla Majuli, un antiguo centro de satras hindúes (monasterios vaishnavitas). O acercarnos al vecino Parque Nacional Orang, al otro lado del río, una reserva poco visitada que alberga la población de tigres más densa de la India.

Kirguistán: vida en yurta en el corazón de Asia

Cañón de Barskoon (Kirguistán).Anton Petrus (Getty Images)

Al aterrizar en las afueras de Bishkek, se contemplan las afiladas crestas nevadas del Tien Shan extendiéndose al sur, hasta el horizonte. Aunque solo hay cuatro o cinco horas en avión desde los principales destinos turísticos del centro de Asia, Kirguistán parece un mundo aparte. Desde luego, no tiene la infraestructura de transporte de destinos montañosos del “primer mundo” como Suiza y no encontraremos casas de té al final de un camino como ocurre en Nepal, pero quienes vienen a Kirguistán tienen la posibilidad de disfrutar de una naturaleza grandiosa, casi intacta, y de una interesante cultura tradicional seminómada. En la mayor parte del país, más del 90% montañoso, es mucho más probable encontrarse con un pastor a caballo o una manada de caballos en libertad que cruzarse con otro turista.

Y eso que el país tiene muchísimos atractivos para el gran viajero: se pueden hacer paseos a caballo, senderismo, ciclismo y escalada, incluso heliesquí de travesía, pero el principal atractivo para los visitantes primerizos es la aventura en la naturaleza, aunque el motivo por el que repiten destino suele ser la cultura local, marcada por la hospitalidad, en una región donde muchos pueblos todavía mantienen un estilo de vida seminómada estacional. Además, hay una buena infraestructura turística comunitaria, pequeña pero activa, y quedan muchos valles montañosos poco explorados.

Se pueden hacer caminatas de varios días al increíble lago Ala-Köl, paseos a caballo por el paso Kyzart hasta el gran lago Son-Köl o senderismo por zonas más desconocidas, hospedándonos en casas de huéspedes locales y campamentos de yurtas administrados por familias, muchos de los cuales pertenecen a organizaciones regionales de turismo basadas en la comunidad local.

Entre los top de un viaje a Kirghistan, está llegar hasta lo alto de las montañas sobre el valle Saimaluu Tash, accesible solo a mediados del verano después de que se derrita la nieve. O también observar las estrellas desde la puerta de tu yurta o en cualquier lugar alejado de la contaminación lumínica. Una opción es contemplar la estruendosa cascada Shar de 300 metros, tras una caminata de un día, sorprendentemente accesible pero poco conocida cerca de Tash Rabat Caravanserai. Una vista inolvidable: la del paso de Sary-Mogul de 4.105 metros, desde el cual caen escarpados valles glaciares hacia el valle de Alay y el pico Lenin (7.134 metros) en la lejanía.

Mar de Aral: turismo comunitario para enfrentarse al desastre

Cementario antiguo de Mizdakhan en Nukus (Uzbekistán). Ozbalci (Getty Images/iStockphoto)

Como un paisaje salido de una película de ciencia ficción distópica, el cementerio de barcos en Moynaq, en Uzbekistán, con los cascos metálicos de las barcazas pesqueras yaciendo en las aguas poco profundas del norte de Aral, son una imagen inolvidable. El Mar de Aral es un escenario de absoluta desolación. Más allá de estas barcazas en dique seco, se extiende un amplio desierto y lo que queda del mar se encuentra ahora a más de 200 kilómetros de distancia. Pero a pesar de lo que a priori podamos pensar, una visita a este trágico mar, ya sea del lado de Uzbekistán o de Kazajistán, resulta una interesante lección de cómo el uso negligente de los recursos del planeta puede llevar al desastre ecológico.

En la década de 1960, el Mar de Aral era el cuarto lago de agua salada más grande del mundo, con una próspera industria pesquera y proveedor de una cuarta parte del pescado de la Unión Soviética. Después, el monocultivo soviético llevó a la desviación de los ríos Amu-Darya y Syr-Darya que alimentaban el mar, para regar la producción de algodón en Uzbekistán y Turkmenistán. Esto puso en marcha una catástrofe ecológica irreversible a escala épica que supuso la ruina para la zona. Este desastre provocado por el hombre es ahora más actual que nunca, en plena lucha de la humanidad contra el cambio climático.

Hoy, el turismo para ver lo que queda del desastre proporciona un goteo de ingresos para las comunidades cuyos medios de vida históricos se han arruinado. La ruinosa ciudad kazaja de Aral, puerta de entrada a la masa de agua del mismo nombre, ve cómo se recupera una modesta industria pesquera gracias a la construcción de la presa Kok-Aral en 2005, que ha provocado el lento aumento del nivel del agua. Ahora es una base gestionada por ONGs para el turismo atraído por el sorprendente paisaje desértico que rodea el norte de Aral.

En el lado de Uzbekistán, la ciudad de entrada al sur de Aral, Nukus, invita a los visitantes a una acampada, explorar tumbas y a diferentes aventuras al aire libre, todo gestionado desde las comunidades locales. La mayor sorpresa es encontrarse allí con un museo como el Savitsky, que alberga la segunda colección de arte contemporáneo más importante de la antigua Unión Soviética después del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo.

Entre los hitos de un viaje al Mar de Aral está la experiencia de viajar en 4x4 desde Nukus para ver salir el sol sobre lo que queda del sur de Aral y flotar suspendido en el agua súper salina. O acercarse a las antiguas tumbas de Mizdakhan, una ciudad muy importante de la Ruta de la Seda desde el siglo IV a. C. hasta el siglo XIV.

Rupununi- Guyana: aventuras ecológicas en la última frontera de Sudamérica

Cataratas Kaieteur (Guyana). Tim Snell (Getty Images/500px Prime)

El único país de habla inglesa de América del Sur, Guyana, se mueve a un ritmo muy diferente a sus vecinos y esto le convierte en una alternativa realmente interesante. Aunque ha ido aumentando el número de visitantes desde 2015, todavía no superan los 300.000 turistas al año. Muchos menos que cualquiera de sus vecinos. Y de ellos, son muchísimos menos los que se aventuran hasta el interior de la selva de Guyana, donde se encuentran algunos de los mejores lugares del mundo para observar la vida salvaje.

En este Amazonas diferente y desconocido, se puede practicar otro tipo de turismo, conectando con indígenas, observando fauna exótica, y descubriendo la cultura indígena de la región de Rupununi, llamada así por su caudaloso río. No es fácil moverse por esta zona, donde los pocos visitantes navegan entre una selva tropical densa, en busca de guacamayos y monos, hospedándose en rústicos ecolodges sostenibles que crean ciertos recursos para las comunidades indígenas.

En Guyana, y más concretamente en Rupununi, es posible tener la misma sensación que tuvieron los primeros exploradores de la selva amazónica. Tan solo hay un puñado de albergues ecológicos remotos como apoyo, para quienes se animan a descubrir una selva con mucha más vida salvaje que otras más turísticas. Solo un camino de tierra conecta la región con la capital, Georgetown, al norte y con Brasil al suroeste. Esta relativa inaccesibilidad ha ayudado a proteger el territorio. Pero como hay planes para construir carreteras hacia la zona, hay que aprovechar el momento para explorarlo antes de que cambie para siempre.

Podremos, por ejemplo, unirnos a investigadores locales en excursiones nocturnas con guías cualificados desde Caiman House, en Yupukari, explorar la sabana del sur de Rupununi alojándonos en un rancho como Waikin Ranch o aprender más sobre la cultura indígena en alojamientos comunitarios como Rewa Eco-Lodge y Surama Eco-Lodge, o sobre la vida salvaje y los trabajos de conservación en Karanambu Lodge, que rehabilita nutrias gigantes.

Utsjoki, Finlandia: viaje a Narnia en la remota Laponia finlandesa

La aurora boreal brilla sobre una iglesia en Utsjoki (Finlandia). Chung-Chyang Phung (Getty Images)

Laponia es una de las zonas más turísticas de Finlandia, gracias a Papa Noel y a las luces y celebraciones en Rovaniemi, convertida en capital mundial de la Navidad. Pero hay otra Laponia finlandesa mucho más desconocida, en los confines más lejanos y silenciosos del país, a 500 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, donde Finlandia hace frontera con Noruega. Es en la región de Utsjoki donde reside el verdadero encanto de Laponia y se extienden paisajes inolvidables, tanto durante el invierno, bajo una gruesa capa de nieve y con la aurora boreal parpadeando en lo alto, como en el verano, en esos días en los que nunca anochece.

Remoto y escasamente poblado, este es uno de los espacios realmente naturales de Finlandia: una masa de bosques cubiertos por líquenes y páramos altos, con algunos enclaves que todavía son considerados ailigas (lugares sagrados) por los indígenas sami. La naturaleza ocupa el centro de todo, ya sea en una cabaña de troncos, pescando salmones gigantes en el caudaloso río Teno o corriendo en un trineo tirado por renos sobre la nieve. En cualquier caso, es un lugar perfecto para salirse del mapa de los caminos trillados y observar paisajes insólitos.

Los motivos para viajar hasta aquí son evidentes: bosques inmensos de abetos, el azul pedernal de sus lagos y la soledad, rota tan solo por algún que otro reno. Es fácil sentirse el único ser humano sobre la tierra en el camino a Utsjoki, a 70 grados de latitud norte del Círculo Polar Ártico. Esta región es Narnia pura en invierno, cuando los copos caen espesos, las temperaturas descienden por debajo de los -20 °C y los árboles están esculpidos con escarcha. Su aislamiento es lo que ha salvado tan salvajes y tranquilos estos paisajes.

Esta es una región que nos acerca a la naturaleza y a una forma de vida que casi hemos olvidado. El latido del corazón sami se siente intensamente aquí, especialmente cuando se corre a través de la nieve en polvo recién caída en un trineo tirado por renos y se escuchan inquietantes joik sami, los poemas rítmicos que evocan el espíritu de los antepasados, cantados alrededor de una fogata crepitante en una tienda lavvu. La búsqueda de alimento, la pesca de salmón, el piragüismo y el senderismo son actividades de verano, mientras que el invierno es tiempo para caminar con raquetas de nieve, pescar en hielo, esquiar fuera de pista y observar cómo la aurora se mece en el silencio de la noche. Una gran experiencia para el visitante es recorrer el sendero Utsjoki, una caminata circular de 35 km por la naturaleza que enlaza lagos, valles y páramos, siempre con impresionantes vistas de los picos de Noruega.

Kamtchatka: una frontera salvaje entre volcanes y hielo

En la península de Kamchatka, Rusia, se encuentran más osos que personas.Wirestock (Getty Images/iStockphoto)

Kamchatka es uno de los últimos rincones del mundo con una belleza natural casi virgen. Aquí no hay ferrocarriles ni carreteras que la conecten con el resto del país y queda más cerca de Alaska que de la ciudad más cercana del Lejano Oriente ruso, Vladivostok. La lejanía de la península, de 1250 km de largo, junto con las dificultades burocráticas y el coste bastante elevado de viajar a esta zona fronteriza rusa, han hecho que Kamchatka sea uno de los destinos menos convencionales del mundo.

Kamchatka es un destino tallado por el fuego y el hielo, algo similar a lo que pasa en Islandia, pero la península rusa recibe cada año solo unos 240.000 turistas, frente a los dos millones o más que llegan a Islandia. Con 270.000 kilómetros cuadrados, Kamchatcha es más del doble de la dimensión de Islandia. En ella viven una mezcla de resistentes colonos rusos y nativos koryaks, chukchi e itelmeni.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su espectacular paisaje volcánico, esta península rusa también ofrece un oso por cada 30 habitantes humanos, cientos de manantiales termales, 100.000 lagos y ríos, abundantes renos y alces y aves raras. El ecoturismo es uno de sus grandes atractivos e incluso, durante la última década, Kamchatka también se ha convertido en un lugar poco probable para el surf extremo. Desde las arenas negras de la playa de Khalaktyrsky, los surfistas pioneros de Snowave Kamchatka han liderado el camino y ofrecen lecciones de surf (alquiler de equipo de invierno incluido).

Para conocer a fondo los volcanes locales y sus poderes termales, podemos acercarnos al Museo Vulcanariam en Petropavlovsk-Kamchatsky. Además, en los próximos años se completará el complejo Three Volcanoes, un proyecto enormemente ambicioso que incluirá nuevos hoteles, restaurantes, un spa, pistas de esquí y rutas de senderismo.

Entre las experiencias más emocionantes que los viajeros prueban en la zona está la navegación hacia la bahía de Avacha para ver el entorno junto al agua de Petropavlovsk, con el monte volcánico Vilyuchinsky en la distancia, y para llegar a la isla Starichkov, un paraíso para las aves. También es posible darse un chapuzón en Paratunka, un lugar tranquilo donde los lugareños vienen a relajarse en las piscinas alimentadas por aguas termales. O rastrear rebaños de renos cerca de Esso, junto a nómadas evens: se puede hacer en helicóptero en los meses cálidos y en motonieve durante el invierno.

También en helicóptero podemos llegar hasta el Valle de los Géiseres, una de las atracciones naturales estrella de Kamchatka, que forma parte de la Reserva Estatal de la Biosfera Kronotsky. Otra opción es subir al cono volcánico activo de cuatro kilómetros de ancho del monte Mutnovskaya, lleno de charcos de lodo hirviendo y grietas de hielo cortadas por los vapores calientes de los gases volcánicos. Y para terminar, se puede tomar un buen descanso en las aguas termales escondidas en el Parque Natural de Nalychevo que cubre el hermoso valle de Nalychevo y la docena de volcanes (cuatro activos) que lo rodean.

Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, Twitter e Instagram.

Más información

Archivado En